Análisis

El Reinado Social de Cristo: el verdadero sentido de la fiesta religiosa

   En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones   internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.

(Pio XI, Quam Primas)

Nuestro mundo moderno está marcado, como ninguna otra época en la historia, por el anhelo de la paz universal y la fraternidad entre los hombres; y sin embargo constatamos que nunca en la historia de la humanidad, ha faltado tanta paz y tanta fraternidad entre los hombres como en la actualidad. Jamás las gentes habían presenciado tantas carnicerías entre los hombres como las que paradojalmente vienen sucediendo desde que el hombre ha querido construir una ciudad sin Dios, laica, libre y fraterna desde la Revolución Francesa para aquí. Bástenos recordar el genocidio de la Vendée, el terror de la guerra civil en España, la persecución en México, las dos grandes guerras, Hiroshima e Nagasaki, el horror Nazi con sus campos de concentración, los Gulags comunistas, el terrorismo que marcó la entrada al nuevo milenio con el ataque a las Torres Gemelas, las atrocidades del Estado Islámico, y la instalación de un sistema político como el comunismo que continua a devorar la vida de los hombres. Es un hecho indudable: la barbarie humana va en aumento y la causa fue señalada claramente por la Iglesia: Es la Revolución del hombre y la sociedad contra el Reinado de Cristo. Pio XI en su carta encíclica Quam Primas, donde mandaba a celebrar la fiesta de Cristo Rey en la Iglesia, lo decía enérgicamente:

En la primera encíclica, […] proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.

Nótese bien que el Papa Pio XI destaca claramente que los males se deben a la negación del Reinado de Cristo no solo en la vida personal y familiar de los hombres sino también en la vida política y social de las naciones.

Las palabras de Pio XI nos recuerdan las palabras de nuestro Señor a Santa Faustina: “La humanidad no tendrá paz hasta que se vuelva con confianza a Mi Misericordia”. (Diario, 300). Esa vuelta a Cristo no debe solo realizarse a nivel individual, sino también familiar y social: reconocer el reinado de Cristo en la vida publica de las naciones es la única solución a los males de nuestro tiempo.

Este fue precisamente el sentido de la institución por parte de la Iglesia de la fiesta de Cristo Rey que los católicos celebramos cada año, pues como decía Pio XI, para instruir al pueblo en las cosas de la fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio.

El Papa Pio XI insistía en que el remedio para las sociedades modernas esta en el reconocimiento publico del reino de Cristo: Y si ahora mandamos, decía, que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.

El filosofo argentino Bruno Genta, quien fuera asesinado por los comunistas de camino a la Iglesia, escribía con mucha claridad:Estamos viviendo, un momento tal de ignorancia y de confusión que aún la gente que se entrega a los ejercicios espirituales o cosas similares, buscando con toda sinceridad una renovación interior y logran, sí, ese objetivo, no superan, sin embargo, esta ignorancia respecto de la naturaleza del proceso revolucionario y de sus verdaderas causas. En esa gente, incluso, se advierte una gran dificultad para entender la realeza de Cristo en lo temporal; porque la parte más difícil de admitir en este momento es la realeza de Cristo. Los cristianos son propensos a aceptar esa realeza en el orden interior, en la propia vida, hasta en la vida de la familia, en la profesión que cultivan; pero esos mismos cristianos piensan, y actúan en consecuencia, que hay un terreno que está vedado a Cristo, que es el terreno de la política. Pero si Cristo es Rey y es Soberano y el verdadero y único Soberano de todo lo temporal, es también soberano en la política. En consecuencia en este momento, en Argentina, se plantea a todo cristiano este problema: ¿quién es el soberano en la Ciudad? ¿Cristo o el número? ¿La soberanía de Cristo o la soberanía popular? Yo pregunto, ¿dónde está Cristo en la política? No está en ninguna parte.”

No nos cansemos de repetirlo: Los católicos deben entonces recordar que la solución a los problemas sociales y políticos de nuestro tiempo no es el comunismo ni el capitalismo, sino el reconocimiento del Reinado Social de Cristo. Este es el deber del católico, que no puede ser ni liberal ni socialista pues ambos sistemas se oponen a reconocer la real dignidad de Cristo y su imperio en la vida de las naciones. De allí que Pio XI escribiese como una consigna que “en verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.

Así lo hicieron innumerables mártires en México, entre ellos el Beato Anacleto González Flores, Mártir de Cristo Rey, que en un suavísimo texto haciendo referencia a la fiesta de Cristo Rey decía:

Desde hace tres siglos los abanderados del laicismo vienen trabajando para suprimir a Cristo de la vida pública y social de las naciones. Y con evidente éxito, a escala mundial, ya que no pocas legislaturas, gobiernos e instituciones han marginado al Señor, desdeñando su soberanía. Lo relevante de la institución de esta fiesta no consiste tanto en que se lo proclame a Cristo como Rey de la vida pública y social. Ello es, por cierto, importante, pero más lo es que los católicos entendamos nuestras responsabilidades consiguientes. Cristo quiere que lo ayudemos con nuestros esfuerzos, nuestras luchas, nuestras batallas. Y ello no se conseguirá si seguimos encastillados en nuestros hogares y en nuestros templos”.

En otro lugar, el beato Anacleto no duda en afirmar que “Cristo no reina en la vía pública, en las escuelas, en el parlamento, en los libros, en las universidades, en la vida pública y social de la Patria. Quien reina allí es el demonio. En todos aquellos ambientes se respira el hálito de Satanás.

Y nosotros, ¿qué hacemos? Nos hemos contentado con rezar, ir a la iglesia, practicar algunos actos de piedad, como si ello bastase «para contrarrestar toda la inmensa conjuración de los enemigos de Dios». Les hemos dejado a ellos todo lo demás, la calle, la prensa, la cátedra en los diversos niveles de la enseñanza. En ninguno de esos lugares han encontrado una oposición seria. Y si algunas veces hemos actuado, lo hemos hecho tan pobremente, tan raquíticamente, que puede decirse que no hemos combatido. Hemos cantado en las iglesias pero no le hemos cantado a Dios en la escuela, en la plaza, en el parlamento, arrinconando a Cristo por miedo al ambiente.

Urge salir de las sacristías, entendiendo que el combate se entabla en todos los campos, «sobre todo allí donde se libran las ardientes batallas contra el mal; procuremos hallarnos en todas partes con el casco de los cruzados y combatamos sin tregua con las banderas desplegadas a todos los vientos». Reducir el Catolicismo a plegaria secreta, a queja medrosa, a temblor y espanto ante los poderes públicos «cuando éstos matan el alma nacional y atasajan en plena vía la Patria, no es solamente cobardía y desorientación disculpable, es un crimen histórico religioso, público y social, que merece todas las execraciones”.

La Iglesia al celebrar cada año la Solemnidad de Cristo Rey quiere que el pueblo católico reconozca que la verdadera solución a los problemas sociales esta en el reconocimiento no solo privado sino y por sobretodo publico de Cristo Rey en las leyes y en la política de las naciones.

Es aquí donde radica nuestro deber: que Cristo Reine. ¡Viva Cristo Rey!

Emanuel F. Martelli