El Sínodo de los Obispos sobre la familia, que concluyó el sábado 24 de octubre, algún día se verá como un momento coyuntural en la historia reciente de la Iglesia. Pues ahí, por primera vez desde el Concilio Vaticano II en los sesenta, se consiguió insertar la dinámica de aquel Concilio: en el Sínodo se logró que prevaleciera lo pastoral sobre lo doctrinal.
El papa Francisco expresó esta idea en su discurso final, cuando dijo que el Sínodo no había “concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que ha tratado de iluminarlos con la luz del Evangelio […] sin caer en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho”.
Estuvo a punto de no ser así. Hubo al principio de la asamblea una lucha interna sobre si el Sínodo sería, como en años pasados, una oportunidad de reafirmar y aclarar la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia; o si se daría por sentada esa doctrina y, en vez de perder tiempo en discusiones abstractas, se concentraría en la vida de las familias contemporáneas y en cómo la Iglesia puede acompañarlas, como dice el informe final, “como la luz de un faro en la costa o una antorcha en medio de la multitud para dar luz a todos los que se han extraviado o se encuentran en medio de la tormenta”.
Aunque algunos en el Sínodo se mostraron inconformes con ese enfoque pastoral y usaron un lenguaje apocalíptico para denunciar las amenazas a la fe, la mayoría de los participantes se mostraban dispuestos a escucharse unos a otros, conmovidos por las historias que compartían en los llamados “círculos menores”, los 13 grupos divididos en 5 idiomas. La decisión del secretario general del sínodo, el cardenal Lorenzo Baldisseri, de dar más tiempo a las reuniones de los grupos, fue clave. “Están hablando entre ellos, escuchándose, están cambiando su perspectiva”, dijo monseñor Blaise Cupich, arzobispo de Chicago, hacia el final. Un padre sinodal dijo que se sentía como un rey mago, que iba a volver por otro camino.
La tendencia del Sínodo hacia una visión pastoral quedó simbolizada por las lecturas del Evangelio de las misas de inauguración y clausura: la primera eran las palabras claras de Jesús en el Evangelio de san Mateo contra el divorcio; la segunda, la historia del ciego Bartolomeo que le grita a Jesús que lo ayude.
Polémicas sobre el método de trabajo Los dos grupos
hispanoparlantes funcionaron muy bien. La mayoría (no todos: había africanos de habla hispana) eran latinoamericanos que ya se conocían. El nuevo formato libre del sínodo, típico del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), les era familiar. Entendían que el objetivo de la asamblea no era el documento, sino el proceso de escucha y discernimiento.
Los cuatro grupos angloparlantes, por el contrario, perdieron mucho tiempo tratando de entender qué se esperaba del proceso y criticando el formato. El grupo moderado por el cardenal Thomas Collins, de Toronto, por ejemplo, dijo en su informe de la primera semana que se sentía limitado para responder al documento de trabajo porque “no sabíamos con claridad a quién se destinaba el documento final. En otras palabras, ¿estamos escribiendo al Santo Padre, a las familias de la Iglesia o al mundo?”
Los que más se quejaron del formato fueron los padres sinodales que querían que la asamblea fuera una oportunidad dereafirmarladoctrina.Deahí la carta privada enviada al Papa al inicio del Sínodo, que se filtró a la prensa —no está claro el quién ni el porqué— la siguiente semana. En la llamada ‘Carta de los 13’, un grupo de cardenales, liderados por el australiano George Pell, y que incluía a Collins, se quejó de que la estructura del Sínodo hubiera sido “diseñada para facilitar resultados predeterminados sobre importantes cuestiones debatidas” y pidieron la restauración del formato tradicional. La respuesta del papa Francisco en el segundo día del Sínodo fue tajante. Rechazó el pedido de restaurar el antiguo modelo, y criticó lo que llamó “la hermenéutica de conspiración” detrás del pedido. La pequeña rebelión tuvo un impacto negativo. A partir de ese momento, los conservadores estuvieron a la defensiva, y se estableció definitivamente la dirección pastoral.
Resultados y próximos pasos
El resultado fue un documento final centrado, sobre todo, en dos temas que emergen de un dramático telón de fondo: el desmoronamiento de la visión cristiana del matrimonio en la cultura y el derecho de Occidente en los últimos 20 o 30 años. De ahí se siguen dos necesidades.
La primera es una formación catequética prematrimonial mucho más completa y exigente. Como reconoció el papa Francisco en Filadelfia en septiembre, en vez de lamentar el declive del matrimonio, la Iglesia debe buscar formas prácticas de ayudar a la gente a casarse.
El informe propone programas de “discernimiento vocacional“ que reconozcan que casarse ‘a lo católico’ es hoy en día una opción contracultural que requiere una especie de catecumenado. El informe también pide un acompañamiento pastoral a las parejas recién casadas, reconociendo que los primeros años del matrimonio son lo más vulnerables.
El informe final propone que las parroquias faciliten la participación activa de las parejas recién casadas en grupos para superar el aislamiento.
La segunda es una atención mucho mayor a las víctimas del desmoronamiento del matrimonio y de la familia. En vez de verlo como una ola que necesita ser resistida, el informe final ve el divorcio, por ejemplo, como una realidad que forma parte de la experiencia cotidiana de los católicos.
En eso el cambio de tono es muy notable. En vez de rechazar y condenar, el informe busca ayudar y sanar en una gama enorme de situaciones complejas y dolorosas provocadas por el declive del matrimonio y de la familia. Aunque se reafirman las doctrinas fundamentales —a lo largo del documento, se supone que el matrimonio es entre un hombre y una mujer, abierto a la vida e indisoluble—, se presta especial atención a los esposos abandonados, los hijos que sufren las consecuencias del divorcio, las madres y los padres solteros, así como a los que pasan por momentos difíciles en su matrimonio.
El informe habla, por ejemplo, de la urgente necesidad de un ministro dedicado a los que están sufriendo o han sufrido una crisis en su matrimonio, observando que ésta puede ser motivo de “reflexión, conversión, y confianza en Dios”. Cuando las parejas experimentan problemas en su matrimonio, deberían poder contar con la ayuda y el apoyo de la Iglesia, dice el informe, observando que con ayuda y respaldo la mayoría de las crisis se resuelven.
Hay un cambio también en la manera en que se considera, por ejemplo, la cohabitación. El informe observa que en muchos casos la cohabitación puede ser el resultado de presiones financieras o circunstanciales, y no necesariamente constituye un rechazo al matrimonio. El informe urge ver situaciones que no corresponden a las enseñanzas de la Iglesia como peldaños en el camino hacia ellas.
Temas demasiado candentes para el Sínodo
Pero aunque el informe abre nuevas fronteras pastorales y misioneras en una amplia gama de temas, otros resultaron ser demasiado candentes para acercarse a ellos.
El párrafo que trata de la homosexualidad, por ejemplo, se limita a hablar de acoger y respetar los miembros de la familia gay, y repetir la condena al matrimonio gay. Esta cuestión, candente para la Iglesia en muchos países occidentales —qué dice la Iglesia a los gays más allá de que no se pueden casar— fue demasiado para los africanos y otros padres sinodales.
El obispo belga Johann Bonny dijo a los reporteros que “no hubo manera de hablar del tema de un modo pacífico” en su grupo de habla francesa, moderada por el cardenal africano Robert Sarah, miembro de la Curia, que en su discurso comparó los derechos de los gays con la amenaza del Estado Islámico (ISIS) en el Oriente Medio.
Según el cardenal Christoph Schönborn, de Viena, Austria, una figura clave en el sínodo, el hecho de que el informe no tocara ese punto no significa que las conversaciones no continuarán en los países occidentales. “Pero en una Iglesia global hay que respetar las diferencias”, dijo.
En cuanto a cómo integrar a las parroquias a los divorciados vueltos a casar sin anulación, el informe final dio un paso grande. “Muchos se acercaban a la Iglesia y el padre los rechazaba, les decían: ‘No, vete. Tú no puedes comulgar, no puedes confesarte, no puedes recibir la bendición’”, contó monseñor Alfonso Miranda Guardiola, obispo auxiliar de Monterrey, que desde hace años trabaja pastoralmente con las familias que enfrentan dificultades.
“Eran muchos rechazos y negaciones. Los ninguneaban muy feo, pero eso ya va a cambiar. Un obispo dijo: ‘Es una Iglesia nueva’. Estoy de acuerdo, así lo creo”, dijo. “Ya no más señalamientos, no más”.
La parte más contenciosa —y por eso la que más interesaba a los medios— fue la cuestión de si la integración pudiera incluir el acceso a los sacramentos luego de un proceso de examen de la conciencia bajo la guía de un director espiritual. Sobre esa cuestión se mostraban más abiertos los latinoamericanos y los de habla alemana, y más resistentes los polacos, los africanos, y muchos norteamericanos. Dos grupos de los 13 se mostraban totalmente a favor, y dos en contra; la mayoría estaban divididos.
Al final, como resultado de un acuerdo forjado en el grupo alemán, se optó por un proceso de discernimiento y formación de las conciencias, sin aclarar si al final del proceso estaría abierto el camino a los sacramentos.
La ambigüedad fue intencional: no había vencedores ni vencidos en la cuestión, y el Papa aclarará el asunto en su exhortación apostólica sobre la familia, que se espera en la primera mitad de 2016. Pero para monseñor Miranda Guardiola, “antes de la comunión sacramental había que lograr, cosa que se logró, un cambio de actitud y un cambio de lenguaje. Eso creo que se consiguió y por eso me voy completamente satisfecho, sumamente feliz”.