Los cubanos Carlos y Dolores González son un matrimonio de más de 30 años pero basta verlos para saber que se aman y se cuidan como desde el primer día.
Para él, además de su familia, uno de sus más grandes amores es la guitarra y por muchos años, en su natal Cuba, fue músico en la orquesta de Albita Rodríguez.
Hoy, muchos años después de radicarse en los Estados Unidos, emprenden juntos la aventura de renunciar a todo lo que de alguna manera impone el mundo consumista, para vivir en libertad en una pequeña casa de 130 pies cuadrados.
“Hace falta algo en la vida que te haga reflexionar y te haga dar un paso atrás y mirarte a ti mismo. Ese algo fue el cáncer de Loli (Dolores) nosotros nos replanteamos todo y dijimos bueno qué estamos haciendo y dentro de toda la tragedia, era un buen momento para empezar de nuevo”, dice Carlos.
El 2014 no fue un año sencillo para los González. A Loli le fue diagnosticado cáncer de seno casi en estadio 4, células cancerígenas fueron encontradas en sus axilas y ambos pulmones. “El médico me dijo que ella tenía 50% de probabilidades de sobrevivir. Yo trabajaba en la madrugada y durante el día estaba con ella en el hospital […] fueron tiempos muy difíciles y decidimos que si todo salía bien y ella sobrevivía al cáncer nuestra vida cambiaría completamente y así fue”.
“Ya los niños estaban yendo a la universidad y decidimos que lo más importante era el tiempo y queríamos sacarle partido de la mejor forma posible. Así surgió la idea de la Tiny House”, afirma.
“A Loli le gustaban mucho los programas de Tiny Houses y para nosotros fue una terapia y una excusa para pensar en otra cosa fuera del tratamiento del cáncer. La construcción duró dos años, exactamente lo que duró su tratamiento. Fue algo que nos ayudó muchísimo” recuerda.
Carlos construyó la casita sobre una plataforma con ruedas frente a la que era su casa. Sin tener experiencia más allá de lo que veían que podían adaptar a su proyecto, sin planos y sin la ayuda de nadie más que de su esposa quien de vez en cuando le ayudaba a instalar cosas grandes o pesadas; así construyeron con sus manos lo que es literalmente su nidito de amor.
Ya terminada la casita Loli y Carlos tenían que buscar un lugar donde ponerla y apareció un terreno a las afueras de Saugerties (New York). “Un lugar lejísimos pero precioso muy cerca del Río Hudson, que nos costó 12 mil dólares nada más y lo pagamos a plazos. Todo lo que tenemos que pagar en impuestos por ese terreno son solo $500 al año”, comenta Carlos.
“En el proceso nos deshicimos de todas las tarjetas de crédito, pagamos las deudas, teníamos dos casas y vivíamos en una de ellas donde habían cuatro habitaciones, tres baños. Teníamos un bote y dos carros nuevos y ahora no tenemos nada de eso. ¡Es increíble cómo funciona que tú te quitas cosas materiales y sientes el alivio”, dice él con un gesto liberador.
Para ellos esto ha sido una aventura muy agradable que sobretodo les ha regalado tiempo pues de lunes a viernes están en casa y los fines de semana trabajan. “No sabemos si esa situación se pueda mantener o quizá tengamos que regresar a trabajos de tiempo completo pero lo cierto es que encontramos otro estilo de vida diferente y muy relajado. Bajamos muchísimo el ritmo pero para bien, estamos viajando muchísimo más, disfrutando del éxito de nuestros hijos y estamos más cerca de la vida”, asegura.
Al escuchar a Carlos hablar de cómo su amada Loli sobrellevó la enfermedad, es evidente ver en sus ojos cuánta admiración siente por ella. “Loli es una persona muy fuerte y si me hubiera pasado a mí, yo me hubiera pasado dos años llorando”, dice.
Actualmente Loli está en remisión, tras haberse sometido a una doble mastectomía. Los días de raparse la cabeza antes de ver caer su cabello quedaron atrás. Jamás sintió pena de su cabeza calva, por el contrario la lució con plena entereza y dignidad donde quiera que iba.
Lola’s Tiny Farm