Uno de los elementos más fascinantes del Sínodo 2015 ha sido la manera en que se han descrito los desacuerdos.
Nadie niega que en la Sala del Sínodo se han producido enérgicos desacuerdos. Pero el desacuerdo sobre qué significan esos desacuerdos casi se ha convertido en uno de los temas del Sínodo.
Algunos periodistas han tratado de caracterizar la discusión como un conflicto entre “conservadores” y “progresistas” o “reformadores” y “tradicionalistas”. Nos pintan el cuadro como una batalla sobre el lenguaje que usa la Iglesia y sobre si la misericordia de Dios puede o no ser expresada otorgando a los obispos libertad para readmitir en ciertos casos a católicos divorciados, y vueltos a casar civilmente, al sacramento de la Eucaristía.
De acuerdo con esa perspectiva, los que se oponen a los cambios sobre este tema son también los críticos del procedimiento establecido para el Sínodo, que creen que el papa Francisco ha manipulado el proceso para propiciar el resultado que él desea.
Sin embargo, aunque es cierto que estos temas han estado en la raíz de debates a veces caldeados, no es tan fácil agrupar a los participantes en dos fracciones opuestas.
Consideremos, por ejemplo, el caso de monseñor Mark Coleridge, el arzobispo de Brisbane en Australia, cuyo blog sobre el Sínodo ha sido de lectura obligatoria en estos días. Él ha criticado varios aspectos del nuevo mecanismo del sínodo, le ha dicho a la prensa que los sínodos anteriores eran “más claros, sosegados y mejor organizados”. Y como muchos otros padres sinodales, no es un admirador del documento de trabajo, o Instrumentum Laboris (IL), que ha recibido el sobrenombre de “Instrumentum Laborious” (“documento trabajoso”). El Instrumentum Laboris, dice monseñor Coleridge, es un marco muy endeble para soportar el peso que se le ha puesto encima.
Por otra parte, también opina, como la mayoría de los padres sinodales, que este ha sido el sínodo más dinámico, libre y abierto que se haya celebrado, un auténtico ejercicio de discernimiento en el que el caos ha sido una consecuencia inevitable de la libertad. El Arzobispo cree que “algo emergerá de la efervescencia” que ha producido el Sínodo, y ha criticado duramente las expresiones de miedo o desasosiego que se han escuchado en el Sínodo y fuera de éste.
Ahora bien, monseñor Coleridge mira con escepticismo la iniciativa alemana —apoyada por un grupo de obispos europeos y latinoamericanos— para que se readmita al sacramento de la Eucaristía a los católicos divorciados y vueltos a casar civilmente, y señala que al menos en los cuatro grupos de lengua inglesa tal iniciativa es rechazada por amplia mayoría.
Sin embargo, monseñor Coleridge ha sido uno de los más destacados partidarios de adoptar un nuevo lenguaje pastoral, arguyendo que términos como “inclinación desordenada” en relación con la homosexualidad, o “indisolubilidad” en relación con el matrimonio, no se comprenden en la sociedad contemporánea. La palabra “indisolubilidad”, por ejemplo, sugiere la idea de una cadena opresiva en lugar de la fidelidad para toda la vida, y los homosexuales al escuchar “desordenado” sienten que se refiere a ellos mismos, no a sus deseos.
Como dijo monseñor Blase Cupich, el arzobispo de Chicago, que es uno de los prelados invitados al Sínodo por el Papa, “tenemos que hablar a las familias como las familias se ven a sí mismas…”. “Si de veras queremos que los demás reciban el mensaje ellos tienen que darse cuenta, por la manera en les hablamos, que nosotros sabemos cómo viven”.
En el “amplio centro” del Sínodo se escucha un llamado a ofrecer no sólo un lenguaje más fresco, una bienvenida más cálida y un mayor apoyo a los que han sufrido el dolor del divorcio y la ruptura de una relación, sino también una preparación más sólida y profunda para el matrimonio.
El cardenal Daniel Di Nardo, de Galveston-Houston, vicepresidente de la Conferencia Episcopal de EE.UU., dice que ha surgido un amplio consenso a favor de ofrecer un “RCIA para parejas”, es decir, un programa similar al rito de iniciación cristiana que ofrece la Iglesia a los adultos que deciden recibir el bautismo.
“Los obispos dicen que la preparación tiene que comenzar mucho antes y que tiene que ser más profunda, no simplemente un proceso que termina con la boda”, dijo el cardenal Di Nardo. “Tenemos que ayudarlos a verse a sí mismos como discípulos que se van a casar, no simplemente como personas que tienen que cumplir a la carrera ciertos requisitos formales.”
El informe final del Sínodo, que se someterá a votación párrafo por párrafo el sábado, ofrecerá una instantánea de dónde está el consenso, y dónde quedan desacuerdos por solucionar.
A partir de ahí, sólo una persona tiene poder de decisión. El papa Francisco tiene la libertad y la responsabilidad de poner en práctica las recomendaciones del informe o ignorarlas… o usarlas como base para un documento magisterial o disposiciones ejecutivas.
El Papa ha estado presente en todo el Sínodo, observando y escuchando serenamente, discerniendo los espíritus. A fin de cuentas, no serán los votos los que lo inclinen a tomar decisiones, sino lo que él sienta que venía de Dios en el Sínodo, así como cuáles fueron meras tentaciones del diabolos, el gran separador.
Al igual que la primera asamblea sinodal que se narra en los Hechos de los Apóstoles, en Jerusalén, al final intervendrá Pedro y tomará la decisión basándose en el conocimiento que viene de Dios.
El Sínodo puede parecer a veces una asamblea o parlamento donde todos discuten, por termina con el Sucesor de Pedro tomando la decisión que él cree que refleja la voluntad de Dios.
Ese es el estilo católico.
Austen Ivereigh es un escritor inglés que recientemente publicó una biografía del papa Francisco, El gran reformador: Francisco, retrato de un papa radical”.