San Pablo le dice a los Tesalonicenses en su Primera Carta 5,18: “En todo den gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de ustedes”. Este versículo ha llegado a ser el lema de mi vida. Lo tomé en un momento en el que parecía que estaba en un túnel largo, oscuro y sin salida. Dios, que no nos abandona, que camina con nosotros, aún cuando no sentimos Su Presencia, nos sale al camino con ángeles que hablan por Él. La misma persona que estaba pasando por la desgracia que lo afectaba más a él que a mí me dijo la siguiente frase: “Le doy gracias a Dios por lo que me ha pasado; usted debe hacer lo mismo”.
Frente a los últimos desastres y tragedias que hemos vivido el pasado mes de octubre me he maravillado con la respuesta que han dado muchas víctimas de huracanes, terremotos, masacres e incendios. Al preguntarles cómo están, a pesar del dolor que atraviesan, a pesar de haber perdido lo que tenían, y aún después de enterrar a sus muertos, contestan sin titubear: “¡Gracias, estoy bien. Dios va a ayudarnos!”.
Ah, no me queda la menor duda que la Gracia de Dios está con ellos. La prioridad de sus vidas ha cambiado. Estar bien significa tener vida. Tener un techo, luz y agua en los grifos ha pasado a un segundo plano. Agradecen la mano que se les extiende con una botella de agua, con un plato de comida, con una sonrisa o un abrazo; y aunque el futuro se ve incierto confían en que con su fuerza interior, que no es otra cosa que la Gracia de Dios, van a poder volver a empezar. Confían en que Dios tocará otras manos que se extiendan a ellos para ayudarlos en el duro peregrinaje de sus vidas. La Carta de San Pablo a los Romanos 8,28 dice: “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman”. Este “para qué” es el enfoque que debemos tener cuando la desgracia toque nuestras puertas; y cuando la pregunta del “¿por qué yo, por qué me pasan estas cosas?” circunvale en nuestras mentes.
También dice San Pablo en esta misma carta (12:2) que debemos renovar nuestra mente, pues ello nos llevará a distinguir cuál es la voluntad de Dios. Y es que en la mente se incrustan nuestros pensamientos, heridas y proyectos que a su vez se anidan en el corazón.
Para renovarnos, siguiendo el consejo de San Pablo, sería bueno enfocarnos todos los días en la parte buena de todo lo que nos pasa, mirar al cielo y dar gracias. Con el tiempo formaremos un hábito de gratitud que poco a poco irá sanando las heridas del pasado; irá preparándonos a superar las luchas del presente; y nos entrenará a mirar el futuro con un corazón agradecido que nos llevará a vivir con paz y alegría.
“La alegría brota de un corazón agradecido. Pidan la gracia de la memoria para hacer crecer el espíritu de gratitud”, nos ha dicho el papa Francisco. En medio de tantas malas noticias, sería bueno hacer una lista de todo lo bueno que Dios nos ha dado, y clamar con el Salmista: “¡Bendice alma mía al Señor, nunca olvides sus beneficios! (Salmo 103,2). ¡Feliz Día de Acción de Gracias!