En el Salmo 39, 8-9 recitamos: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. En medio del sufrimiento he repetido este Salmo con dolor, y hasta con dificultad. En mi oración, le he preguntado a Dios: ¿Y esta plaga, es tu voluntad Señor? Admito que somos pecadores y nos hemos salido de tu camino, pero estoy convencida que tu Misericordia es más grande que nuestros pecados. Mira que hay muertos y enfermos por millares; miedo, ansiedad, hambre, soledad y desesperación en el mundo. ¿Es esta tu voluntad Señor? “
Mi corazón latió fuertemente cuando vino a mí la imagen de Jesús en el huerto, sudando sangre y clamando: “Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22,42). Mi corazón dio otro vuelco al sentir la imagen del Jesús crucificado que llevo en mi pecho, al escuchar su voz debilitada clamando y reclamando: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Ahí está la respuesta. El sufrimiento es parte de la humanidad. Por eso Jesús lo asumió y nos enseñó cómo sacar algo grande de él.
El sacerdote Raniero Cantalamessa, predicador del Papa, en su reflexión del Viernes Santo del 10 de abril nos dijo que el sufrimiento de Cristo lo entendemos mejor por sus efectos que por sus causas. La cruz ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. Ya no es un castigo, una maldición. Él bebió de la misma copa que estamos bebiendo, mostrándonos que la bebida no está envenenada, sino que hay una perla dentro de ella.
Nos sigue explicando que Dios Padre ha permitido que la libertad humana siguiera su curso, haciendo que sirviera a su plan, no al de los hombres; y que esto aplica también para desgracias naturales como los terremotos y las pestes. Dios no los suscita, pero ha dado también a la naturaleza una especie de libertad, distinta sin duda, de la libertad moral del hombre. Le ha dado la libertad de evolucionar según sus leyes de desarrollo. No ha creado el mundo como un reloj programado. Es lo que algunos llaman la casualidad, y que la Biblia, en cambio, llama “sabiduría de Dios”.
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En su artículo Is the Coronavirus Pandemic a Judgment From God? ¿Es la epidemia un castigo de Dios? (National Register, abril 8), Mary Healy, teóloga y profesora de Sagradas Escrituras en el Seminario Mayor del Sagrado Corazón en Detroit, nos recuerda que la teología católica distingue entre la voluntad perfecta y la voluntad permisiva de Dios. “Dios es luz, y en Él no hay oscuridad en absoluto” (1 Juan 1,5). Por tanto, de Él no puede salir ningún mal ni enviar el mal a nadie. Sin embargo, lo permite porque puede sacar grandes bienes de su impacto transformativo.
Precisamente, el papa Francisco en la homilía de la Bendición Urbi et Orbi, el pasado 27 de marzo, refiriéndose al pasaje de la tormenta en la barca (Mc 4,35), nos lleva a reflexionar sobre la transformación a la que nos puede conducir esta epidemia. Los discípulos despiertan a Jesús porque tienen miedo de perecer. En la tormenta de hoy Jesús nos despierta y anima a tener fe, a ser solidarios, a reflexionar. “Hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo, codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta. Continuamos imperturbables pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”. El pueblo hebreo aprendió a escuchar la voz de Dios en medio de las plagas y el exilio.
Los discípulos de Jesús aprendieron que Él está siempre ahí, aunque no se nos muestre; aprendieron que el sufrimiento conduce a la santidad porque así se los enseñó el Maestro con su vida, muerte y resurrección. San Pablo, quien hizo del sufrimiento un medio de evangelización e intercesión, entendió muy bien la voluntad de Dios cuando le escribió a Timoteo: “La voluntad de nuestro Padre es que todos se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Timoteo 2, 3-4).
¡En esta hora de sufrimiento, ayúdanos Señor a encontrar los medios para hacer Tu Voluntad!