Columna del editor

Feliz de servir a Dios hasta el momento de partir

"El testimonio de vida más esencial que puede ofrecer un sacerdote a los fieles es ser feliz", dice nuestro director en su obituario de Mons. Perfecto Vázquez.

Dos semanas antes del Día de Acción de Gracias murió Mons. Perfecto Vázquez, a quien tantos de nosotros conocimos y quisimos. Este mes habría cumplido 86 años. Pero cuando uno conversaba con él era difícil imaginar una persona más juvenil. Estaba oficialmente retirado hace años, pero tampoco era fácil hallar un sacerdote más activo que él en esta diócesis… o en cualquier diócesis.

Mons. Perfecto solía venir por las oficinas de Nuestra Voz y el Tablet cada vez que se le hacía camino o deseaba hablar con Ed Wilkinson o con este servidor. Generalmente lo hacía cuando se acercaba algún evento importante del Movimiento de Cursillos de Vida Cristiana, pero a veces pasaba solo a saludar.

El testimonio de vida más esencial que puede ofrecer un sacerdote a los fieles es ser feliz. Y sería difícil hallar un sacerdote más feliz que Mons. Perfecto. Entraba en la oficina, me preguntaba por la familia, me decía cuál era la misa, el evento o la peregrinación que deseaba que el periódico cubriera, y luego se ponía hacer chistes, ráfagas de chistes breves, ingeniosos.

Obituario de Mons. Perfecto cadena Telemundo 47 Nueva York

La cadena Telemundo 47 recordó en su noticiero a Mons. Perfecto Vázquez, primer sacerdote hispano de nuestra Diocese of Brooklyn, y director espiritual del movimiento Cursillos de Cristiandad en la diócesis, quien falleció el pasado viernes, 9 de noviembre en Elmhurst General Hospital. Mons. Perfecto, un clérigo vital y activo de 86 años, natural de Galicia, era muy querido en nuestra comunidad. Descanse en paz

Posted by Nuestra Voz on Tuesday, November 13, 2018

Mis colegas que no hablan español se quedaban como imantados observándolo, oyéndolo hablar a toda velocidad en su inglés sonriente que ellos a veces no entendían, pero de todos modos seguían escuchándolo.

Después de sus chistes, solía hablar exclusivamente de planes, proyectos, iniciativas, viajes que pronto emprendería, peregrinaciones que oragnizaría a España o a Tierra Santa, retiros y sesiones de formación.

Durante nuestras conversaciones, nunca lo escuché quejarse. Hace unos meses tuvo una caída que lo llevó al hospital y me contó la anécdota divertido, como si fuera otro de sus chistes.

Sólo hablaba de sí mismo cuando uno le preguntaba. Y claro, yo le preguntaba. Había nacido en Galicia, la región más pobre de España, tres años y medio antes de la Guerra Civil. Es fácil suponer que su infancia, en medio de la guerra, tiene que haber sido muy dura, pero él no decía nada sobre esa época.

Sí me contó, con una emoción que seguía intacta 78 años después, que había entrado al seminario a los ocho años de edad. El seminario menor quedaba aparentemente lejos de la casa de su familia. Sería la distancia, la disciplina del seminario o la guerra, pero el caso es que Mons. Perfecto pasó varios años sin ver a los suyos.

Lo curioso era escuchar el cuento de sus labios. Él no mencionaba la guerra, ni los días en que extrañaba a sus padres y a sus hermanos y su casa. No, él solo estaba interesado en contarme la alegría que sintió cuando varios años después pudo regresar a su hogar —“¡por un día!”, me decía—, para abrazar a su familia.

En su recuerdo lo importante no eran los años en que había sufrido por aquella separación, sino la alegría del reencuentro. Quizás ese cuento bastaría para retratarlo en toda la extensión de su bondad, de su alegría, de su inocencia elegida. Y sin embargo, sería un error confundir su alegría con superficialidad o simpleza.

Mons. Perfecto había estudiado en la abadía benedictina de Samos, e hizo sus estudios de teología en el Monasterio de Samos. Se ordenó en 1956 como sacerdote benedictino. Luego lo enviaron a estudiar a la Universidad de St. John’s, en nuestra diócesis, donde obtuvo una maestría en matemáticas.

Más tarde lo destinaron a Puerto Rico, donde fue maestro y administrador del Colegio San Benito. Años después decidió que quería ser sacerdote diocesano y vino a Brooklyn, donde estaba incardinado desde 1975.

En nuestra diócesis, Mons. Perfecto fue por muchos años director espiritual del Movimiento de Cursillos de Cristiandad.

El 10 de junio pasado tuve la oportunidad de estar con él en la peregrinación de los cursillistas al Santuario Nacional de Nuestra Señora de Częstochowa en Doylestown, Pensilvania. Más de 2000 personas participaron en la peregrinación. Mons. Perfecto estaba ese día más radiante que costumbre.

“Es una alegría ver a tantos Cursillistas juntos, especialmente por su compromiso,” me dijo. “El objetivo de pertenecer al movimiento de Cursillo es convertirnos en mejores cristianos”.

Al final de la misa, Mons. Octavio Cisneros, obispo auxiliar de Brooklyn, que fue el celebrante principal ese día, rindió homenaje a Mons. Perfecto. “Desde su jubilación ha estado trabajando más que nunca”, explicó el obispo. “Podría haber sido elegido pasar tiempo descansando y disfrutando los deliciosos vinos y quesos de su natal Galicia, pero prefirió seguir trabajando incansable por la evangelización de los hispanos y por su amado movimiento de Cursillos”, dijo. Sus palabras fueron seguidas por una fuerte ovación de los miles de fieles presentes.

El dolor que sentimos, le dije a una colega el día que murió Mons. Perfecto, es por nosotros, no por él. Él se mantuvo trabajando sin descanso, como le gustaba, por su pueblo y su Iglesia, hasta el día antes de partir. Y recibirá ahora el premio que mereció. Somos nosotros los que nos hemos quedado un poco más solos, un poco más pobres sin Mons. Perfecto. Quiera Dios que su sonrisa constante y su entrega infinita nos sigan inspirando a “convertirnos en mejores cristianos”, como me dijo aquel día luminoso de junio.