El padre Frank Black nació en Kingston, Jamaica, el 14 de abril de 1954. Es el mayor de tres hermanos de un matrimonio mitad católico y mitad no. ¿Cómo puede ser? Pues bien, su madre era sumamente católica mientras que su padre no lo era.
Frank se mudó con su familia a Nueva York cuando él tenía tres años. Su padre tuvo que conseguir dos trabajos mientras que su madre, quien había crecido en una familia jamaiquina económicamente acomodada, decidió quedarse en casa para criar a sus pequeños, una tarea nada fácil para ella. “Ella no sabía que para cocinar un pavo debía ¡quitarle la envoltura plástica!”, exclama el padre Frank todavía sorprendido con la anécdota.
La madre de Frank hizo las gestiones para que él ingresara a escuela católica de Santa Teresa de Ávila y allí permaneció hasta completar el jardín y el primer año. Posteriormente la familia Black se mudó a Springfield Gardens, en Queens, donde Frank estudió en la escuela católica Christ The King, luego que en un principio le fuera negado el cupo.
Su padre siempre se opuso a que sus hijos crecieran en un ambiente católico, sin embargo su madre siempre lograba salirse con la suya y buscaba que sus hijos recibieran su educación en escuelas católicas.
Así, Frank se graduó de la escuela secundaria en 1972 y decidió seguir la vida sacerdotal ya que siempre recordaba, a pesar de su corta edad, a un sacerdote de la congregación misionera pasionista en Jamaica que había sido muy especial con él y con su familia y de quien luego supieron había muerto a causa del cáncer.
A lo largo de sus estudios en la secundaria la idea de entregar su vida a Dios comenzó a rondar la cabeza de Frank. Un buen día fue a la rectoría y el pastor le preguntó qué le gustaría ser cuando saliera de la escuela. “Ser sacerdote”, fue la respuesta que marcaría el rumbo de su vida ya que por recomendación de aquel pastor y de otros sacerdotes, Frank fue a terminar sus estudios a Cathedral Preparatory School and Seminary, donde vivió, según él mismo dice, cuatro inolvidables años de su vida contando con la guía de “unos sacerdotes increíbles”.
Para entonces Frank se debatía entre dos caminos: ser médico o ser sacerdote. Recibió becas de las escuelas de medicina de las universidades de Georgetown y Johns Hopkins. Sin embargo el designio del Señor fue que salvara no vidas sino almas. “Hice mi solicitud el último día para ingresar al seminario de Douglaston […] hasta el día de hoy no estoy seguro por qué dije que sí. ¡Si mi papá me quería matar! Estaba muy enojado y me decía que él no pagaría al seminario”.
En 1972 ingresó a Douglaston y luego fue al seminario mayor en Huntington. En 1980 el obispo de Brooklyn de la época, monseñor Francis Mugavero, lo ordenó como sacerdote. Aquel día recibió el primer abrazo de su padre en muchos años, mientras que su madre lloró de alegría durante dos días.
El padre Frank Black fue asignado a la parroquia la Presentación de la Santísima Virgen María en Jamaica, Queens. Once años después de haber salido de allí, aún recuerda esa época con inmenso cariño y agradecimiento.
Él recuerda bien sus primeras misas. “Yo no sabía lo qué estaba haciendo… sentí que me desmayaba o que iba a tener un accidente en mis pantalones. Salí y dije ‘wow’ y fue cuando el sacerdote que estaba conmigo me dijo, ‘debes empezar con la señal de la cruz, tonto’”, relata el padre Frank con una emoción como si hubiera regresado en el tiempo.
Los padres de Frank se habían mudado a la Florida tiempo atrás y su salud se deterioró, razón por la cual él pidió permiso al obispo de Brooklyn de aquel entonces, monseñor Thomas Daily, para trasladarse a la Florida y poder estar pendiente de sus padres. Allí estuvo desde 1991 hasta 1996 en la iglesia la Natividad en Hollywood, Florida. Seis meses después de su llegada su padre murió y cuatro años más tarde falleció su mamá.
Recibió entonces una comunicación del Obispo de Brooklyn en la que le expresaba sus condolencias y le pedía que regresara. Así, en 1996 le fue asignada la parroquia San Bartolomé en Queens, donde estuvo hasta el año 2000. Posteriormente el padre Frank sirvió por doce años en la parroquia San Lorenzo, en Brooklyn, y por último en 2012 fue asignado a la parroquia de San Mateo, donde sigue como pastor hasta hoy. Actualmente él sirve también como pastor en las parroquias de Nuestra Señora de la Caridad y San Gregorio Magno, iglesias que fueron fusionadas a San Mateo y conforman una sola comunidad parroquial.
El padre Black aprendió los fundamentos del español en la escuela. Siendo seminarista, en el verano de 1979 fue a un país que aún es dueño de su corazón: Guatemala. Allí perfeccionó su español. El padre recuerda que en aquel entonces “los sacerdotes que aprendían español iban a parroquias pobres mientras que si aprendían italiano iban a parroquias ricas… Para mí siempre ha sido tan bonita la gente que se cría con arroz con pollo y música, esa es mi gente”, bromea el padre Frank en su buen español.
En medio de la entrevista noté que al padre Frank le duele la mala campaña que ha surgido contra los sacerdotes de la Iglesia Católica pero reconoce la presencia y obra del Espíritu Santo en la elección del Santo Padre cuya trasparencia y contundencia han permitido un renovado ambiente de confianza entre los fieles católicos y también entre las personas que no lo son. Yo, por mi parte, seguí unos minutos más siendo testigo del gran gozo en las palabras del padre Frank, de su sencillez, de su calidez, de su franqueza y de su buen humor.
Uno de los retos más grandes para el padre Frank han sido crear conciencia entre los feligreses sobre la necesidad de apoyar económicamente las obras de mantenimiento en las parroquias ya que existe “una idea equivocada de que el dinero cae del cielo para la diócesis y para sus iglesias”. A veces no nos damos cuenta de que nuestros templos son edificaciones antiguas que requieren permanente reparación y mantenimiento.
Así mismo, el padre Frank afirma que existen ciertos prejuicios que a veces se tienen de los hermanos nacidos en otros países. “Yo soy jamaiquino y estoy aquí no solo para mis hermanos jamaiquinos sino para todo el que me necesite”. Para el padre, en la Iglesia Católica debemos hablar de la iglesia universal, pues católica significa “universal”. El sacerdote debe poder hablar de la fe a todos, sin importar su nacionalidad ni sus costumbres.