Historias

Hambre de amor en tiempos de COVID-19

Febrero, el mes del amor, nos recuerda y anima con chocolates y corazones que debemos celebrar el amor. Sin embargo, las preguntas borbotean en nuestro cerebro.

¿Cuándo podremos abrazar a los que se fueron para siempre sin recibir nuestro abrazo de amor?

La respuesta nos paraliza el alma: ¡En este mundo, nunca más!

Muchos vieron al ser querido por última vez cuando la ambulancia los llevó al hospital. Muchos los vimos en una videollamada o en el Zoom.

El recuerdo hace palpitar el corazón rápidamente; el vacío del luto se hace presente y el deseo de ver al ser querido de nuevo se agiganta con una hambre de amor que nada la saciará.

El consuelo es mirar al cielo implorando la gracia del amor de Dios. ¿Cuándo nos podremos reunir en familia? ¿Cuándo podremos recibir abrazos sanadores de los seres amados? ¡Cuando nos vacunemos!, responde la esperanza; ¡cuando Dios quiera!, responde la fe.

Y mientras tanto, el hambre de amor sigue creciendo porque los contagiados, y efectos del contagio siguen. Las víctimas del virus deben aislarse en sus casas, y con síntomas o sin síntomas, deben sufrirlos en soledad.

Los más enfermos acuden a los hospitales, y solos en sus cuartos, sin poder ser visitados por sus seres queridos, buscan de diferentes formas saciar su hambre de amor.

Las luces reflectoras, las batas blancas, los rostros cubiertos con mascarillas, les hace anhelar como nunca una voz y unas miradas que les suene a caricias de amor, de ánimo y de esperanza.

Y mientras los números de los contagiados suben y la lista de muertos crece cada día, el resto del mundo sigue andando. Muchos parecen haber caído en la indiferencia, como si sus sentimientos se hubieran congelado; o como si el cansancio hubiera mutilado sus fuerzas.

Y es que, a este punto, después de once meses de pandemia, cada uno sobrevive y entierra sus muertos como puede.

El camino de la pandemia se ha hecho largo. No hay fiesta en el calendario que no hayamos cruzado.

Todo empezó en marzo del 2020. Ya llegó febrero del 2021, el mes del amor, la fecha que nos faltaba para completar el año. ¿Cómo celebrarla? Los terapistas dicen: “Abrácese usted mismo”.

La Iglesia te enseña: “Déjate abrazar por Dios”. El corazón humano practica el primer abrazo, y anhela el segundo; pero busca desesperadamente un tercer abrazo: uno que sacie el hambre de amor del corazón humano.

El mundo externo habla más de malas noticias que de buenas. Las malas nos hablan de crisis políticas, de un aumento en suicidios, de jóvenes deprimidos, de niños que lloran más de lo común, de familias donde se ha desarrollado la violencia doméstica, de parejas que han roto sus compromisos de amor; de mesas donde falta la comida y de desamparados que no pudieron pagar sus rentas; de Iglesias semivacías; y mucho más.

¿Dónde están las buenas noticias? ¿A dónde te fuiste amor? Las respuestas podemos encontrarlas mirando la Cruz.

Allí está la esperanza, el verdadero amor, el incondicional, el que nunca falla. En el mes del amor recitar una poesía puede sanar el alma.

El soneto “A Jesús Crucificado”, del siglo XVI, atribuido a algunos autores, entre ellos, a Santa Teresa de Ávila, nos puede ayudar.

Recitemos la siguiente estrofa mirando la Cruz:

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte clavado en esa cruz / y escarnecido; muéveme el ver tu cuerpo tan herido; muévenme tus afrentas y tu muerte.

Los invito a completarla con sus propios versos.

Este es el mío:

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte en la mirada incierta del niño y desvalido muéveme el verte en el mundo tan herido muéveme tu amor entregado /con tu muerte.