Enrique del Risco es licenciado en Historia y doctor en Literatura Latinoamericana. Es profesor de Literatura y Lengua Española en la Universidad de Nueva York. Ha publicado cinco libros de narrativa. “Enrisco” es el pseudónimo con que el escritor publica sus textos de humor, que en las últimas décadas suman ya cuatro libros y cientos de artículos en numerosas publicaciones de Estados Unidos y el mundo hispanohablante. Esta columna es la primera de una serie en la que Enrisco comentará con humor diferentes aspectos de la presencia hispana en Nueva York a través de la historia.
ESTE ARTÍCULO VERÁ LA LUZ a unos días del Columbus Day de 2017 que no sé si será el último. Y es que por donde quiera el Almirante está siendo declarado persona non grata. O estatua menos grata. La más visible en la ciudad, la que está encaramada en Columbus Circle desde 1905 ha sido puesta en cuestión. Primero fue la alcaldía la que anunció que iba a revisarle los antecedentes penales a las estatuas situadas en la ciudad. No fuera a ser que alguna de ellas correspondiera a personalidades con comportamiento criminal, inmoral o rico en colesterol.
La iniciativa correspondió al alcalde Bill de Blasio, quien llamó a revisar todos los monumentos que puedan ser tomados como “símbolos de odio”. Un poco como Terminator: se trataba de ajustar cuentas con el pasado para proteger el presente. Por supuesto que cuando el alcalde habló de eliminar estatuas no pensaba en Colón. Para los italoamericanos, como el alcalde, Colón es italiano. O sea, intocable. Como Garibaldi o los Corleone. (Sobre todo los Corleone: en parte por ser una familia compuesta exclusivamente por guardaespaldas y en parte por ser personajes de ficción). Pero la concejal Melissa Mark-Viverito, boricua de nacimiento —y, como su nombre lo indica, de pura estirpe taína— no piensa igual. Considera que Colón es “una figura controvertida para muchos” que, como ella, tienen sus raíces en las islas Caribe.
“Cuando tienes que mirar la historia debemos hacerlo de una forma completa y clara”. Y en la versión de la Historia según Mark-Viverito, Colón representó la avanzada del proceso de colonización de América (que es más o menos como la gentrificación a nivel de todo un continente en lugar de un barrio, solo que más sangrienta y menos hipócrita) y del exterminio de los indígenas. (Da igual que Colón no matara indígenas directamente: ante la inocencia inmunológica de los indígenas bastaba toser un par de veces en el Caribe para despoblar islas enteras).
Pero por atrevido que parezca el celo de Mark-Viverito, la alcaldía de Los Angeles ya se le había adelantado. En Lalaland ya han eliminado el Columbus Day para reemplazarlo por el Indigenous Peoples’ Day. No parece la mejor idea del mundo, incluso en la ciudad que nos ha dado a las Kardashians. Es como si para celebrar tu cumpleaños escogieras la fecha en que tu abuela se encontró con su futuro asesino. O a menos con aquel que la contagió con una enfermedad de la que nunca se ha recuperado.
Tal decisión invita a asumir que a) la tan celebrada hispanidad es el nombre comercial de un genocidio y b) que bajo ningún concepto debemos venerar a personas que hayan cometido malas acciones. Y por lo que se sabe Colón era, cuanto menos, bastante marañero. Un tipo que si se encontraba un indígena asumía que era de su propiedad y se lo llevaba como souvenir a España: como cualquier turista que regresa del Caribe con un par de maracas. O que si te le rebelabas mejor que renunciaras a usar gafas o sombrero porque lo mismo te arrancaba las orejas que la cabeza. Literalmente.
Ya sé que 500 años de veneración crean hábitos difíciles de abandonar (y ahí está la Universidad de Columbia y el Distrito de Columbia y hasta Colombia, un país entero nombrado en honor al estornudador de indígenas). Pero es mejor que abandonemos tales hábitos: la nicotina es más adictiva y yo llevo 4 años sin fumar. Rectifico: 4 años y 223 días. Es el momento de abandonar las pésimas costumbres del pasado y reemplazarlos por otras más saludables como comer lechuga y venerar personalidades políticamente correctas.
La corrección política se está volviendo tan exigente
que se hace casi imposible encontrar a un ser humano
que resista en un pedestal más de cinco minutos.
El único problemilla es que la corrección política se está volviendo tan exigente que se hace casi imposible encontrar a un ser humano que resista en un pedestal más de cinco minutos. Y no hablo de que a los aztecas les gustaba desayunar tacos de corazón de tlaxcalteca o de la predilección de los caribes por el asado de taíno o de que los incas manejaran su imperio con la misma idea de disciplina de un Kim Jong- un. Digo que al paso que vamos no nos quedará otro remedio que condenar a los guanahatabeyes por exterminar jutías, a los apaches por darles a sus niños juguetes que promovían la violencia o a los mayas por no compartir adecuadamente las tareas de la casa.
Si ya no quedara nadie que poner encima de un pedestal no sería un problema mayor. Malo es que tanto empeño moralizante acabe por exterminar el sentido común. Que una comprensión tan elemental del bien y del mal termine reduciendo nuestras neuronas justo a la cantidad suficiente para entender las telenovelas y los discursos del presidente Trump. Y que, llegados a ese nivel, no importe entender la diferencia.