Opinión

Hay amores que matan

“Hay amores que matan” dicen un refrán popular, y yo agrego que el más peligroso puede ser el amor mal encaminado de los padres sobreprotectores. Este amor no humilla ni hiere, sino más bien se excede.

Nadie nace sabiendo cómo ser padre o madre. Vamos aprendiendo sobre la marcha. Como educadora y maestra de educación especial, quiero ofrecer algunas ideas que podrían ayudar a fomentar la independencia en nuestros hijos e ir de a poco amándolos sin quitarles el precioso regalo de la libertad y la individualidad, tesoros esenciales de todo ser humano.

El primer concepto que debemos enseñarles a nuestros hijos es el de la responsabilidad. Esto significa fomentar el desarrollo del criterio propio, la honradez, el esfuerzo y la constancia. Si trabajamos estas áreas, nuestros miedos —que nos llevan a querer ser sombras de nuestros hijos—, desaparecerán de a poco, pues tendremos la tranquilidad de que sabrán conducirse correctamente sin tenernos a su lado.

El siguiente concepto es el amor. Este concepto es muy amplio, pues desde el punto religioso nos evoca a Dios y desde el punto social abarca la no violencia, la colaboración, la convivencia, el compañerismo, la amistad y la tolerancia. Esta última es muy necesaria en el mundo actual, no solo para los niños que estamos formando sino para los adultos que no la practican.

Otro concepto clave es la justicia. Debemos enseñar a nuestros hijos a conducirse con sinceridad, trabajando en colaboración por un bien común y siendo solidarios, sobre todo con el que carece de todo o sufre más.

El último concepto, también muy importante, es la autoestima que incluye el desarrollo de la confianza en uno mismo, la autonomía y el respeto a sí mismo. Después de respetarse a uno mismo, uno aprende a respetar a los demás.

Cuando un padre quiere ser la sombra de su hijo, no solo deja de inculcarle los conceptos que hemos descrito, sino que tiende a pensar y decidir por su hijo. Sé de muchos padres que hasta creen saber lo que quieren sus hijos aun cuando sean demasiado pequeños para expresarlo. Es decir, los padres se convierten en “los portavoces” de sus hijos. “Es que él no quiere”, “ella quiere esta muñeca”, “ella no va a querer hacerlo”, los escuchamos decir.

Este comportamiento se vuelve más grave cuando los hijos llegan a la adolescencia, ya que entonces buscan su propia identidad y se sienten apabullados. Ese amor sobreprotector no los forma como seres útiles a la sociedad, pues hace que necesiten de la ayuda constante de sus padres.

Demos alas a nuestros hijos. Démosles las armas que necesitan para vivir en una sociedad que demanda seres responsables y justos, con un amor y una autoestima que los motive a trabajar en conjunto por el bien común, empezando por su propio bien. Amemos a nuestros hijos, sí, pero como dice otro refrán: “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.