Queridos amigos, comparto con ustedes una crónica con las primeras impresiones de un misionero argentino recién llegado a Groenlandia, un país situado muy cerca del Polo Norte. El padre Fabio Schilereff, IVE pasó temporalmente por aquella misión y en la actualidad se encuentra misionado en Arizona (EE.UU). Con gran alegría ha querido que comparta esta particular experiencia misionera con todos ustedes. ¡Que les sea de provecho!
En Cristo y María
Emanuel Martelli, IVE
Queridos todos:
Algunas personas me insistieron que cuando llegue a Nuuk, escriba, y citaban los textos del gran Llorente para tener más autoridad en el casi mandato que me hacían. Luego el padre Diego Cano envía una crónica, con las “amenazas” del Jesuita de Alaska para que los misioneros escriban. Teoría que por otra parte confirmó su compañero de formación, el sabio apóstol de China, P. Juan Carrascal, que escribe: “Para ser comunicativo es requisito indispensable el buen humor. El buen humor es la piedra filosofal del misionero. Centuplica las fuerzas y la eficacia de su acción. Es el mejor hospedador, el mejor reclamo, el más deseado solaz, el más apetecido descanso. En este mundo lleno de sinsabores todos se arriman al buen humor, como en invierno al radiador o en verano al ventilador. Un misionero sin buen humor es un religioso sin gracia… por lo menos actual”. Si a todo esto le sumamos que estoy muy lejos para que intenten venir a colgarme… y algunos motivos más, que como dice el Dante, prefiero callarlos, aquí estamos, escribiendo algunas líneas de estas primeras horas en Nuuk, capital de Groenlandia.
Llegamos junto con el P. Gerardus Hauwert hace un poco más de una semana. En estos escasos días no hemos experimentado acontecimientos que podríamos considerar “espectaculares”, no hubo grandiosas nevadas, ni aurora boreal, tampoco notables recibimientos… con decirles que en el aeropuerto nos esperaban los dos sacerdotes del Instituto.
Quería entonces compartir las primeras impresiones, que han sido del todo favorables y alentadoras.
Lo primero para mencionar, pues de hecho es lo primero que impacta, es el paisaje. La nieve, montañas, el mar, casas de madera y marcadamente coloridas, los hielos ‘navegando’ lentamente en el mar, y por supuesto, el frío. El frío que se sufre solo cuando uno sale de la casa y no dentro, como nos puede pasar en nuestra querida Finca. Eso sí, cuando estás fuera, es como que te colocan dos grandes hielos en la cara y así emprendes el camino. Aunque tengas pantalones para nieve, una sofisticada campera y un gorro que cualquier esquimal puede envidiar… y que a mí falta me hace, la cara siempre va estar helada. Así las circunstancias se encargan que el misionero tome conciencia que ha llegado a Groenlandia, sí, ¡a dos pasos del Polo Norte!
La siguiente impresión es la gente. Antes de viajar a Nuuk, estuvimos una semana en Copenhague, y allí fue el primer contacto con la cultura danesa. Gente respetuosa, ordenada, trabajadora, abnegada… y deportiva. Con casi 10° bajo cero, de noche y sobre la nieve, es frecuente encontrar a numerosísimas personas, de todas las edades, corriendo en las plazas. Veremos si podemos inculturarnos en todo…
En Nuuk, los daneses son la minoría y tal vez no conservan tan rigurosamente su idiosincrasia, pues comparten su vida con otras razas y culturas. La mayoría son los groenlandeses, o sea, los famosos esquimales, que como saben, tienen un acentuado rasgo asiático. El padre Llorente relata “Los eskimales son bajos de estatura en general, con cabello, ojos y facciones orientales hasta confundirlas fácilmente con los japoneses y coreanos. Nadie sabe cuándo ni de dónde vinieron; pero se da por supuesto que vinieron a través del Estrecho de Bering o bien en canoas durante el verano, o en trineos sobre el hielo durante el invierno si es que en épocas remotas el Estrecho se congeló de suerte que facilitase el paso de las caravanas. Una vez en Alaska, los eskimales se extendieron por sus costas y con el tiempo llegaron a ocupar una extensión geográfica superior a la ocupada por ninguna otra raza que sepamos; ya que se extendieron desde los confines de las Islas Aleutinas hasta Groenlandia y Labrador, pasando por el norte del Canadá”.
El tercer grupo está constituido por los “criollos” del hielo, o sea, los hijos de los matrimonios entre daneses y groenlandeses. En estas familias se da una mixtura de costumbre. Así por ejemplo, en un cumpleaños la dueña de casa, groenlandesa, me agasajó con cuero de ballena crudo. Y el esposo, danés, me advirtió que él no podría comerlo… imagínense mi situación… y como ella manda, no tuve muchas alternativas ¡vamos con la ballena!
Y en un cuarto grupo podríamos incluir a todos los extranjeros: filipinos, tailandeses, hispanos, africanos, etc.
Tercera impresión: el idioma. Para un religioso que desde novicio estuvo en Argentina, las dificultades con las lenguas de la tierra de misión no eran más que algunos párrafos de grandes misioneros, desde los intrépidos Jesuitas en el Guayrá, hasta tantos sacerdotes y hermanas de nuestra familia, que han afrontado este desafío hace mucho tiempo. Llevo varios días en un mundo donde mi principal medio de comunicación son los gestos. Y por lo mismo he comprobado en carne propia la eficacia irrefutable del lenguaje corporal. Por supuesto que tengo como lazarillo a los otros padres, pero yo no puedo hablar… y eso sí es novedad. Y sin pretender negar la analogía de los “tres clavos” del misionero, pues aprender el idioma es una verdadera prueba, me animo a afirmar que el estudio de la nueva lengua se convierte desde los primeros días, en una de las actividades más importante del neófito misionero y por lo tanto, su mayor entusiasmo y alegría. Forzando los términos, hay una “saludable ansiedad” con el nuevo idioma que lo enfervoriza al recién llegado.
Por último, impresiona lo que comúnmente llamamos “cambio de ritmo” o de actividades. Nuestra vida cotidiana, por varias causas, entre ellas el idioma como indiqué anteriormente, en lo inmediato es más semejante a la de San Benito que a las aventuras del incansable san Francisco Javier. Somos cuatro sacerdotes y pasamos gran parte del día ocupados en la oración, estudio, vida comunitaria, algunos apostolados por internet y quehaceres domésticos. En esto último nos estamos convirtiendo en notables especialistas, hasta he pensado que podríamos aportar nuestro pequeño granito de arena a eventuales crónicas canadienses.
La excepción es el P. Walter Pereyra, primer sacerdote del Instituto que llegó a estas tierras y que por lo tanto ya conoce bien la lengua. Esto le permite asumir varios apostolados y entre ellos vale la pena destacar las numerosas horas de clases de español que imparte a niños de primaria. Como se darán cuenta, es un medio muy apropiado para llevar a Cristo y nada menos que en el cualificado ambiente de la educación.
En fin, este conjunto de realidades genera un clima del todo especial, novedoso, atractivo, donde todo impacta más de lo normal cuando se lo ve con los ojos de aquel que sabe que está aquí porque Jesucristo mismo así lo ha querido. Y que está seguro que lo principal ya está cumplido: hacer presente el Sacrificio de Cristo en la Cruz en cada santa Misa en estos confines de nuestro mundo.
Dios siga bendiciendo a nuestra Familia Religiosa con santas y abundantes vocaciones gracias al esfuerzo y ejemplo de tantos misioneros, especialmente aquellos que con gran alegría y abnegación permanecen en lugares opacados por conflictos bélicos u otras difíciles situaciones.
Fabio Schilereff, IVE