Los judíos en sus fiestas religiosas concluyen siempre con la frase: “El año próximo en Jerusalén”. ¿Por qué esa fascinación por Jerusalén? ¿Cuál es el encanto de esa ciudad? ¿Qué tiene de especial para que todos los judíos se sientan magnetizados por ella? La respuesta es complicada, porque no son solo los judíos, sino los cristianos y musulmanes también sienten una veneración especial por la ciudad.
La larga historia de Jerusalén y su mejor narración se encuentra en la Biblia. Antiguamente, y nos situamos en más de dos mil años antes de Cristo, Jerusalén era la ciudad cananea llamada Urusalim («fundación del dios Salem»). Se la conoce por unos documentos del siglo XIV, conocidas como las “cartas de Tell-el-Amarna”.
El rey David conquista la ciudad y la convierte en la capital de su reino. Refuerza las murallas y construye su palacio con cedros del Líbano. Con el fin de unificar las tribus separadas, trae a la ciudad el Arca de la Alianza, símbolo de todo Israel. Jerusalén se convierte en el centro religioso, administrativo y militar de la nación. Hasta entonces, la liturgia y los cantores ejercían su ministerio ante la Morada de la Tienda de Reunión. Salomón
cumple los deseos de su padre y allí edifica la Casa de Yahvé encima del Monte Moria. Se consolidan todos los actos de culto del país en el grandioso santuario. Allí los fieles peregrinan para celebrar las fiestas de Pascua, de las gavillas y de los tabernáculos. Miles de empleados, sacerdotes, levitas, cantores, músicos, porteros, etc., sirven en el templo. Es en el santo recinto donde el pueblo canta los célebres y milenarios salmos.
Y, ¿por qué tanta atención a esta ciudad? Volvamos a la Biblia. No es fácil resumir lo que dicen los Libros Santos sobre Jerusalén, pues su nombre aparece más de 900 veces en la Sagrada Escritura. Pero ya desde el principio el Señor había prometido: “Instalaré mi nombre en Jerusalén”. Los reyes mandan mensajeros para que el pueblo lleve ofrendas a la Casa de Yahvé a Jerusalén, a fin de celebrar la Pascua en honor de Yahvé, el Dios de Israel.
El profeta Isaías al contemplar a Jerusalén, exclama:
¡Grita de contento y de alegría, oh Sión, porque grande es, en medio de ti, el Santo de Israel! Allí adorarán a Yahvé en el cerro santo de Jerusalén.
En otro momento anuncia:
¡Despierta, despierta, levántate, Sión! Vístete de fiesta,
Jerusalén, Ciudad Santa. Griten de alegría, ruinas de Jerusalén, porque Yavé se ha compadecido de su pueblo y ha rescatado a Jerusalén.
Profetizando sobre los últimos tiempos, dice:
Vendrán a verte y se inclinarán ante ti los hijos de los que te humillaban, y se echarán a tus pies los que te despreciaban. Te llamarán: “Ciudad de Yavé”, “Sión del Santo de Israel”.
De todos los pueblos traerán a todos tus hermanos dispersos como una ofrenda a Yahvé, a caballo,encarro,encarretas,a lomo de mula o de camello. Me los traerán a mi cerro santo en Jerusalén.
A Jerusalén la titulan “el trono de Yahvé”. El Señor mismo declara que su morada está en Jerusalén.
Y sabrán que yo soy Yahvé, su Dios, que habito en Sión, mi monte santo, y Jerusalén será un lugar santo. Mi amor por Jerusalén y por Sión es tan grande que llega a ser celoso.
Son los salmos que con más entusiasmo celebran Jerusalén, especialmente los cantos de peregrinos titulados “canción de las subidas” (los peregrinos suben a Jerusalén). Venían de tierras extranjeras. Al divisar a Jerusalén explotan de Júbilo:
¡Qué alegría cuando me dijeron: ¡Vamos a la casa del Señor! ¡Ya estamos a tus puertas, oh Jerusalén!
Otro salmo reconoce emocionado:
Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, nos parecía estar soñando.
Su amor por Jerusalén lo describen así, gráficamente:
¡Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me seque la mano derecha! Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
La historia de Jesús está jalonada con frecuentes visitas al templo de Jerusalén. Sus padres lo presentan para su consagración. Más tarde se escapa al templo sin avisarles. En su vida adulta Jerusalén se convierte en el centro de sus actividades. El tiene que ir a Jerusalén para cumplir el plan del Padre, porque “allí matan a los profetas”. La ciudad le prepara una entrada triunfal, pero él ya lo anticipaba.
¡Jerusalén, Jerusalén, qué bien matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía!
El arresto del Señor, su juicio ante el Sanedrín, su crucifixión, muerte y resurrección, todos estos hechos tienen lugar en Jerusalén.
Es en la Ciudad Santa donde culmina el misterio de la salvación y comienza el tiempo de la Iglesia. El grupo de apóstoles, acompañados de María, reciben el Espíritu, por el que dan testimonio frente a una multitud de judíos. Allí nace la primera comunidad cristiana y allí mismo se celebrará el Concilio de Jerusalén.
Jerusalén, en definitiva, es la ciudad del Señor y donde usted puede ver sus pisadas, tocar la piedra donde pusieron su cadáver. En Jerusalén se siente uno más cerca de Jesús.
¿Ha soñado alguna vez en peregrinar a la Ciudad Santa?