No hace mucho la insignia más visible en Nueva York era la bandera puertorriqueña. Más que la americana o la M dorada de McDonald’s. Colgando de balcones, de antenas o espejos de carros, de cuellos y muñecas. En forma de toallas, sábanas, pulseras, collares, cortinas de baño. Ahora, con la disminución de la población boricua y el aumento de la hípster, el logo de Starbucks abunda más, pero la versión daltónica de la bandera cubana sigue ahí, resistiendo. Y recordándonos cuál fue la comunidad latina más numerosa y notable en la Nueva York del siglo XX.
El 22 de diciembre de 1895 fue la presentación en sociedad de la bandera. En el llamado Chimney Corner Hall, en la esquina de Broadway con Wall Street, donde boricuas notables como Manuel Besosa, José Julio Henna, Juan de M. Terreforte, Roberto H. Todd, Sotero Figueroa y Arturo Schomburg se reunieron para constituir la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano. El mismo partido que había iniciado la última guerra por la independencia de Cuba meses antes y que prometía que en cuanto triunfara lucharía por liberar a Puerto Rico. Y más de 300 boricuas fueron a pelear a Cuba esperando que les devolvieran el favor.
En dicha reunión se adoptó la que conocemos como bandera puertorriqueña. Juan de M. Terreforte, elegido vicepresidente, declararía más tarde: “La adopción de la bandera cubana con los colores invertidos me fue sugerida por el insigne patriota Francisco Gonzalo Marín en una carta que me escribió desde Jamaica”.
Eso bastó para considerar a Pachín Marín inventor de la enseña que ha servido de escenografía a conciertos de Bad Bunny y Calle 13. Algo muy conveniente teniendo en cuenta que el periodista y poeta Pachín Marín murió luchando por la independencia de Cuba y era primo de Luis Muñoz Marín, gobernador de Puerto Rico entre 1948 y 1964. Así todo quedaba en familia.
Sin embargo, con el éxito de la bandera surgieron disputas por su paternidad. Se dice que el padre de la criatura fue Antonio Vélez Alvarado, periodista radicado en Nueva York desde 1887. En dicha ciudad fue editor de la Gaceta del Pueblo e impresor de los famosos Versos sencillos de su amigo José Martí (más conocidos como “la letra de la Guantanamera”) y de Patria, órgano de los independentistas cubanos. Según el historiador Ovidio Dávila, estando Vélez Alvarado el 11 de junio de 1892 en su apartamento de 219 de la 23 Street de Nueva York se quedó contemplando la bandera cubana que tenía colgando en la pared y al “cambiar la mirada súbitamente, experimentó una ilusión óptica que interpretó como un ‘raro daltonismo’, o sea le provocó que sus ojos invirtieran los colores, lo rojo lo vio azul y lo azul lo vio rojo”. Se habrá dicho: “si le vamos a copiar el mofongo a los dominicanos y el reguetón a los panameños ¿por qué no copiarles la bandera a los cubanos?”. En serio: lo que pensó fue: “… si los cubanos y los puertorriqueños vamos a pelear juntos como hermanos, nada más justo que las banderas sean también hermanas, con una sola inversión de colores”.
Entusiasmado, le envió el diseño de la bandera a Ramón Emeterio Betances pero la respuesta del prócer desde París no fue alentadora: “lo primordial es conseguir la independencia. Después cualquier trapo servirá de bandera”. (Téngase en cuenta que Betances tenía su propio diseño aspirante a enseña nacional que era a su vez una versión de la dominicana. Como el mofongo boricua).
Pachín Marín, amigo de Vélez Alvarado, entró en la “tiradera” con un poema titulado, precisamente, “El trapo”. Si tiempo después lo confundieron con el inventor de la bandera boricua sería porque en esa época no le daban mucha importancia a los copyrights ni tendrían idea del éxito futuro de la bandera boricua en cuestiones de merchandising.
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Enrique del Risco es licenciado en Historia y doctor en Literatura Latinoamericana. Es profesor de Literatura y Lengua Española en la Universidad de Nueva York. Ha publicado cinco libros de narrativa. “Enrisco” es el pseudónimo con que el escritor publica sus textos de humor, que en las últimas décadas suman ya cuatro libros y cientos de artículos en numerosas publicaciones de Estados Unidos y el mundo hispanohablante. Esta columna es la primera de una serie en la que Enrisco comentará con humor diferentes aspectos de la presencia hispana en Nueva York a través de la historia.