Columna del Obispo

La esencia del sacerdocio

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO:
Desde la primera vez que ordené sacerdotes para servir a los feligreses de la Diócesis de Brooklyn en 2004, ya han sido ordenados 96 sacerdotes. Esto significa casi un tercio de los sacerdotes activos de la diócesis. Durante mi episcopado en la Diócesis de Camden, New Jersey, mi madre me acompañó a una de las Ordenaciones para conocer a mis sacerdotes.
Después de la ceremonia, mientras la llevaba de regreso a casa, mi madre me dijo algo que nunca olvidaré: “Ahora ya sé lo que se supone que debe hacer un obispo, ¡formar sacerdotes!”.
Como nos enseña el Directorio para obispos, la relación del obispo con los sacerdotes es fundamental para la vida de la diócesis. El obispo debe ser padre, hermano y amigo del presbiterado y demostrarlo. Y a decir verdad, reconozco que es una responsabilidad muy difícil ser las tres cosas para los sacerdotes.
Sin embargo, durante la vida de un sacerdote y la del obispo, se pueden transitar por todos esos estados. El obispo es el padre de los sacerdotes jóvenes, hermano de sus contemporáneos, y amigo de sus mayores. Ahora que ya he alcanzado el estatus de clérigo mayor, debo ser padre de la mayoría de los presbíteros de Brooklyn y Queens.
La paternidad espiritual
La paternidad espiritual es la verdadera esencia del sacerdocio. Si no comprendes lo que significa ser padre, es casi imposible ser un sacerdote eficaz y feliz. Desafortunadamente, hoy en nuestra sociedad, la experiencia de muchas personas con la paternidad no es buena. Esto incluso afecta a quienes se entregan a la vida consagrada.
Realmente tienen una vocación y, sin embargo, luchan porque provienen de familias rotas. Los padres pueden estar ausentes y tal vez nunca hayan aprendido a entender esa relación paternal que es vital para el trabajo sacerdotal. Esta falta de relación con un padre a veces afecta primero al sacerdote porque no puede obedecer a la autoridad, ni puede ejercerla porque no tiene un modelo con el que relacionarse en sus propias responsabilidades sacerdotales. Esto es algo a tratar durante el período de formación. Siempre es un desafío formar correctamente a sacerdotes que sean padres y pastores del rebaño de Dios.
Una de mis costumbres desde que tuve el privilegio de ordenar sacerdotes, es pasar con ellos el día antes de su Ordenación rezando, dándoles tiempo para reflexionar sobre este momento que se acerca y que les cambiará la vida. Antes del retiro, les pido que cada uno redacte un breve escrito del sacerdocio, que me ayude a prepararme para el día. Este año, le di a los cuatro diáconos tres preguntas sobre las que quería que reflexionaran. He analizado sus respuestas, y deseo compartirlas con ustedes, los fieles de Brooklyn y Queens, para que sepan el buen trabajo que pueden esperar de estos sacerdotes recién ordenados. Cada uno es muy diferente; tres nacieron en el extranjero (dos en Colombia y uno en Croacia), y el otro es estadounidense de origen japonés.
Sin embargo, cada uno se ha formado en la vida de la Iglesia durante este período de formación y cada uno está preparado para emprender el trabajo sacerdotal en la Diócesis de Brooklyn. En verdad, somos afortunados de ordenar a estos cuatro hombres este año.

Una ordenación diferente
Debido a la pandemia, desafortunadamente, la ordenación este año fue un poco diferente, con una cantidad limitada de invitados que pudieron asistir a la celebración. A tres de los que ordenados no pudieron acompañarlos sus padres, y solo uno tuvo a su madre presente, principalmente porque no pudieron obtener visas para viajar desde sus países de origen debido a la pandemia actual.
Gracias a DeSales Media y la tecnología de hoy, la Ordenación se transmitió en vivo en todo el mundo, para que la familia y los amigos de los seminaristas presenciaran este momento crucial en sus vidas, cuando se convirtieron en sacerdotes de Jesucristo.
Preguntas para los nuevos sacerdotes
Lo primero que le pregunté a cada uno para que reflexionara fue: “¿Qué esperas en tu vida como sacerdote?”. Uno dijo que deseaba ser un buen pastor y, como nos pide el papa Francisco, “con olor a ovejas”, un pastor que vaya especialmente tras las ovejas perdidas, entregado y al servicio de los demás, y no en busca de satisfacer sus propias necesidades. Otro dijo que estaba listo y dispuesto a hacer la voluntad de Dios y que no tenía un plan fijo para el futuro.
Otro dijo que, además de hacer la voluntad de Dios, entendía que debía ser un luchador pacífico y sincero por la fe, algo que aprendió de su padre, que fue extorsionado por la guerrilla en su país de origen, y que, a pesar de eso, nunca perdió la fe. Y el otro dijo que quería ofrecer un ministerio valioso que consistiera en tener buenas relaciones con sus hermanos en el sacerdocio y con su comunidad, que le permitiera cumplir las promesas hechas en el día de su ordenación y crecer constantemente en su fe.
La segunda pregunta que les hice fue: “¿Cuál sería tu descripción del trabajo ideal?”. Hoy noto que muchos sacerdotes jóvenes no parecen saber lo que deberían estar haciendo. Creo que es importante para nosotros ayudarlos a definir el ministerio en una Iglesia en constante cambio. Uno de ellos respondió que, como Jesucristo no tenía una descripción del trabajo y no se aferraba a su propia dignidad, estaría dispuesto a hacer lo que fuera necesario para evangelizar y ser testigo de la verdad. Sobre todo, ve en el sacerdocio una forma de unir a las personas con Dios.
Otro confiesa que actuaría en la persona de Cristo, como nos dice la definición clásica del sacerdocio y, de una manera especial, sanaría a los necesitados, especialmente a través del ministerio sacramental. Uno de ellos veía la obediencia como la descripción del trabajo: hacer fielmente lo que se le pidiera. Y para otro era no solo la evangelización, sino también una necesidad continua de tutoría y orientación, esencial para su ministerio sacerdotal.
Y por último, la tercera pregunta planteada fue: “¿Qué obstáculos tendrías que superar en el sacerdocio?”. Uno dijo que había superado sus propios errores de experiencias pasadas. Al mismo tiempo, reconoció que al asumir una nueva cultura, tenía que aprender bien un nuevo idioma y ser consciente de la actual persecución que la Iglesia está experimentando en nuestra propia nación.
Otro reconoció su indignidad, pero también que con la intervención de la Divina Misericordia vencería cualquier dificultad que pudiera experimentar. Y otro se dio cuenta de la dificultad de aprender bien el idioma, sin embargo, sintió que todos sus esfuerzos valían el tiempo y el esfuerzo para poder transmitir mejor el mensaje de Dios a su pueblo. Y al mismo tiempo ser abierto y reconocer las limitaciones de su paciencia e integrarse a un nuevo país. Mientras que otro, en una línea de pensamiento similar, reconoció la naturaleza multicultural de nuestra Diócesis en Brooklyn y Queens, y la incapacidad de dominar a la perfección el inglés, aunque puede servir a las comunidades étnicas entre nosotros.
Cuando iba leyendo cada uno de los escritos, me alegraba de que estos cuatro hombres hayan considerado mucho entregar su vida al sacerdocio. Estoy seguro de que nuestra comunidad estará satisfecha con su ministerio. Mientras estos cuatro nuevos sacerdotes reman mar adentro hacia las profundidades del nuevo ministerio que Dios les ha regalado, les pido a ustedes, feligreses de Brooklyn y Queens, que oren por ellos. Recen para que tengan éxito en seguir la voluntad de Dios en el sacerdocio de Jesucristo.