Entrevista con Mons. José Félix Pérez, secretario adjunto de la Conferencia Episcopal de Cuba
La última vez que me encontré con monseñor José Félix Pérez fue en 2003, en una época más sombría para la Iglesia en Cuba, cuando había sido arrestado un gran número de opositores políticos —entre ellos los líderes del Proyecto Varela, una iniciativa de inspiración católica.
Esta vez, más de una década después, la atmósfera es muy diferente. Las reformas de Raúl Castro, que han fomentado una mayor tolerancia a la presencia de la Iglesia en la sociedad cubana, así como a la reanudación de las relaciones de Cuba y Estados Unidos como resultado de la mediación del Vaticano, han creado una atmósfera mucho menos sofocante.
Cuando nos sentamos a conversar durante media hora en la nueva y reluciente sede de la Conferencia Episcopal de Cuba, comencé preguntándole a monseñor Pérez qué había cambiado concretamente.
“La Iglesia ha ido adquiriendo más visibilidad pública,” me dice. “Nos sentimos sorprendidos y agradados a nivel solo de la Iglesia, sino del pueblo sencillo”.
Cita dos ejemplos recientes: las entrevistas de televisión en horario estelar a los arzobispos de La Habana y Santiago, el cardenal Jaime Ortega y el arzobispo Dionisio García Ibáñez. “Son hechos que están dándole como un ingrediente particular a la visita del papa Francisco, y que me parece que está como colocándole… la Iglesia que ha ido ganando espacios”, dice monseñor Pérez.
El otro ejemplo de cambio está en la educación. A través de sus diversos centros culturales —hay cinco sólo en La Habana, dos en Santiago y uno en cada una de otras diócesis— la Iglesia ofrece cursos populares en humanidades, ética, idiomas y administración de empresas.
Estos no están reemplazando a los cursos de educación estatales, subraya monseñor Pérez. “La Iglesia no pretende competir” con el sector oficial.
Sin embargo, dice que estos son signos de un sector cada vez más independiente del Estado.
“En este mundo, en la medida que se abre el sector privado, la competitividad se da a partir de quién puede ofrecer un mejor servicio. La Iglesia tiene esa conciencia de que hay que favorecer la buena formación ética y profesional de quienes en la sociedad civil podrán ir adquiriendo, me gustaría decir un liderazgo, pero tal vez podría sonar demasiado, pero sí un rol más decisivo en la sociedad civil”.
Una de las paradojas de la Cuba comunista es que su nuevo sector privado —que emplea a más de medio millón de trabajadores— no tiene ningún tipo de regulación, dando lugar a la clase de prácticas de explotación que la Revolución debía prevenir. Los nuevos negocios muestran signos de vigor, pero también evidencian prácticas de explotación.
“La protección de los trabajadores, todo este proceso de oferta y demanda, se hace con una subjetividad exagerada, cada uno a su aire. Se explica porque en una sociedad cerrada cualquier apertura implica un entrenamiento, una mentalidad nueva, y eso no se logra en poco tiempo,” dice monseñor Pérez.
Este es ahora el reto para Cuba en los próximos años: desarrollar el sector privado sin sustituir un sistema autoritario con otro de individualismo rampante.
“Lo más lamentable que nos podría ocurrir es que se pierda el sentido social de los logros que durante años se han ido asentando en la mentalidad y en la conducta, y que en el momento de abrirse un espacio, una brecha, venga lo peor de una sociedad de consumo, esa misma competitividad que puede ser desleal —el abusar de la persona menos favorecida, los empleados que vienen a ganar un poquito de dinero porque no tienen cómo conseguir moneda fuerte”.
“Eso sí sería lamentable, que se combine lo peor de un sistema cerrado en una ideología como la que hemos vivido y lo peor de una sociedad de consumo que no tiene en cuenta al ser humano. Como el papa Francisco insiste siempre, el centro es el ser humano, y hoy en día es el dinero lo que está en el centro”.
La clave está en desarrollar una sociedad civil fuerte: instituciones capaces de proporcionar un fundamento ético para el crecimiento del sector privado. Pero monseñor Pérez advierte que esto va a depender del gobierno, de que permita una mayor libertad política.
“Hay que preguntarse si el gobierno está dispuesto a aceptar una sociedad civil vigorosa, porque en la medida en que se va produciendo una independencia económica, se produce también una independencia política, es decir, una de las condiciones para que una sociedad se mantenga monolíticamente ideologizada, bajo preceptos ideológicos inamovibles, es justamente impedir que haya sociedad civil. Y cuando surge una sociedad civil fuerte, el tema ideológico va a un segundo plano”.
El reto, dice, es “crear esa mentalidad humanista cristiana en última instancia, que es la que debe regular las relaciones sociales interpersonales y entre los grupos intermedios también”.
La dificultad, le sugiero, es que el gobierno cubano aún no ha tomado una decisión sobre la apertura. Permite que la Iglesia enseñe y atienda a los pobres, pero restringe su voz pública.
“No hay una sola postura al respecto. Yo pienso que puede haber estamentos institucionales oficiales clave que tienen mayor comprensión y apertura, y doy por hecho que hay otros con mucha fuerza y poder a los que nada de esto les agrada. Todo este proceso está tolerado. No se si hablaría de una aceptación: quizás tolerancia”.
En mayo, cuando Raúl Castro se reunió con el papa Francisco, habló después de volver a la Iglesia y rezar, ¿se sorprendió?, pregunto.
Monseñor Pérez se muestra cauteloso. El líder cubano estará en todas las misas durante la visita de tres días del Papa a la isla. “Ahora, qué alcance va a tener, vamos a ver”, dice.
El tema de la visita es “Misionero de la Misericordia”, un tema muy cercano al corazón del Papa, dice monseñor Pérez —y que Cuba tanto necesita.
“Es algo que en todas las sociedades hoy se necesita, y en Cuba, todo lo que pueda hacer el Papa para que los cubanos seamos mas misericordiosos, para que la Iglesia tenga como signo de identificación la misericordia, eso nos va a hacer mucho bien: sanar heridas, abrir puertas, tratar de desbancar el pasado para mirar hacia adelante, la deseada y necesaria reconciliación que estamos llamados a vivir en distintos sectores y niveles, al interno de Cuba, a veces en las mismas familias, la reconciliación de los cubanos de los que están aquí con los que están afuera… es algo muy importante, necesario pero también difícil, pero creo que con la gracia de Dios, el talante del Papa, su carisma, puede ayudar mucho”.
Por último, pregunto, ¿cuál es la diferencia clave entre ésta y las dos visitas papales anteriores?
“Él conoce esta realidad, la ha seguido desde hace años, aun antes de su pontificado, y su condición de latino… También el Papa es más conocido por el pueblo. Los otros papas era figuras más lejanas”.
Esto es en parte debido al nuevo acceso de la Iglesia a los medios de comunicación. En 1998, cuando llegó san Juan Pablo II, nadie sabía si serían televisadas las misas. El contraste ahora no podría ser mayor, dice monseñor Pérez.
“Ahora mira cuánta cobertura está teniendo. La personas en Cuba también pudieron ver la visita del Papa a Ecuador, Bolivia, Paraguay… y sus gestos, sus palabras; es otro hecho importante —un papa conocido”.
Los cubanos también conocen el papel de Francisco por la negociación de las relaciones con los EE.UU.
“Hay un sentimiento de gratitud hacia el Papa, un sentido de gratitud por su sencillez y bondad. Seguro que va a haber una conexión afectiva entre el pueblo y el Papa. El pueblo —no solo católico— va a estar muy contento con el Papa”.
AUSTEN IVEREIGH, D. Phil. Escritor, periodista y presentador. Autor de la biografía El gran reformador: Francisco, retrato de un papa radical