En su mensaje para la Cuaresma este año, el Santo Padre nos está llamando a fortalecer nuestros corazones y a renovarnos como Iglesia, comunidad y como creyentes. El Sumo Pontífice también nos llama a ser conscientes ante la indiferencia del mundo porque como él nos dice: “se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos”.
¿Qué significa indiferencia? La Real Academia de la Lengua Española nos dice que la indiferencia es un estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado. O sea, el Santo Padre nos está diciendo que el mundo ha llegado a un punto en el que “no nos interesan sus problemas, ni sufrimientos, ni las injusticas que padecen”.
Ser indiferente significa que el humano ya no es humano porque se perdió su humanidad, su amor por la vida, su deseo a levantar al hermano angustiado y en peligro. Significa que estamos viviendo en un mundo de muchas injusticias y como pueblo de Dios estamos dejando que estas cosas continúen siendo una realidad.
Hemos llegado a ser meramente espectadores ante crímenes, sufrimiento y pobreza. Pero no me malinterpreten, muchas veces somos espectadores porque sentimos como si no tuviéramos la capacidad de afrontar los obstáculos de esta vida. Pero, ¿qué tal si en vez de ser solo observadores, nos convertimos en testigos de Cristo en un mundo que muchas veces se olvida de Él o, mejor dicho, se olvida de cómo caminar como Él nos enseñó?
De hecho es por la indiferencia que necesitamos renovarnos. Tenemos que renovar nuestra vida espiritual, nuestra relación con la Iglesia y nuestras relaciones con los hermanos. El Papa Francisco comparte tres textos bíblicos para reflexionar como nos podemos renovar como hijos de Dios. Sus reflexiones durante este tiempo son dirigidas a la Iglesia, las parroquias, las comunidades y la persona creyente, para que no seamos tentados a ser indiferentes.
Para las personas creyentes, el Santo Padre enfatiza en las Escrituras de Santiago 5,8 que dice: “fortalezcan sus corazones”. Al igual, nos comparte tres puntos claves: la oración, los actos de caridad y el sufrimiento como un llamado a la conversión. El tomar parte de estos tres requisitos nos ayuda a suavizar nuestros corazones ante la indiferencia de la vida.
La oración es primordial porque el poder de las voces unidas de los creyentes en la tierra y los santos en el cielo se convierte en una fuerza que hay que tener en cuenta. Cuando el pueblo levanta su voz en unidad, su llanto será escuchado.
Los actos de caridad y las obras de misericordia corporales y espirituales, como el catecismo de la Iglesia Católica nos enseñan que sin actos que podemos hacer para aliviar las necesidades de nuestros vecinos espiritual y físicamente.
En su llamado a la misericordia, Jesús le dice a la hermana Santa Faustina: “Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia Mí. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte” (Diario, 742). Jesús exige estas obras porque son necesarias para cada persona de fe. El Papa Francisco además nos dice que preocuparnos por el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión. Él nos da un ejemplo de cómo reconoce su dependencia de Dios. Nos hace recodar como “confiar en las infinitas posibilidades que reserva el amor de Dios si pedimos su gracia humildemente”. Al saber que somos criaturas con limitaciones pero servimos un Dios sin límites, podemos acercarnos a Él aún más y amarlo sin límites. Al amar a Dios con todo el corazón, sin limitaciones, amamos a nuestro prójimo sin limitaciones y la indiferencia empieza a desaparecer de nuestras vidas.
Esta Cuaresma, acércate al Señor y pídele que te enseñe a ver Su rostro en tu hermano, que nuestras oraciones lleguen a Su presencia y que por medio de la caridad y el sufrimiento de los demás, podamos levantarnos hacia Él. Al final del día, pidámosle al Señor lo que el Santo Padre nos está llamando a hacer: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplicas de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús).