BROOKLYN, Nueva York—. Cada inmigrante en cualquier lugar del mundo tiene una historia que contar. Una cuota de ausencias y nostalgia son el costo que pagamos por cumplir nuestras metas. María Cristina Díaz García nació en Atlixco, estado de Puebla (México) y llegó a Estados Unidos en 2004 a los 10 años.
En su trayecto de poco más de un mes no contó con la compañía de ningún familiar, amigo o siquiera conocido, tal y como ocurre con cientos de menores que al año emprenden esta travesía cruzando la frontera solos. “Yo era la única niña, todos tenían 18 años, 20… y así”, recuerda.
‘Mary’ había vivido con una tía que se ocupó de ella, pero su avanzada edad hizo que los padres de Mary enviaran por ella para reencontrarse en suelo norteamericano.
Se fue sin decir adiós, quizá pensando que así sería menos doloroso para ella y su tía. Luego de tantos días y tantas noches finalmente llegó el momento de reencontrarse con sus padres que ya se encontraban separados y habían conformado nuevas familias.
Al poco tiempo llegó la triste noticia de la muerte de su tía, a quien ella quería como si fuera su madre, mientras que avanzaba el proceso de volver a conocer a sus padres.
El cambio de vida fue chocante y tuvo que adaptarse a nuevas reglas en casa de su padre, con quien vivió a su llegada a Nueva York. El intenso frio durante el invierno hizo que extrañara pasear con sus amigos por las coloridas calles de su natal Atlixco, pero a cambio podía estudiar inglés además de asistir a la escuela a diario.
Luego de una lucha por su custodia, fue a vivir con su mamá y al tiempo conoció a que sería el padre de sus hijos. Entonces Mary tenía 13 años y un año más tarde quedó embarazada. “Iba todos los días a la escuela hasta que di a luz y tuve que acoplarme a otro estilo de vida viviendo con él y pasar de ser una adolescente a ser madre y esposa”, afirma Mary.
“Seguí en High School y me faltaba muy poco para graduarme cuando quedé nuevamente embarazada, así que no pude seguir estudiando y me quedé en casa dedicándome a ellos”, cuenta.
Luego lamentablemente las cosas no funcionaron con su pareja y ella decidió separarse. Con gran tristeza y sin contar con un trabajo estable, la corte no le daría la custodia de sus bebés y el dinero que recibía de ventas por catálogo no seria suficiente.
Mary tuvo que enfrentarse al mundo laboral para lograr alquilar un apartamento y demostrar que sus hijos estarían bien junto a ella. “Me tocó tomar la decisión más dura y más difícil, me dije si voy a hacer algo es ahora el momento cuando están pequeños. ¡A salir adelante!”, dijo y lo cumplió.
Comenzó viviendo en una habitación con una amiga que tenía una hija y luego de trabajar como mesera y bartender consiguió un trabajo de tiempo completo haciendo limpieza en obras de construcción. Un trabajo rudo y exigente que la ayudó a ahorrar.
“Gracias a Dios llegaron a mi vida muchos angelitos que me ayudaron. Una amiga tiene una amiga que trabaja en un local de venta al por mayor de frutas y vegetales donde buscaban recepcionista y aunque no tenía experiencia, fui a la entrevista”, recuerda Mary.
Obtuvo el trabajo, ahorró lo suficiente e comenzó a estudiar contaduría mientras seguía trabajando a tiempo completo. Sin embargo el valor del trimestre solo le permitió estudiar un año.
Su principal propósito era reunir los recursos para alquilar un espacio propio. “Primero están mis hijos y comencé a trabajar más tiempo y horas extra. Los dueños fueron muy buenos conmigo”, dice Mary.
Finalmente logró alquilar un studio en Queens Village que encontró por Craiglist. “Estaba volviéndome loca de ver que todos los lugares eran tan costosos y yo no quería meterme con mis hijos en un lugar que luego no pudiera pagar”, narra Mary.
Tras haber vivido con sus hijos un año, el padre accedió a que vivieran con Mary y al fin llegó el día en que compartirían más que algunos momentos el fin de semana. “Empecé con una camita pero yo iba a trabajar lo necesario para que no les faltara nada. Ellos se acostumbraron tanto al papa y a la abuela que yo sentía su rechazo y lloraba, sin embargo lo fuimos logrando poco a poco”, asegura con nostalgia.
La situación mejoró y con la ayuda de sus amigas de trabajo se preparó para que la ascendieran a asistente contable, practicando lo aprendido en la universidad. Por tres años trabajó en ese nuevo cargo, amobló su apartamento y logró ahorrar dinero suficiente para considerar independizarse y poder disfrutar de sus hijos fuera de las jornadas laborales de lunes a sábado.
De inmediato estudió para sacar su licencia como agente de bienes raíces y lo logró al primer intento. Comenzó trabajando con una compañía en Astoria de rentas de lujo pero le “daban unas propiedades carísimas, como apartamentos de una habitación por $3.000, y ¿quién puede pagar eso por un alquiler?, para eso mejor comprar y pagar el mortgage. Mis clientes tenían un presupuesto de $2.000 para un apartamento de 3 habitaciones”, recuerda Mary.
Un día le ofrecieron irse a otra compañía donde recibiría entrenamiento y capacitación, ella aceptó y en un evento le dijeron que podría aumentar sus ganancias vendiendo seguros de vida paralelamente al negocio de real estate.
Se inscribió, estudió hasta altas horas de la madrugada por tres meses y en el segundo intento pasó el examen. Recibió capacitación y cuando estuvo lista fue el momento con el que empezaría a ser independiente estableciendo su propio negocio, donde sus primeros clientes fueron sus amigos y conocidos.
Mary ha recibido reconocimientos del sector asegurador en la nación por su desempeño y ventas. “Le ofrezco el seguro de vida pero si no quiere, le vendo Herbalife”, dice entre risas esta mujer incansable que jamás se rinde.
Mary conoció a Gary Etienne, un exitoso broker y empresario, a quien visitó tras conocerlo en una de tantas reuniones. “Comenzó a hablarme como cliente de Herbalife y le dije cómo debía consumir los productos, ¡me hizo una compra de casi $500 y yo me fui feliz! Luego empezamos a salir y a conocernos”, dice María Cristina quien en poco tiempo contraerá nupcias con Gary.
Desde hace pocos meses trabajan juntos y en esta nueva etapa de su carrera, Mary ha conseguido firmar contratos de alquileres por más de $15.000 y conjuntamente con otros agentes empleados en su compañía, han cerrado importantes negocios de venta de bienes raíces.
Juntos tienen muchos proyectos y metas por cumplir no solo en su negocio sino en su vida familiar. Lo cierto es que ella bendice cada paso que la ha llevado a estar donde está y a ser la guerrera que es hoy.
María Cristina Díaz García
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