Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En nuestra llamada sociedad sofisticada, el mundo puede burlarse y decirte que el Diablo no existe. Como nuestro Santo Padre, el papa Francisco, ha advertido: “A esta generación y a muchas otras se les ha hecho creer que el diablo es un mito, una figura, una idea, la idea del mal… ¡pero el diablo existe y nosotros debemos luchar contra él!”
La existencia de seres espirituales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe (CCC 328). La Iglesia enseña que Satanás y los otros demonios fueron al principio ángeles buenos, creados por Dios antes de la creación de la raza humana. Pero se volvieron malvados por su propia libre elección, rechazando radicalmente a Dios y su reinado. La Constitución Pastoral del Vaticano II sobre la Iglesia en el Mundo Moderno, Gaudium et Spes, declara: “A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final” (GS 37).
La experiencia de la tentación es una realidad cotidiana para todas las personas. Nuestras vidas están cargadas con una lucha interior. Queremos hacer el bien, pero llevamos una pesada tendencia al mal. Algunas personas son tentadas frecuente e intensamente, mientras que otras son menos tentadas y sin tanta perturbación. Para ayudarnos a resistir estas tentaciones, la Iglesia nos da, como armas ordinarias, la oración, en especial el Rosario y los Sacramentos. El fallecido padre Gabriele Amorth, ex Exorcista de la Diócesis de Roma y fundador de la Asociación Internacional de Exorcistas, hacía hincapié constantemente en que la protección número uno contra el mal son el Sacramento de la Confesión y la Sagrada Eucaristía.
Sin embargo, algunas personas enfrentan un nivel más profundo de acoso espiritual, a veces llamada opresión u obsesión diabólica. La persona puede ser atacada física, mental y/o emocionalmente haciendo muy difícil la oración. Incluso pueden experimentar una intensa aversión a lo sagrado, por lo que recibir los sacramentos se podría volver hasta imposible. Tales experiencias reflejan que la persona no es totalmente libre. La persona puede tener una carga sustancial y estar bajo el control de fuerzas sobre las que tiene poco o ningún control. En los casos más extremos, la voluntad de la persona puede estar tan debilitada y la magnitud de la influencia demoníaca ser tan grande, que la persona podría estar bajo el control casi total del espíritu maligno, una condición llamada posesión. La posesión no es común, pero es una consecuencia real de la actividad de los espíritus malignos. En estos casos, la intervención de la Iglesia es necesaria para ayudar a liberar a la persona de la influencia demoníaca. El primer recurso siempre debe ser acudir a nuestra parroquia, pero si la magnitud del problema está más allá del alcance del párroco, se puede hacer una solicitud a la Oficina del Canciller de la diócesis. El año pasado, más de 30 personas acudieron a la diócesis en busca de ayuda espiritual, y uno de ellos se consideró poseído.
Si bien la Iglesia se toma estos casos muy en serio, también opera con mucha cautela, escepticismo y deliberación. Cualquier posible causa natural o explicación, como enfermedad mental, para los síntomas que la persona afectada está experimentando o exhibiendo debe ser investigada antes de que se sospeche de una presencia sobrenatural.
El proceso comienza con una entrevista exhaustiva a la persona afectada sobre sus antecedentes personales, médicos, mentales, religiosos y familiares. También se le pregunta sobre los problemas actuales que enfrenta esa persona que podrían sugerir algún nivel de posesión demoníaca. Los espíritus malignos pueden obtener un punto de apoyo a través de eventos traumáticos en la vida de una persona, como el abuso físico, mental o sexual, o la exposición a una muerte violenta. A menudo, el pecado grave puede ser un punto de entrada. A veces las personas pueden caer en el pecado sin darse cuenta, como “estar tonteando” con un tablero de Ouija, o visitar a un psíquico para leerse la mano o las cartas del Tarot, o participar en actividades no cristianas como la Wicca. Incluso ciertas modalidades nuevas de Reiki o Yoga pueden crear inadvertidamente una oportunidad de entrada a los espíritus malignos. No es necesario mencionar que todas las formas de magia negra, como el vudú, la brujería, el satanismo y la adoración al Diablo son particularmente dañinas para el alma.
Una vez que se ha determinado que el problema es predominantemente de naturaleza espiritual, la Iglesia puede usar el poder recibido de Cristo a través de los Apóstoles para expulsar demonios y evitar su influencia. “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo”. (CIC 1673). Hay varios exorcismos en el Rito de Iniciación Cristiana para Adultos. También es parte del Rito del Bautismo en los niños. “Estos exorcismos nos recuerdan la conciencia de la Iglesia sobre la presencia y el poder del Maligno y que la vida cristiana es una lucha espiritual desde sus inicios” (Manual de exorcismos menores). Estas oraciones se llaman oraciones de exorcismo menor y pueden ser una parte estándar en el ministerio de los sacerdotes para ayudar a las personas en la lucha espiritual, incluidos los que se considera que sufren de opresión u obsesión demoníaca.
Para casos de posesión, la Iglesia puede recurrir al solemne Rito de Exorcismo Mayor. Esta acción litúrgica solo puede ser ejercida por un sacerdote designado por el obispo que tenga la piedad, el conocimiento, la prudencia y la integridad de la vida necesarios, que haya sido específicamente preparado para este oficio (“Los exorcismos y las súplicas relacionadas”). 13). Antes de pedir permiso al obispo para utilizar el solemne Rito Mayor, el Exorcista debe verificar, con certeza moral, que el que ha de ser exorcizado está realmente poseído por un demonio (“Los exorcismos y las súplicas relacionadas”). 16). Para ayudar a lograr esto, nuestro protocolo diocesano requiere un examen físico, neurológico y psicológico completo de la persona afectada. Una vez que se ha determinado la certeza moral, se hace una petición al obispo para solicitar su permiso para usar el solemne Rito de Exorcismo Mayor. Si se concede, se reúne un equipo que incluye al menos uno, pero preferiblemente dos o tres, sacerdotes exorcistas junto con fieles que acompañen en oración, vigilantes, un asistente médico, alguien que tome notas y, de ser posible, un lingüista. Con frecuencia, el solemne Rito Mayor debe repetirse varias veces antes de que todos los demonios sean expulsados y la persona afectada pueda ser reintegrada en una comunidad de fe para su ayuda y cuidado posterior.
No debemos olvidar que la Iglesia cree firmemente que solo existe un verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es el Creador de todas las cosas visibles e invisibles, y que vela por todo lo que ha creado (“Los exorcismos y las súplicas relacionadas”). 1). El Ministerio del Exorcismo no se trata de algunas palabras mágicas que cancelan o anulan alguna otra magia. Por el contrario, se trata de acompañar a una persona en un viaje espiritual de arrepentimiento, reconciliación y sanación, para que él o ella pueda ser a plenitud el hijo o la hija del Todopoderoso.
La lucha contra el Diablo y el mal es como remar mar adentro, sin perder de vista que los sacramentos, la oración personal y las oraciones de la Iglesia son capaces de liberarnos.