Biblia

Lidia, vendedora de tintes

Hay dos cambios de vida que podemos apreciar en san Pablo. Uno fue respecto a la Iglesia apostólica. El otro cambio se relaciona en su relación con las mujeres.

Los primeros pasos de san Pablo se pueden resumir en esta breve nota: “Los testigos habían dejado sus ropas a los pies de un joven llamado Saulo”. Así, aunque cómplice pasivo, él empieza a colaborar en actividades criminales. Luego, sabemos que participaría en la campaña de destruir al diminuto grupo de los primeros cristianos. Incluso llegó a entrar casa por casa, buscando hombres y mujeres para meterlos en la cárcel. Años más tarde, ante un tribunal romano, no tuvo problema en reconocer públicamente que encarcelaba a hombres y mujeres.

Es cierto que camino de Damasco tuvo la inesperada aparición del Señor. Cambió radicalmente. Incluso hasta de nombre. Ya no se llamaría

Saulo, sino Pablo. En él hubo una trasformación radical. De perseguidor de los cristianos se convierte en el apóstol de las gentes.

Uno se pregunta, ¿cómo fue su relación con la comunidad a la que él antes perseguía? Sabemos que le acompañaron en su apostolado hombres como Bernabé, Silas, Lucas y Timoteo. En las comunidades que fundó dejó encargados a hombres de fe, que él, agradecido, menciona por sus nombres profusamente al final de sus cartas, como Ampliato, Urbano, Estaquis, Apeles, Herodión, Narciso y muchos más. Todos nombres de varones que colaboraban con él.

¿Hubo mujeres? ¿Menciona sus nombres? Claro que sí. Él está muy agradecido del trabajo de ellas. Los nombres de estas colaboradoras aparecen en sus escritos : Claudia, Cloe, Damaris, Eunice, Loida, y muchas más. Entre ellas, destaca Lidia. Natural de Tiátida (que significa castillo blanco), una ciudad del Asia Menor. Es famosa por ser una de las siete iglesias mencionadas en el Apocalipsis. El ángel la acusa de dejar actuar a una profetisa que enseñaba a sus servidores, haciéndoles descarriar, practicar la prostitución y comer carnes sacrificadas a los ídolos. Tiátida también fue famosa por sus fábricas de tinte para ropa. Desde allí, Lidia emigró a Filipos y con su conocimiento de tintes establecería un negocio.

En su segundo viaje, Pablo da un paso gigante: sale de Asia y navega a Europa. Quería conocer Atenas, centro de la cultura del mundo en aquellos tiempos. Y su idea era acercarse a Roma, capital del imperio. Para ello se embarca en Troade, rumbo a Filipos, una de las principales ciudades de Macedonia, Grecia.

En esta localidad no puede seguir su costumbre de predicar en la sinagoga local, porque no la había en la ciudad. El sábado va a las orillas de un río, donde se reúnen los judíos para orar. Y empieza a hablar con las mujeres. Y entonces conoce a Lidia, mujer de las que temen a Dios. Se dedicaba a vender telas de púrpura. Como dueña de negocios tenía experiencia en organizar y dirigir una empresa comercial. Estos dones seguramente le sirvieron después para ayudar a la Iglesia en Filipos.

Mientras escuchaba la predicación de Pablo, el Señor le abrió el corazón para que aceptase el mensaje del Evangelio. Recibió el bautismo junto con los de su familia. Otro de los dones que Lidia ofreció a Pablo fue su hospitalidad. Inmediatamente después de que fue bautizada, ella suplicó al Apóstol y a sus compañeros : “Si ustedes piensan que mi fe en el Señor es sincera, vengan y quédense en mi casa”. Y allí se albergaron.

Días más tarde, Lucas y Pablo sanaron a una muchacha que tenía espíritu de adivinación. Al ver sus amos que con ello se esfumaban también sus ganancias, tomaron a Pablo y a Silas y los arrastraron a la plaza ante el tribunal, que los metió en el calabozo. Después de una liberación milagrosa, salieron de la cárcel. Apenas dejaron la cárcel fueron a casa de Lidia. Allí se encontraron con los hermanos, a los que dieron ánimo. ¿Conocía usted a esta ejemplar mujer de la primitiva Iglesia?