CON UNA VERDADERA FIESTA me encontré al llegar el pasado 21 de enero en la noche a la parroquia del Santísimo Sacramento, en Cypress Hills, Brooklyn. Una orquesta cantándole un merengue a la Santísima Virgen María, familias aplaudiendo y cantando, niños bailando y ríos de gente que ocupaban todos los rincones de esta gran parroquia.
A lo grande, así celebraron los dominicanos la esta de la Virgen de la Altagracia, cuyo nombre obedece a la más alta gracia concedida a ella al ser la Madre de Dios.
“La Virgen de Altagracia ha ocupado un lugar muy elevado en el corazón de cada dominicano y de cada devoto”, dijo en su homilía monseñor Julio César Corniel, obispo de Puerto Plata, República Dominicana, quien celebró la Eucaristía.
“Hoy invocamos a la Virgen Madre, la que se preocupa por el bienestar de cada uno de sus hijos, que custodia, que vela y que conoce lo que es el dolor y la angustia de una madre porque ella lo vivió en carne propia en cada paso y en cada momento de su vida. Ella no se desentiende del dolor humano”, dijo el prelado.
Monseñor Corniel recordó a los feligreses que la patrona de República Dominicana es venerada, especialmente, gracias a los incontables milagros que devotos han recibido del Padre debido a su intercesión. “Porque es una madre que siempre su oído está ante la necesidad de cada devoto y de cada hijo”, aseguró. Momentos de especial solemnidad se vivieron en la presentación de las ofrendas donde la luz, las ores, el Santo Rosario, los frutos, el pan y el vino fueron presentados ante el altar.
La alegría era tangible y contagiosa, las banderas dominicanas hondeaban acompañando los ritmos bailables interpretados por el grupo Rey de Reyes, bajo la dirección de Miguel Ángel Batista.
Al finalizar la misa se dio inicio a una breve procesión que llevaba a los eles y al equipo pastoral a un lugar cercano dispuesto para que compartieran un momento en familia y entre hermanos, todos unidos en torno a la Virgen de la Altagracia.