La semana pasada la Iglesia entró en Adviento, el tiempo litúrgico donde recordamos el aniversario de la llegada de Cristo al mundo y nos preparamos para su segunda venida al fin de los tiempos. También es la temporada en que la Iglesia celebra varias fiestas importantes en Estados Unidos. Este año es muy especial porque, además de celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, patrona del país, el 8 de diciembre, se inicia el Jubileo Extraordinario de la Misericordia convocado por el papa Francisco.
El acto de la misericordia fue instrumental en la salvación de la humanidad porque Dios no quería dejar al hombre “en soledad y a merced del mal”, explicó el Santo Padre en su bula de convocación Misericordiae Vultus el pasado abril. “Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrara podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza”.
Sabemos que la misericordia, en el sentido del mensaje de la divina misericordia que Jesús compartió con santa Faustina, significa que Dios nos ama tanto que quiere que reconozcamos que su misericordia es mucho más grande de nuestros pecados. Así miramos hacia Él con confianza, para recibir su misericordia y dejar que fluya a los demás. Incluso, el mensaje también nos enseña que así podemos compartir en el jubileo de Dios.
¿Por qué reviso el mensaje? Porque es esencial entender la importancia de recibir esta gracia, la cual sería el tema del año en nuestra Iglesia. Cuando recibimos la misericordia, podemos ser misericordiosos y al ser misericordiosos podemos llegar a una relación más profunda con el Señor y continuar siendo luz en el mundo. En realidad, es el testimonio del cristiano, y no es nada fácil para el ser humano lleno de faltas y orgullo, sobre todo cuando una persona se siente lastimada por una cosa u otra. Aun así, reconciliarse es un alivio total, una gracia.
Muchas veces al oír hablar de misericordia pensamos que Dios está aceptando un acto mal hecho al perdonarlo, pero no es así. En una entrevista con Antonio Gaspari de la publicación ZENIT, el cardenal Mauro Piacenza dijo que “la misericordia no es tolerancia, en cuanto que no se limita a ‘sostener’ al pecador… reconoce que no se trata de su pecado; sino que es más: lleva sus acciones a la luz verdadera, a toda la verdad; y le ofrece, de esta forma, la salvación”. En resumen es “inmutable y para siempre, viene al encuentro de la miseria humana, por un misterio de absoluta y divina libertad, y ‘salva’…” En una palabra, es Cristo.
Así al acercarnos al inicio de este jubileo extraordinario miramos el ejemplo de María, Madre de Dios. Ella fue la primera persona en la historia que recibió esta gracia por medio de su inmaculada concepción y por su ‘sí’, la razón por la que la misericordia y nuestra salvación entraron al mundo.