EL BUS B-41 QUE TRANSITA por la Avenida Flatbush de Brooklyn fue el medio de transporte por muchos años para mí y para mi familia, pues vivíamos en esa área. Un día, adormitada en el bus, me despertó el altercado entre el chofer y un peatón. No sé cuál sería la razón, pero recuerdo vivamente que el chofer abrió la ventana de su lado y gritó muy alterado: Hey, you, immigrant!
Hoy, después de casi 40 años, debido al sentimiento anti-inmigrante que estamos viviendo, este incidente ha venido a mi memoria con mucha fuerza. En aquel entonces, a pocos años de estar en Nueva York, no lo tomé muy en cuenta. Llena de sueños y esperanzas, igual que los inmigrantes que vivían a mi alrededor, no cabía en mi mente que alguien te pudiera discriminar por tu estatus migratorio.
El sentimiento anti-inmigrante siempre ha existido. De hecho, la historia universal, la de nuestros países, y la de este país tienen páginas dolorosas de discriminación. Las fronteras son testigos de las luchas de un país contra otro; de un hermano contra otro.
La construcción de murallas no es nada nuevo en la historia. Algunas, como la Muralla China, se construyeron para defenderse de las invasiones; otras, como la muralla de la ciudad de Ávila, España, representaba la separación entre el “espacio salvaje”, donde vivían los campesinos, la clase social más baja, y el “civilizado”, donde vivían los nobles.
Lo increíble es que estas murallas son hoy un tesoro nacional y universal, y conocerlas es un sueño de muchos, incluyéndome a mí. Nos fascina su imponencia; pero probablemente ni no nos hemos detenido a analizar el por qué de su construcción, ni el esfuerzo, el cansancio y las lágrimas de los que las construyeron, probablemente extranjeros, inmigrantes en búsqueda de una vida mejor. Sus historias se perdieron en el tiempo.
¡Que nuestras historias no se pierdan! Que nuestros hijos y los hijos de sus hijos sepan de dónde hemos venido; que sepan que con dolor dejamos nuestra tierra para darles a ellos un futuro mejor; que sepan que por no saber inglés y en muchos casos, por no tener una profesión, hemos contribuido realizando los trabajos que ellos mismos no harían porque como ciudadanos tienen mejores oportunidades; que cuenten a los hijos de sus hijos que su madre, su padre, sus abuelos, se sintieron orgullosos de decir: “Soy un inmigrante” o “Soy un refugiado”.
“El otro es un don”, es una de las frases del tema que el papa Francisco nos ha dado para la Cuaresma del 2017. Está inspirada en el relato de la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (Lucas 16,19-31). “La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea nuestro vecino o un pobre desconocido”.
Nuestro Papa nos invita a profundizar en el mensaje de esta parábola, y a abrir la puerta de nuestro corazón al otro. Un reto difícil en estos momentos de nuestra historia. Sin embargo, ha sido el reto de la historia de la humanidad. La Palabra de Dios es eterna. Hagamos que fructifique en nuestro tiempo.