Si a usted le preguntan adónde debe ir uno para escuchar un buen chiste, probablemente diría que a un club de humor, un teatro o una reunión de amigos. El último lugar que se le ocurriría sugerir sería una iglesia, y sobre todo durante la misa.
Pues así le parezca extraño, en la parroquia de Santa Teresa en Woodside monseñor Steven Ferrari siempre termina la misa con un chiste. Es un sello que lo identifica entre los feligreses de esta comunidad. “Tengo un libro de chistes, no se puede decir el mismo chiste en inglés que en español”, dice monseñor Ferrari, quien aprovecha y me cuenta uno en medio de la entrevista.
Monseñor Steven Ferrari nació en Brooklyn el 30 de marzo de 1952, es el segundo de cuatro hermanos. A los 13 años entró a una escuela secundaria y seminario de Brooklyn, luego fue la desaparecida Cathedral Prep, también en Brooklyn, y después a los Misioneros de Maryknoll, donde estuvo por cinco años.
“El mundo era muy diferente en los años cincuenta, cuando era niño. Mis padres eran muy católicos, íbamos juntos a misa todos los domingos. Mi mamá era ministra de la eucaristía, mi papá era ministro de hospitalidad y encargado del Santo Nombre y todos estábamos comprometidos con la parroquia María Reina de los Cielos en Brooklyn. Yo era el monaguillo, veía a los sacerdotes de mi parroquia y pensaba: ‘yo puedo ser como ellos, yo puedo ser sacerdote’. Esta idea se convirtió en un anhelo que busqué y por eso a los 13 años entré al seminario”, recuerda monseñor Ferrari.
Cathedral Prep era un seminario diurno, los estudiantes dormían en sus casas. “Era una escuela secundaria, pero con la idea que la mayoría de los niños se hicieran sacerdotes”, explica monseñor Ferrari.
Sus padres estaban muy contentos de que uno de sus hijos fuera sacerdote. El joven Steven hizo el noviciado en Massachusetts, cerca de Boston. Luego estuvo dos años en el Seminario Mayor en Ossining, en el condado de Westchester. Después fue a Bolivia para estudiar español, y allí estuvo durante cinco meses en el Instituto de Idiomas de Cochabamba y un año trabajando en el altiplano del Perú, cerca del Lago Titicaca, con comunidades de indígenas aimará y quechua.
“Fue una experiencia fantástica, pero difícil para mí por las condiciones y porque en esa época tenía 24 años, era muy joven. Además, era la primera vez que estaba tan lejos de mi familia, y nosotros somos una familia muy unida. Yo salí de Maryknoll para estar más cerca de mis familiares. Después de cinco años con los misioneros, salí y volví a Brooklyn y fui ordenado en la parroquia de Santísimo Sacramento en Jackson Heights”, recuerda.
Finalmente llegó la fecha esperada y más recordada para el prelado. “En marzo de 1980 fui ordenado como diácono y en mayo como sacerdote por monseñor Francis Mugavero, entonces obispo de Brooklyn. En esa parroquia pasé los primeros cinco años de mi sacerdocio como vicario parroquial”.
En Santísimo Sacramento acompañó al entonces párroco y hoy obispo emérito de Brooklyn, monseñor René Valero. Después fue asignado a la parroquia de San Matías, en Queens, donde estuvo por 10 años. Fue nombrado párroco de San Lorenzo, en Brooklyn, donde estuvo por seis años. Luego pasó a Santa Teresa como vicario parroquial por un año y dos meses, para ser enviado a continuación como párroco a Santa Elizabeth, en Ozone Park, durante seis años. En 2008 monseñor Nicholas DiMarzio, obispo de Brooklyn, lo nombró vicario episcopal del territorio de Brooklyn, labor que desempeñó por cuatro años. En 2012 regresó a Santa Teresa como párroco.
En noviembre de 2009 recibió el título de monseñor cuando fue nombrado vicario episcopal.
Monseñor Ferrari habla tres idiomas: inglés, español e italiano. El hecho de hablar nuestro idioma lo ha hecho un sacerdote cercano a los hispanos. “Me encanta trabajar con los hispanos porque ellos tienen una expresión de su fe muy profunda y tienen un amor por su fe muy profundo también, algo que no se ve mucho en la comunidad anglosajona, ellos no tienen ese fervor y ánimo en su fe que tienen los hispanos”.
Su gran sentido del humor lo reflejó varias veces durante nuestra entrevista, en especial cuando le pregunté si tenía un sueño por cumplir como
sacerdote. Su respuesta inmediatamente fue, en medio de risas: “Jubilarme cuando tenga 71 años”. “En serio, yo siempre digo a la gente: ‘yo estoy aquí con el propósito de traerles a Cristo a ustedes y llevarlos a ustedes a Cristo, y el único éxito que deseo es que la gente se acerque más a Dios y que Dios se acerque más a la gente, ese es mi sueño, que la gente crezca en su amor y conocimiento de Cristo”.
Tiene dos grandes hobbies: observar pájaros y leer. “Desde mi niñez yo veía los pájaros tan lindos y me causaron interés. Fui a Tierra del Fuego, en la Patagonía, a Sudáfrica, Costa Rica, Trinidad y Tobago, Panamá, California, Florida. Los observo y tengo una lista de los pájaros que veo”, dice emocionado.
Tiene dos hermanos que viven en Chicago; y su hermana menor vive en Nueva Jersey y tiene ocho sobrinos.
Este es monseñor Steven Ferrari, un hombre de Dios de trato generoso y muy cercano a su comunidad, una persona con un gran sentido del humor y, sobre todo, un sacerdote que desde muy joven descubrió su vocación.