Por Emanuel Martelli
Hoy es Miércoles de Cenizas y comenzamos nuestro periodo cuaresmal. Quisiera hacer una especie de excepción a la temática de las publicaciones anteriores y referirme al secular rito practicado por la Iglesia en este día: Las cenizas. En efecto creo firmemente que no hay nada mas actual que este rito milenario de la Iglesia por el que se nos invita a abrir los ojos de la fe y mirar para nuestro mundo actual, valorándolo por aquello que es y vale.
Esta columna es siempre de actualidad y de política. Hoy quiero recordar que el católico está llamado a mirar sobre esa actualidad, sobre esa política no de cualquier forma sino de manera sobrenatural, valorando este siglo por aquello que es, y teniendo en cuenta que nuestro paraíso no está en este valle de lagrimas, en este mundo temporal, sino en la eternidad. Este mundo es nuestra arena de combate, donde luchando con las armas dadas por Dios y su Iglesia, hemos de laborar para hacerlo mas cristiano y humano, mas sujeto a Dios y menos sujeto al demonio. Luchando así hemos de ganarnos el verdadero paraíso. Todas las ideologías surgidas en la modernidad prometen al hombre un paraíso intra-terreno: en ello son iguales el liberalismo y el Comunismo. Antonio Gramsci, fundador del partido comunista italiano y una de las mentes poderosas de la maquinaria comunista, no duda en afirmar que diversamente de la visión cristiana, el “homo oeconomicus que inventa Inglaterra es un hombre inmanente, es una hombre para la tierra; ese hombre oeconomicus tiene un valor gnoseológico, implica una nueva concepción del mundo” y continua Gramsci, “las afirmaciones del liberalismo son ideas-limite que, una vez reconocidas como racionalmente necesarias, se convierten en ideas-fuerza, se han realizado en el Estado burgués, han servido para suscitar la antítesis de ese Estado en el proletariado y luego se han desgastado…para la burguesía eran ideas-limites, para el proletariado son ideas- mínimo. Y, en efecto, el entero programa liberal se ha convertido en programa mínimo del partido socialista”.Tanto el liberalismo cuanto el comunismo, hablan de un hombre inmanente, un hombre para este mundo…
La Iglesia con el sencillo rito de las cenizas nos recuerda lo contrario; nos dice el hombre no es para la tierra sino para el cielo; que nuestra meta y paraíso no son de este mundo que en definitiva será cenizas. Aquí debe luchar el cristiano, si quiere ganarse el cielo, instaurando una política verdaderamente cristiana que reconozca los derechos reales de Cristo y de su Iglesia en la sociedad. Aquí lucha el cristiano, para ganarse el cielo, por instaurar la civilización cristiana o Ciudad Católica como la definió san Pio X. Aquí lucha el cristiano en definitiva para salvarse. Este mundo es su campo de batalla; aquí lucha, pero para ganarse un premio eterno. El rito del miércoles de cenizas nos pone de lleno en esta realidad: somos polvo, lo que nos rodea en definitiva es polvo y al polvo todo volverá…no existe un paraíso terreno como promete el liberalismo o el comunismo… existe esta realidad temporal que hay que hacerla mas humana haciéndola mas cristiana, de manera que venga a ayudar y no a entorpecer la vida del hombre en la tierra y por sobre todo, su salvación eterna.
Termino estas líneas compartiendo un texto que leí hace unos días publicado en un blog muy recomendable[1]. Son las hermosas palabras de Romano Guardini sobre sobre la caducidad de este mundo presente y la necesidad de salvar nuestras almas. Recordemos una vez mas: luchar por instaurar una sociedad cristiana donde mas fácilmente los hombres puedan gozar de los bienes de la gracia traídos por Cristo y así salvarse, pero con los ojos abiertos sobre el valor del mundo presente. A nosotros aquí la lucha, a Dios la victoria. Aquí os dejo el texto:
“Habrás visto en la vera del bosque una planta herbácea, la «espuela de caballero», de hojas verdinegras caprichosamente redondeadas, tallo erguido, flexible y consistente; flor como recortada en seda y de un fúlgido azul perlino, que llena el ambiente. Pues si un transeúnte la cortara y, cansado de ella, la arrojara al fuego…, en un abrir y cerrar de ojos toda aquella gala refulgente se reduciría a un hilillo de ceniza gris.
Lo que el fuego aquí en breves instantes, lo hace de continuo el tiempo con todos los seres vivientes: con el gracioso helecho, y el altivo gordolobo, y el pujante y vigoroso roble. Así con la leve mariposa, como con la rauda golondrina. Con la ágil ardilla y el lento ganado. Siempre la misma cosa, ya de súbito, ya con despacio; por herida, enfermedad, fuego, hambre o cualquier otro medio, día ha de llegar en que se vuelva ceniza toda esa vida floreciente.
Del cuerpo arrogante, un tenue montoncito de ceniza. De los colores brillantes, polvo parduzco. De la vida rebosante de calor y sensibilidad, tierra mísera e inerte; aun menos que tierra: ¡ceniza!
Tal será también nuestra suerte. ¡Cómo se estremece uno al fijar la vista en la fosa abierta y ver junto a huesos descarnados una poca ceniza grisácea!
¡Acuérdate, hombre:
Polvo eres,
Y en polvo te has de convertir!
Caducidad: eso viene a significar la ceniza. Nuestra caducidad; no la de los demás. La nuestra; la mía. Y que he de fenecer, me lo sugiere la ceniza cuando el sacerdote, al comienzo de la Cuaresma, con la de los ramos un día verdeantes del último Domingo de Palmas, dibuja en mi frente la señal de la Cruz, diciendo:
Memento homo
Quia pulvis es
Et in pulverem reverteris.
Todo ha de parar en ceniza Mi casa, mis vestidos, mis muebles y mi dinero; campos, prados, bosques. El perro que me acompaña, y el ganado del establo. La mano con que escribo estas líneas, y los ojos que las leen, y el cuerpo entero. Las personas que amé, y las que odié, y las que temí. Cuanto en la tierra tuve por grande, y por pequeño, y por despreciable: todo acabará en ceniza, ¡todo!…”[2]
Por ello hemos de vivir con el corazón en lo eterno y no en este mundo que pasa.
[1] https://vozcatolica.com/blog/2022/03/01/la-ceniza-romano-guardini-1885-1968/
[2] Los Signos Sagrados», Editorial Litúrgica Española S. A. – Barcelona, España – 2ª. Edición, 1965, pp.71-72.