Humor

Nuestros hombres en Manhattan

Incluso en el siglo XIX el español en Nueva York no era asunto solo de inmigrantes. También los locales maltrataban la lengua de Cervantes. Gente capaz de decir “Uno cafecitou por favour” y cosas así. Ya vimos cómo el poeta José María Heredia intentó ganarse los frijoles y los platanitos maduros fritos enseñando la lengua de Hernán Cortés y de Pizarro con lo que inició una larga tradición de buscarse la vida enseñando la diferencia entre “ser” y “estar”.

Ahí está William Cullen Bryant, más conocido hoy como Bryant Park, ese parque que está detrás de la Biblioteca Pública de Nueva York. Mucho antes de ser un bonito césped en verano o pista de patinaje en invierno, Bryant fue poeta y editor de Massachusets (se pronuncia “Machúcate”) radicado en Nueva York desde 1825, donde dirigió algunas de las revistas más importantes del país, convirtiéndose en una de las “voces más liberales del siglo”.

“Cuando en 2004 Juárez decidió visitar Nueva York en forma de estatua lo instalaron precisamente donde su gran amigo”. Bryant Park, Manhattan.

Desde sus editoriales apoyó a los sindicatos, a las minorías religiosas (sí, entonces los católicos eran minoría), los inmigrantes (que venían de Europa, pero se les trataba con el mis desprecio que se emplea con quienes vienen del Tercer Mundo), y encima atacó a una institución cultural tan rica y arraigada como la esclavitud.

Como si no le bastaran estas ideas estrafalarias, a William Cullen Bryant también le dio por estudiar español. Tal aberración le vino del trato con el poeta cubano José María Heredia, exiliado en Nueva York. Heredia, atribulado por sus dificultades con el inglés, convenció al poeta americano de lo interesante que sería aprender español para que así pudiera traducir al inglés sus poemas. Así seguía el viejo principio de que si Mahoma no va a la montaña entonces habrá que acercarle la montaña a un profeta tan comodón.

El aprendizaje de la lengua de Luis Fonsi y Daddy Yankee le permitió a Bryant convertirse en una suerte de temprano intermediario entre la cultura hispana y la angloamericana. Su conocimiento de la lengua no solo le sirvió para traducir la “Oda al Niágara” de su amigo Heredia, también lo impulsó a viajar a Cuba en 1849 (de cuya experiencia sacó el libro Cuba and the Cubans, pionera entre las guías de turismo caribeño), y a México en 1872 donde lo recibió el mismísimo presidente Don Benito Juárez en persona. (Cuando en 2004 Juárez decidió visitar Nueva York en forma de estatua lo instalaron precisamente donde su gran amigo, Bryant Park).

Pero no fue Bryant el único gringo que hablaba español en la ciudad y que ahora ocupa su buena porción de real state. También está el escritor Washington Irving, más conocido en estos días en la ciudad por darle nombre al Irving Plaza y a Irving Place en las inmediaciones de una de sus residencias. Famoso primero por una sátira histórica de Nueva York, Irving le cogió el gusto a publicar historias falsas: ya fuera la de un señor que se quedó dormido por veinte años (“Rip Van Winkle”) o la de un jinete que al salir a cabalgar por las noches deja la cabeza en casa (“La leyenda de Sleepy Hollow”) —algo, más común en Nueva York de lo que muchos pensamos.

Además de escribir falsedades, Irving también se aficionó a viajar. En medio de sus recorridos por Europa fue invitado a España a investigar los archivos de El Escorial. Luego le fue encomendado el puesto de secretario de la embajada norteamericana en Madrid, por ser uno de los tres o cuatro norteamericanos en la época que hablaban español y que se les entendía (Bryant estaba muy ocupado defendiendo causas perdidas). Tiempo después, Irving sería ascendido al cargo de embajador. Sus estancias en España le llevaron a conocer su cultura y a inventarse todo lo que se le ocurriera y considerara lo suficientemente exótico como para atribuírselo a los españoles. Producto de esa experiencia publicó libros como Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón (1828), Crónicas de la conquista de Granada (1829), y sus famosos Cuentos de la Alhambra (1832). Gracias a esto es considerado el primer hispanista de los Estados Unidos, acusación de la que no ha podido librarse completamente hasta ahora.

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Enrique del Risco es licenciado en Historia y doctor en Literatura Latinoamericana. Es profesor de Literatura y Lengua Española en la Universidad de Nueva York. Ha publicado cinco libros de narrativa. “Enrisco” es el pseudónimo con que el escritor publica sus textos de humor, que en las últimas décadas suman ya cuatro libros y cientos de artículos en numerosas publicaciones de Estados Unidos y el mundo hispanohablante. Esta columna es la primera de una serie en la que Enrisco comentará con humor diferentes aspectos de la presencia hispana en Nueva York a través de la historia.