“En nuestro grupo siempre comenzamos con una oración”, dijo el líder del grupo. Pero cuando alguien le preguntó si utilizaba algún libro de oraciones o la Biblia, su respuesta fue: “A mí me gusta empezar la reunión con una oración íntima y personal. No quiero que me la den hecha”.
No voy a discrepar de esta opinión, pero sí me gustaría comentar qué dice la Biblia sobre la oración. En primer lugar, uno se sorprende al encontrar tantas plegarias personales dirigidas al Señor. Todas nacidas de acuerdo a la situación en que se encontraba el personaje: peticiones de auxilio, acciones de gracias o de alegría por la victoria. Como muestra, veamos algunas.
Cuando el pueblo de Israel está sediento en el desierto, se rebela contra Moisés. Éste hace su oración a Yavé: “¿Qué puedo hacer con este pueblo?” (Ex 17.4). La viuda Judit, de pie de la cama del general Holofernes y con el machete en la mano, exclama: “Señor, Dios de toda fortaleza, favorece lo que voy a hacer para gloria de Jerusalén” (Judit 13,4). Isaías, en un anuncio profético, le dice al rey que va a morir. Entonces Ezequías volvió su rostro a la pared y oró: “Acuérdate, Señor, que te he servido fielmente con corazón honrado”. Y lloró amargamente” (Is 38,2). El rey en gran peligro antes de la batalla hace su oración al Señor en el templo de Jerusalén: “Lanza tus flechas y haz huir a tus enemigos” (Sal 144,6).
Hablar de oraciones en la Biblia es como buscar arena en el desierto. ¡Son tan numerosas! Incluso en nuestro conversar diario usamos palabras o frases radicadas en la Escritura, como amén, aleluya, bendito sea Dios.
Amén. Proviene de una raíz hebrea y significa ser firme, seguro. Es un vocablo que compromete. Sería la respuesta
del compromiso solemne de Israel en la renovación de la alianza: “Todo el pueblo responderá: ¡Amén!” Dt 27,15-26.
Aleluya. Forma parte de los cánticos más conocidos en la liturgia. Los sacerdotes y levitas del templo de Jerusalén la cantaban al principio y final de los salmos llamados aleluyáticos. En el Apocalipsis, aleluya es el grito de júbilo de
los ángeles, “Oí en el cielo la voz de una gran multitud que decía: ¡Aleluya! La salud, la gloria y el poder a nuestro Dios” (Ap 19,1). Bendito Dios. Es un grito espontáneo, frecuente en los libros sagrados. Es siempre una confesión pública del poder y majestad de Dios. “¡Bendito el Dios Altísimo, que ha puesto a tus enemigos en tus manos!” (Gen
14,19).
Una cosa clara, la Biblia es un libro de oración. Es el mejor instrumento para aquel que quiera orar. Sí, ya sé que me dirán, que saben el Padrenuestro, como lo cuenta el evangelio. O que les mueve el Magnificat de María, también en la Biblia. Pero conformarse solo con estas dos oraciones es como el niño que recoge de la playa solo dos granitos de arena.
A veces, entre católicos se ignora el origen bíblico de las oraciones más conocidas. Las personas que rezan el rosario están honrando a María y repitiendo sin cansar el saludo el ángel. ¿Usa usted la Biblia como libro de oración?