El padre Rómulo Marín nació en Lima, Perú, en 1960, en un hogar con cinco hermanos donde él es el tercero. Su niñez y adolescencia trascurrieron en el colegio José Olaya de su ciudad natal, de donde se graduó como bachiller.
“En 1985 vine a los Estados Unidos, y entré a las comunidades Neocatecumenales en Newark (Nueva Jersey)”, cuenta el padre Marín, quien en 1993 asistió a un encuentro vocacional donde sintió, por primera vez, el llamado a la vocación sacerdotal.
Sin embargo, pasaron 13 años antes de que decidiera ingresar al seminario diocesano misionero Seminario Redemptoris Mater. Sobre su ordenación nos cuenta que fue a Roma con otros seminaristas de Camino Neocatecumenal. “Allí hacen un sorteo a ver qué país te toca y me tocó ir a República Dominicana. Allí me ordené”, dice el padre Marín quien en 2007 llegó a Quisqueya, encontrando una comunidad devota y llena de esa alegría propia del Caribe.
El padre Marín afirma que la suya, fue una vocación adulta, pues fue ordenado sacerdote el 23 de mayo de 2014 en República Dominicana, al cumplir 54 años. Fue misionero itinerante en La Romana y otros lugares en la isla caribeña, hasta que recibió una invitación para regresar a los EE.UU, a servir en comunidades en Nevada, Arizona y Texas.
El padre Rómulo Marín llegó a la Diócesis de Brooklyn en 2016 para adelantar su trabajo pastoral. Durante dos años sirvió con su ministerio a la comunidad parroquial de Santa Brígida en Bushwick (Brooklyn) y luego fue asignado a la parroquia Todos los Santos en Williamsburg (Brooklyn) donde actualmente es el Vicario Parroquial.
“Lo mejor de ser sacerdote es estar junto con el pueblo”, asegura este religioso reconocido y muy querido por su comunidad, que ha sabido darle un lugar especial en esa gran familia parroquial. “Mi eterno agradecimiento al obispo DiMarzio, quien me abrió las puertas. Me he sentido acogido y querido en esta Diócesis. Estar con él me ayuda, porque para mí es uno de los mejores pastores que he conocido en mi vida. Él es un pastor de siete días a la semana que siempre trata de estar disponible a las necesidades de su comunidad”, asegura el padre Marín, quien reconoce que confesar y visitar a los enfermos es de los servicios que más disfruta dentro de su ministerio diario como religioso. La pandemia del COVID-19 lo tocó muy de cerca.
Muchos feligreses de la parroquia de Todos los Santos perdieron la lucha contra la enfermedad, sin mencionar la dolorosa partida del diácono Carlos Martínez, quien servía a esta comunidad.
“Celebré con él en privado el Domingo de Ramos. Cuando terminamos lo vi un poco mal. Me dijo que tenía fiebre y que se sentía indispuesto. Le recomendé que llegando a su casa fuera al hospital, y así lo hizo. Esa tarde fue al hospital y tristemente no salió. Fue un milagro de Dios que no me contagiara”, dice el sacerdote, que también siente la ausencia del padre Jorge Ortiz Garay, con quien compartió en su paso por la parroquia Santa Brígida.
A pesar de estos momentos de dificultad, el padre Rómulo no desfallece y anima a los feligreses a mantener la fe en el Señor para seguir unidos como Pueblo de Dios.
Como buen peruano, el padre Marín es aficionado al fútbol y sigue de cerca los partidos de la selección inca. “Me gusta verlos pero ya no con tanto fanatismo, antes me hacía sufrir cuando perdía la selección, ahora pierde y no le pongo tanta pasión”, dice. “¡Es fútbol, alguien tiene que perder y alguien tiene que ganar!”.