A lo largo de estos años, el Papa Francisco alentó siempre al pueblo de Dios a unirse en oración a María a través del Santo Rosario. Es una preciosa oración dedicada a la Bienaventurada Virgen, una oración de muchos años que nos ayuda a meditar los sagrados Misterios de la vida del Señor y de la presencia de nuestra Madre en ellos. En la Carta dirigió a todos los fieles el 25 de abril pasado, oportunamente el Santo Padre nos compartió dos Oraciones dirigidas a la Virgen María en este tiempo de pandemia. Son plegarias preciosas e inéditas que, al parecer, salieron del corazón del Santo Padre.
La primera Oración a María la saluda e invoca como “signo de salvación y esperanza”.
La oímos y rezamos por primera vez el 11 de marzo, cuando el Papa dirigió a todos los fieles italianos unas palabras con ocasión de una Jornada de ayuno y oración que la diócesis de Roma había organizado para entonces. La Oración va dirigida a la Virgen Madre del Divino Amor, advocación muy querida para muchos romanos que se sintieron protegidos por su intercesión en 1944, en medio de la guerra, cuando el Papa Pío XII imploró su mediación. La imagen está representada en un ícono que data del siglo XIII al que se le atribuye el milagro de haber cuidado a un peregrino de un ataque de perros, en 1780. En el icono está representada la Virgen con el Niño Jesús en uno de sus brazos, y con la otra mano señala a su Hijo en actitud de súplica, como mostrándonos de dónde viene el auxilio de la Gracia. Son numerosas las peregrinaciones hacia este Santuario ubicado en la misma Roma, al que San Juan Pablo II fue en 1999 para bendecir el nuevo templo construido, en vísperas del Gran Jubileo del Año 2000.
En relación a la otra plegaria propuesta por el Papa, esta Oración a María, signo de salvación y esperanza, es breve y concreta, estructurada a modo de breves jaculatorias que unidas forman una misma invocación. Tiene tres características preciosas, dignas de rescatar para reflexionar aún más en la presencia y protección de la Bienaventurada Virgen.
1. Recuerda la presencia de María en la Hora de Jesús, cuando la contempla en las bodas de Caná y en el Calvario, al pie de la Cruz “asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme su fe”. La Hora de Jesús es la Hora de su entrega, de su amor pleno por nosotros… En Caná ya Él le había dicho a su Madre que “la Hora” no había llegado, porque las bodas del milagro ya son un anticipo de las bodas del Cordero inmaculado que unirá en un Amor eterno a Dios y al mundo, en el Corazón del Hijo muerto y resucitado. En esta Hora está María, al pie de la cruz, unida al dolor del Hijo crucificado. “Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor”, decía el Papa en su homilía en la Bendición extraordinaria del 27 de marzo pasado.
2. Reconoce que la verdadera Alegría viene de la Pascua. A la Hora de la Cruz le sigue el acontecimiento alegre de la Resurrección del Señor. Nuevamente están presentados estos dos momentos de la vida de Jesús y su Madre: las bodas en Caná y el dolor del Calvario. La mirada creyente suplica la intercesión amorosa de la Virgen “para que, como en Caná de Galilea, vuelvan la alegría y la fiesta después de esta prueba”, conformándonos “a la voluntad del Padre” y haciendo “lo que Jesús nos dirá”, “para guiarnos a través de la cruz, a la alegría de la resurrección”.
3. Evoca que estamos cerca de María, bajo su manto. La Oración concluye con la antigua plegaria “Bajo tu amparo” (Sub Tuum Praesidium) que el Papa ya había recomendado rezar durante el mes de octubre de 2018, también junto al Rosario e invocando la protección de San Miguel Arcángel. Podríamos decir que es la letanía final que pide de María el favor de estar “bajo su manto”, protegidos, refugiados del pecado, de cualquier peligro, de toda perturbación… En la piedad popular, el manto de la Virgen es un signo evocador de su protección fiel, lo que está representado en el escapulario que algunos fieles visten. María está junto a nosotros en estos momentos de perturbación y es este nuestro más grande privilegio como hijos amados.
La segunda Oración a María que el Papa propone es un despliegue de invocaciones que ruegan la valiosa intercesión de la Virgen sobre hermanos concretos en esta situación de pandemia.
Contiene expresiones muy similares a las oraciones que encontramos en la Misa “en tiempo de pandemia” y en la invocación que se agregó en la Oración universal de la Liturgia del Viernes Santo, ambas formulaciones propuestas por la sagrada Congregación del Culto divino y la disciplina de los Sacramentos. En primer lugar, esta plegaria mariana pone frente a los ojos misericordiosos de nuestra Madre a quienes más padecen esta enfermedad y sus consecuencias, rogando por los que sufren “confundidos y lloran por la pérdida de sus seres queridos, a veces sepultados de un modo que hiere el alma”. Además se ruega por quienes “no pueden estar cerca de las personas enfermas” y por los que “viven en el temor de un futuro incierto y de las consecuencias en la economía y en el trabajo”.
En el corazón de la Oración mariana, más extensa en sus rogativas, se pide por aquellos que intervienen, de una u otra manera, para frenar los embates de la pandemia: los médicos y enfermeros, el personal sanitario y los voluntarios; los sacerdotes, los religiosos, y quienes acompañan espiritualmente a los enfermos; los hombres y mujeres de ciencia; y los líderes de las naciones. Son todos ellos hermanos “ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida”, dijo el Papa en su homilía en la Bendición extraordinaria. “Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes –corrientemente olvidadas– que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show”, entre quienes también están los “encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad”, “tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”, mencionó el Papa aquella tarde del 27 de marzo en la Plaza de San Pedro.
Las últimas expresiones de esta plegaria son un llamado a nuestra conversión, a la purificación profunda de nuestra mente y de nuestro corazón. Rogamos a la Virgen que nos ayude a dar estos pasos concretos en este momento tan angustiante para la Humanidad, para que no sean las armas lo más importante en el progreso de los hombres sino, por el contrario, la promoción de “estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares” que pongan en peligro la vida de todos. Porque pertenecemos a “una única y gran familia”, realidad que exige de nosotros vivir siempre “con un espíritu fraterno y solidario”, acompañando especialmente “las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria” que golpean al mundo. Todos, “atribulados” en “esta terrible pandemia” pedimos “que Dios nos libere con su mano poderosa” para “que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad”.
“Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén”.