Como principio básico, el lugar apropiado para celebrar todos los sacramentos es la iglesia excepto, por supuesto, por obvias razones la unción de los enfermos. Los otros sacramentos, siempre cuando se presentan ocasiones de necesidad justificante, se pueden administrar en otros lugares.
Por ejemplo, vemos confesiones y misas en estos tiempos de la pandemia celebradas al aire libre. El sacramento del matrimonio, sin embargo, tiene una provisión específica de que para celebrarlo en otro lugar fuera de la iglesia se requiere el permiso del obispo (cf. canon 1118 §2).
La normativa canónica sobre el lugar apropiado para la boda es una norma absolutamente positiva y no un desprecio a otros lugares como la playa, montaña, o jardín donde a veces se antoja celebrar la boda.
Diría que la primera boda —la de Adán y Eva— fue celebrada en un precioso jardín pero, al elevar el matrimonio al nivel de sacramento, la iglesia requiere celebrar esta ocasión sublime en un recinto sacro.
Aunque la norma es positiva, no faltan personas que la leen en la perspectiva negativa y prohibitiva. A modo de ejemplo, una novia pidió tener su boda en el jardín porque siempre soñaba con casarse al aire libre con muchas flores frescas y mariposas blancas. Ella justifica que solo se casaría una vez en la vida y así haría todo lo posible para cumplir lo que había deseado desde que era una niña.
Varias parroquias le denegaron su petición, pero ella seguía implacable e inflexible, por eso decidió suspender su boda.
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Me entenderán que la novia que mencioné es una caricatura, pero dejan reflejos del mismo comportamiento en la vida real. En el fondo de esa actitud está una falta de conexión con lo esencial y un indebido enfoque en los ambientes románticos y los atavíos fantásticos acerca de un casamiento. Creo que hay sabiduría en el principio clásico: In medio stat virtus. La virtud está en la moderación. Ni en los excesos, ni en los extremos.
De las muchas razones aducidas para una boda en el jardín o en cualquier otro lugar, me duele escuchar esta que quieren una boda afuera porque sienten a Dios más en la naturaleza que en la iglesia.
Estoy de acuerdo de que a Dios se siente también en la naturaleza como Creador, pero su presencia es más personal en el lugar consagrado como Salvador.
Los esposos para llevar a cabo su proyecto de vida de la entrega y fidelidad “en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida” necesita fuerza de la gracia.
En esos momentos en que se pone a prueba esta promesa, la pareja siempre puede volver al altar donde se hicieron los votos y pedir por el consuelo y la fuerza que la playa, la montaña o el jardín nunca pueden dar.
Hace algún tiempo, me pidieron permiso para tener mariposas en la iglesia para una boda. Primero dudé, pero luego cedí a la solicitud. Me reí pensando que bien puede ser una feliz solución al permitir ciertos antojitos mientras se respeta la regla.
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Mons. Jonas Achacoso es canonista y autor de “Due Process in Church Administration. Canonical Norms and Standards”, Pamplona 2018. Es Juez Eclesiástico, Delegado de los Movimientos Eclesiales y Administrador de la Iglesia Corpus Christi (Woodside, NY). Su columna Derecho y vida puede leerse en la edición mensual de Nuestra Voz. Síguelo en Twitter.