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Querida Amazonia: una esperada y sorprendente exhortación de Francisco

El desborde de publicaciones de todo tipo con las más sofisticadas y audaces interpretaciones del Instrumentum Laboris ha dejado paso a un sorprendente silencio. Es cierto que los documentos pontificios requieren no poco tiempo para ser debidamente asimilados y aplicados. Pero tal vez no sea esa la causa principal del silencio sino que su contenido no responde a las expectativas polarizadas entre los que querían un cambio radical y los que, en cambio, abogaban por una continuidad substancial en la doctrina sobre el sacerdocio.

La respuesta de Francisco ha sido la de la continuidad en los principios doctrinales y la audaz y creativa llamada a cambios fundamentales en la aplicación de los mismos: en pocas palabras renovación en la continuidad.

En esta breve exposición me reduciré – sin pretensión alguna de originalidad y menos de profundidad – a poner por escrito mi espontánea reacción a la lectura; lo que primero me surge. Tiempo y estudio permitirán profundizar el valioso contenido aquí propuesto por el Santo Padre.

Me llama la atención el solo título “Querida Amazonia”. Sale de lo común. No conozco ningún documento que comience con una declaración personal de amor que – se ve a cada paso – surge de lo más profundo del corazón de Francisco.

Otra observación de importancia es la ampliación del contenido del Documento Conclusivo: Amazonia: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral que, por lo demás, invita a leer para una “creativa y fructífera recepción”. El Papa no pretende “ni reemplazarlo, ni repetirlo sino solo aportar un breve marco de reflexión” (n.2).

Muy interesante resulta la “categoría de sueño”. Eso es mucho más que una estrategia, que un plan, porque implica el deseo, lo afectivo, la aspiración que, en el fondo, depende de realidades y mediaciones que el hombre no maneja pero a las que aspira alcanzar con la ayuda de Dios. El contenido, así, se resume en cuatro sueños: social, cultural, ecológico, eclesial.

Antes de hacer alguna observación – siempre general y provisoria – sobre el conjunto de estos “sueños”, a modo de pincelada inicial, es importante destacar que el Papa se sitúa en el “afuera” como quien contempla una realidad de la que no participa pero a la que quiere adentrarse respetuosamente: “Quienes observamos desde afuera deberíamos evitar generalizaciones injustas, discursos simplistas o conclusiones hechas sólo a partir de nuestras estructuras mentales y experiencias” (n.32). Una actitud contemplativa que podemos aprender de los pueblos originarios: “contemplar la Amazonia y no sólo analizarla, para reconocer ese misterio precioso que nos supera […] amarla y sentirnos íntimamente unidos a ella y no sólo defenderla, y entonces la Amazonia se volverá nuestra como una madre. Porque el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro” (n.55). El apelativo de “madre”; “madre tierra” o que la tierra “tiene un sentido materno que despierta respetuosa ternura” aparece varias veces (Cf. nn.42; 71) pero claramente fuera de toda alusión panteísta como la que se le atribuía en los comentarios a propósito del Instrumentum Laboris. Más aún, la Exhortación culmina con una hermosa oración a María, la “única madre de todos” y, consiguientemente, también de la Amazonia.

Todavía hay otra observación que, con toda claridad, distingue esta Exhortación de todas las habituales: el lenguaje poético expresado no sólo en las poesías citadas (cf. nn.9; 20; 31; 44; 47; 56; 73) sino aun en una cita que exalta el agua, los ríos, como la principal riqueza y belleza que, siendo prosódico es, sin embargo, de un estilo literario decididamente metafórico y poético (cf. n.45) y es, precisamente “la poesía [la que] ayuda a expresar una dolorosa sensación que hoy muchos compartimos [que la Amazonia va] tomando el rumbo del fin” (n.47).

No todo, sin embargo es poesía y admiración de la belleza. En el sueño social hay expresiones muy fuertes como la de “Indignarse” (cf. n.15) por el mal propinado y “pedir humildemente perdón” por los crímenes durante la conquista y por los misioneros que no siempre estuvieron a la altura, que no impide el reconocimiento de lo bueno de la primitiva evangelización y hasta de la sabiduría de las Leyes de Indias.

El Papa es muy realista e invita a ver la situación social de injusticia, ciertamente intolerable, la necesidad del conocimiento y el respeto a las culturas de los pueblos afirmando que identidad y diálogo no son enemigos sino complementarios (cf. n.37). Invita, por lo demás – con una cita de Benedicto XVI – a la práctica de una ecología integral, es decir, a la vez natural, humana y social (cf. n.41) y a acoger el ambiente no como “recurso” sino como “casa” que debe albergarnos a todos (cf. n.48).

Particular detenimiento requiere el “sueño eclesial” porque allí se abordan temas fundamentales que fueron los principales objetos de polarización y del actuar de prejuicios muchas veces ideológicos. Cuando se aborda este conjunto leyendo el texto con atención se ve la sabia combinación entre fidelidad a la tradición y la audacia de la que hablaba al comienzo de esta nota preliminar. Los criterios de discernimiento cultural e inculturación son los que la Iglesia ha aplicado siempre: asumir, purificar y elevar. La Iglesia asume todo lo bueno que hay en las culturas como expresión de la verdad que se hace plena en Jesucristo, único salvador del mundo, como ha destacado el Vaticano II en la Declaración Nostra Aetate. La Iglesia se ha encarnado siempre en todas las culturas sin identificarse con ninguna de ellas y, así, ha adquirido a lo largo de su ya bimilenaria historia múltiples rostros. Lo mismo debe hacer en la Amazonia sabiendo recoger símbolos de los pueblos originarios “aunque se requiera un lento procedimiento de purificación y maduración” porque eso es lo que hace “un misionero de alma” (n.79) que obra sin prejuicios.

El Papa se anima a hablar de la inculturación de la liturgia y hasta de la ministerialidad pero manteniendo firme la tradición de que el sacerdocio, por su íntima relación con la Eucaristía y por la exigencia de actuar “in persona Christi” es reservado sólo a los varones. Las mujeres, sin embargo, lejos de ser minusvaloradas, resultan exaltadas por el papel que históricamente han desempeñado en las comunidades de la Amazonia donde mantuvieron la fe como “bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras” (n. 99). Más aún, resulta muy importante destacar que Francisco quiere evitar un reduccionismo funcional que “llevaría a pensar que se otorgaría a las mujeres un status y una participación mayor en la Iglesia sólo si se les diera acceso al orden sagrado” eso “orientaría a clericalizar a las mujeres [y] disminuiría el gran valor de lo que ellas han dado y provocaría sutilmente un empobrecimiento de su aporte indispensable.

La Iglesia en la Amazonia debe “permitir el desarrollo de una cultura eclesial propia, marcadamente laical” y abierta, en consecuencia, al ejercicio de diversos ministerios lo que hace recordar – aunque no lo cite – a Juan Pablo II que en Christifideles Laici hace la expresa distinción, en los ministerios, entre los que presuponen el orden sagrado y los que, en cambio, surgen del bautismo lo que, por cierto abre la puerta a una gran riqueza en cuanto a la institución y aprovechamiento del aporte de los laicos (Cf. Chr.L n.23). Ello no obstante, los sacerdotes resultan siempre indispensables y, por lo mismo, se exhorta a los obispos y, más particularmente a los de América Latina a favorecer el envío de sacerdotes con espíritu misionero a esta región tan rica en valores y, a la vez, tan necesitada del alimento de la Eucaristía que crea la Iglesia. En síntesis, como se dijo al comienzo, renovación en la continuidad. Un documento que es indispensable estudiar, madurar y aplicar.