Llegan los vestigios de un año que nos azotó fuertemente, a la par de los días festivos de la Navidad, y nuevas advertencias de guardar distancia, utilizar mascarillas y abstenernos de celebrar en grupo hasta en nuestros hogares.
Me queda claro que, en estos momentos, hemos sido así llamados a recoger la mente de los asuntos externos y a evitar la cercanía de otros seres humanos para enfocarnos en los menesteres divinos en la soledad de nuestra alma.
Es precisamente en el silencio de esa soledad interna que podemos hablar con Dios y abrir nuestro corazón al infinito amor que nos espera en los brazos del Padre. Pero, ¿cómo practicamos el recogimiento en nuestra vida diaria y en medio de los festejos de la época más familiar del año?
La pandemia nos ha dado la clave: distanciamiento social y quedándonos en casa. Y es que, en medio del ruido de las multitudes, tendemos a fijar la mente en los asuntos terrenales y las tormentas de origen humano que nos mantienen ocupados y ofuscados.
Los invito a aprovechar el distanciamiento social para acercarnos a Dios. Es una práctica que requiere de esfuerzo propio, enfoque interno y paciencia.
Para ayudarnos en nuestra misión, tres pasos que nos ayudarán a desarrollar y progresar en la virtud a la vez que aprendemos a estar felices estando solos.
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Primero que nada, necesitamos buscar el silencio y la soledad, recordando que es posible hallarlos en medio de nuestras tareas cotidianas y el trabajo. Al principio, busca momentos en los que puedas cerrar los ojos y dar gracias a Dios por su Gracia y pídele que te muestre en tu espacio interior una plataforma mental de paz en la que puedas comunicarle todo lo que tu corazón necesita expresar.
Segundo, evita toda ocupación innecesaria en tu vida. En otras, palabras, simplifica tu vida cotidiana para que así puedas hacerle un espacio mental a tu momento con Dios. Recuerda que mientras más distracciones tengas, menos tiempo y espacio podrás dedicarle a tu misión de acercarte a tu dialogo íntimo con el Padre.
Tercero y último, el esfuerzo debe ser frecuente y constante. A lo largo del día, busca el espacio a diferentes horas o separa el tiempo que dedicarás a Dios a distintas horas desde la mañana hasta la noche. La forma más sencilla de hacerlo es recordar frecuentemente que tu cuerpo es Templo Divino de Dios. ¡Así de fácil!
Aprovecha el distanciamiento social de estos días y el anonimato detrás de la mascarilla para entablar tu diálogo con el Creador. Así como lo hicieron los Santos de nuestra iglesia y así como lo hacen nuestros sacerdotes y religiosas, encuentra tu espacio y dialoga con el Señor. Te aseguro que ahí encontrarás un nuevo sentido navideño que te acompañará por siempre.
¿Qué mejor que el calor de nuestra alma para acercarnos al Padre?