Columna del Obispo

Recuerda el significado del nacimiento de Cristo en la Navidad

Dale gracias a Dios por los dones recibidos y el Señor te dará lo que necesitas. Nunca está de más recordar el verdadero significado de la Navidad y el nacimiento de Jesucristo. Al contemplar esta Navidad, reconocemos que el mundo no ha cambiado mucho desde el año pasado. El Príncipe de la Paz vendrá espiritualmente al mundo y nacerá en nuestros corazones. Sin embargo, el rencor, las guerras y los peligros no han dejado de existir. ¿Cuál es el verdadero significado del nacimiento del Príncipe de la Paz? ¿Qué salvación ha traído Jesús al mundo, si al parecer nada ha cambiado desde el inicio de todos los tiempos?

La Navidad es una época en la que recordamos que Dios se hizo hombre, tomó la semejanza de la naturaleza humana y formó parte del mundo tal como lo encontró. El poder que liberó es que de esta manera la naturaleza divina ha tocado la naturaleza humana, no solo en la persona del mismo Jesús sino también en nuestras propias vidas. Nosotros, en cierto sentido, hemos sido deificados porque, al venir al mundo, Dios también nos ha tocado. Y más aún para los que estamos bautizados, ya que hemos sido incorporados al Cristo que vivió, murió y resucitó de la muerte. Su nacimiento es el comienzo de ese misterio de salvación del que todos nos beneficiamos.

El papa Francisco visita la 44ta edición de la exposición “100 pesebres en el Vaticano”, que estará abierta al público en el Pius X Hall en Via del Ospedale, cerca de la Basílica de San Pedro, hasta el 12 de enero.

Sin embargo, el mundo celebra la Navidad de una manera diferente. Las decoraciones, los regalos, las compras y todas estas cosas por el estilo tienen algo de arraigo en el misterio de dar la bienvenida al Dios hombre por su llegada a la tierra. Una vez más, sin una comprensión real, todo esto puede convertirse en un vano capricho cuando no podemos celebrar la Navidad por su verdadero significado. Es un día de regocijo porque el Señor ha llegado al mundo y somos salvados de las “realidades últimas” de morir sin entrar en la presencia de Dios.

La Navidad es un tiempo de estar alegres. La verdadera alegría, sin embargo, no se consigue a través de las cosas creadas. En lugar de esto, debemos acercarnos al Creador, al Dios del universo, que se hizo hombre, que se hizo humilde y necesitó a María y José para su propia existencias. El ejemplo de Dios, en las modestas circunstancias en que nació en Belén, nos recuerda las necesidades del mundo en el que vivimos.

Hace poco nuestro Santo Padre, el papa Francisco, visitó la ciudad de Greccio, en Italia, donde San Francisco montó el primer pesebre en el siglo XIII. Reunió a la gente del pueblo para hacer un nacimiento viviente, con un bebé en el pesebre y unos campesinos, vestidos con trajes de época, interpretaban los personajes de la narración del evangelio, recordando no solo la llegada de los pastores sino también de los reyes magos.

San Francisco, que conoció la humildad de la naturaleza humana y deseaba morir tirado en el suelo, también entendió el gran misterio de la Encarnación y el nacimiento de Jesucristo. Al contemplar el nacimiento en nuestras iglesias y, con suerte, en nuestros hogares, reconocemos ese humilde comienzo de la obra de Redención, de salvar al mundo de sí mismo. Debemos convertirnos en participantes de la salvación del mundo. Con nuestra vida, debemos dar testimonio del hecho de que creemos que el mundo, con todo su desorden, con todas sus muestras de maldad, realmente está salvado de un terrible final que no habría sucedido si Jesús no hubiera llegado al mundo y tomado la semejanza de la naturaleza humana.

El mensaje de la verdadera Navidad es en el que reconocemos que Dios ha remado mar adentro, hasta lo más profundo de la naturaleza humana, y la ha transformado. El pecado de Adán y Eva fue, como decimos en Pascua, un afortunado error que dio paso a la gracia de que Dios habite entre nosotros. Esto es lo que celebramos cada Navidad: Emmanuel Dios está entre nosotros. No podemos temer, debemos dar testimonio de que Dios amó tanto al mundo que envió a su único Hijo para nuestra salvación.