El año 1969 fue el año de mi boda, y el año de la emigración a los Estados Unidos. Los dos eventos marcaron mi vida y cada uno merece reflexiones por separado. En este artículo voy a compartirles mis reflexiones de lo que, como mujer, madre y esposa, he aprendido en 50 años de casada. Mi esposo tiene también sus propias reflexiones. Y los dos juntos, podemos escribir un libro.
Mi hija, al preparar el evento de celebración, me preguntó: “Mommy, ¿Quieres sólo una bendición en la Santa Misa, o quieres también renovar los votos?” Claro que quiero la bendición, le contesté inmediatamente, y luego hice silencio, antes te responder la segunda pregunta. Mi mente corrió como en una película la historia de 50 años. Recordé las dificultades, las luchas, las veces que ansié tener cerca a mi madre: “Mamá, quiero regresar a casa con mis hijos; ya no quiero seguir en este matrimonio”. Los recuerdos dolorosos trajeron lágrimas a mis ojos nuevamente. Empecé a orar, y entonces recordé cómo Dios me salió al paso para sanarme y sanar mi matrimonio. Me inundó la paz, y pude decirle a mi hija: “Sí, voy a renovar los votos también. Tu papá también ha dicho que sí.”
La lista de lo aprendido es larga, igual que el camino recorrido en 50 años. Aprendí:
- Que el inmigrante que pone su meta sólo en hacer dinero, y no en mejorar sus relaciones con su pareja, hijos y demás, sufrirá decepciones que lo llevarán a la frustración, depresión y violencia, lo cual terminará con su matrimonio y ocasionará heridas profundas tanto en la pareja como en los hijos.
- Que el corazón vacío y herido tanto del hombre como de la mujer busca llenarse en lugares equivocados y personas equivocadas. Estoy muy agradecida de Dios porque en mi angustia y vacíos me salió al paso. Acudí a la Iglesia y allí encontré una comunidad de hermanos. Encontré una madre espiritual, una puertorriqueña que me escuchaba, me regañaba si era necesario, y sobre todo me ayudó a acercarme más a Dios. Ella y el sacerdote de la parroquia me invitaron a acudir a los grupos de oración de la Renovación Carismática. En un retiro de sanación Dios me hizo sentir que me amaba como a su hija; habló a mi corazón llevándome a la reflexión de que yo tenía que mirar mis culpas y no las de mi esposo; que yo debía cambiar, que a él lo dejara en Sus Manos.
- Que a la mujer le puede llegar a gustar el papel de víctima. En ese punto estaba yo cuando la certeza de ser hija de Dios me llevó a entender que Dios quiere mujeres y hombres dignos, seguros de sí mismos, convencidos de que somos creados a su imagen y semejanza; amados por Él, empoderados para respetar, hacerse respetar, y dar lo mejor de sí mismos.
- Que los hijos aprenden a amar viendo a sus padres a amarse. Yo creía que era suficiente darles mi amor. Que ellos nos perdonen por lo que no pudimos darles entonces.
- Que se debe cultivar la destreza de escuchar, no sólo de las palabras, sino también del tono de ellas, de los gestos y acciones del otro. Cuando sólo pienso en mi dolor y mis intereses, cuando asumimos que sabemos lo que él otro piensa y lo que va a decirnos, nos cerramos al diálogo.
- Que cuando alguno grita el otro debe callar, pero sin resentimientos ni enojo porque de otra forma el silencio puede llegar a ser como un volcán dormido que puede erupcionar en cualquier momento.
- Que la pareja puede sacar a flote lo peor o lo mejor del otro. Lo primero no hay que permitirlo, hay que buscar ayuda. Lo segundo, hay que cultivarlo.
- Que el amor sí se muere si no se lo cultiva; pero que puede renacer si hay la capacidad del perdón y la disposición en las dos partes para empezar de nuevo.
- Que los ingredientes principales en una relación son la fidelidad, la transparencia, el compromiso, y la aceptación del otro como es, sin oprimirlo, sin tratar de hacerlo como yo quiero.
- Que hay que respetar los sueños e intereses del otro, apoyándolo en lo que quiere llegar a ser, porque cada uno, como personas, crecemos por separado. Le doy gracias a mi esposo porque me ha permitido lograr mis sueños y llegar a ser lo que hoy soy.
- Que hay que identificar y afianzar lo bueno del otro para vivir cada día con un corazón agradecido.
- Que en medio de las diferencias hay que buscar y afianzar el terreno común de los dos. Para mi esposo y para mí, ese terreno es la familia que juntos hemos construido. Los hijos y los nietos son nuestro mayor tesoro.
- Que el amor no es sólo un sentimiento, es más que nada un compromiso que se adquiere la primera vez que dijimos sí, que se renueva día a día en medio de las alegrías, crisis, tristezas, enfermedades; y que conscientemente se renueva al verbalizarlo con un gran SÍ al cabo de 50 años.
- Aprendí a decir: ¡Gracias, Señor, por todo lo que me has dado! ¡Gracias Francisco, mi esposo, por ser el compañero de mi vida, gracias por estar siempre allí!