Cuando perdí a mi hermana pasé un tiempo de depresión y tristeza muy profundas. Cinco meses después diagnosticaron a otro de mis hermanos con cáncer terminal. La noticia cayó como un cuchillo hiriente en un corazón ya lastimado por una llaga que apenas estaba en proceso de sanación.
Su enfermedad estaba tan avanzada que ni los médicos ni nosotros tuvimos tiempo de examinar ni de digerir lo que estaba pasando. En apenas seis semanas se nos fue dejándonos en una profunda soledad. ¿Cómo salir del túnel de oscuridad y tristeza? El luto no era sólo mío, sino también de mi madre anciana y de los otros nueve hermanos que sentíamos el vacío de la pérdida.
Un día, estando en profunda oración, sin muchos ánimos ni siquiera de pelearle al Señor, resonaron en lo profundo de mi corazón las palabras que Jesús les dijo a Martha y a María cuando lloraban a su hermano Lázaro: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” (Juan 11,40). “Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en Mí no morirá para siempre” (Juan 11,25).
¡Ah, una brillante luz alumbró la oscuridad de mi alma! De pronto, ya no me sentía triste; podría decir que hasta me alegré con la esperanza que empezó a inundar mi corazón. Me dije: “Yo también voy a morir y entonces veré a mis hermanos de nuevo. Jesús me lo afirma, y yo le creo. Él es la resurrección; Él nos reunirá de nuevo”.
La Virgen María, los discípulos, María Magdalena y todos los que fueron amados por Él, sintieron un gran vacío cuando el Maestro murió en la cruz. Es el vacío que nos desgarra cuando parten los seres queridos a la eternidad. Es el vacío que hay en el corazón de la madre cuando ve perdido a su hijo en las drogas o el alcohol. Es el vacío que queda en el corazón de un niño cuando pierde a su padre o a su madre, ya sea por la muerte, la deportación o el abandono. Es el vacío de la impotencia ante el dolor, el fracaso y la injusticia.
He aprendido que Jesús no sólo llena nuestros vacíos más allá de la muerte. Él es nuestra esperanza hoy, en las alegrías y en las tristezas; en la salud y en la enfermedad; en las ausencias y en las presencias. Mis hermanos experimentaron esta resurrección aun antes de entregar su alma al Señor. Mi hermana aceptó su enfermedad con valor y entereza, convencida de que un Dios Vivo, un Cristo Resucitado caminaba con ella. Mi hermano abrazó a todos uno por uno, diciéndoles que iba a reunirse con los que habían partido antes que él.
Cuando nosotros aceptamos la fragilidad de nuestra humanidad empezamos a bajarnos y es en esta actitud de humildad que Dios nos ayuda a vislumbrar el misterio de la eternidad. Como dijo el papa Francisco en su homilía pascual del 2015, refiriéndose al Evangelio del día: “La mañana de Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se «inclinaron» para entrar en la tumba. Para entrar en el misterio hay que «inclinarse», abajarse. Sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino”.
¡El Señor Jesús ha resucitado! ¡Aleluya! Su resurrección es nuestra esperanza, la que llena nuestros vacíos, la que nos ayuda a vivir con el corazón lleno de paz y de alegría, aun en medio de la violencia y del dolor. ¡Resucitemos con Él!