“¡Oh, qué alegría cuando me dijeron:Vamos a la Casa del Señor!” Seguramente usted conoce esta frase. Quizá la ha cantado en la iglesia. Un señor me decía que le gustaba recordarla cuando iba a la misa dominical. “Me da mucha alegría”, reconocía. Él no sabía, sin embargo, que era una cita del salmo 122, uno de los 15 salmos, del 120 al 134, que comienzan con el título “Cántico de las subidas” o “de peregrinación”
Siglos antes de Cristo, las peregrinaciones a lugares sagrados eran muy conocidas. En la Biblia leemos cómo los israelitas se dirigían a los santuarios donde el Señor se había manifestado a los patriarcas, como Siquén, Betel y Hebrón. Desde que el Arca de la alianza fue trasladada a Jerusalén, la ciudad santa fue definitivamente la meta principal de los peregrinos. Esta costumbre llega a ser un mandato de la Ley: Los hombres judíos deben ir a Jerusalén cada año por las grandes solemnidades de la Pascua, así lo declara el Deuteronomio.
“Tres veces al año se presentarán todos tus varones ante Yavé, tu Dios: en la fiesta de los Ázimos, en la fiesta de las Semanas y en la fiesta de las Tiendas”. (Dt 16,16)
Estas fiestas se designan con un término hebreo que significa “danzar, dar vueltas”, y que alude a las procesiones y a los bailes que caracterizaban a las peregrinaciones. Los salmos de las subidas son una parte importante de estos viajes. En ellos se describen las peripecias de los peregrinos. Hablan de los problemas de andar por desiertos; de las emociones de visitar la ciudad santa.
Y sobre todo ofrecen un cantoral religioso que los peregrinos coreaban al subir y bajar los altozanos con “la mirada hacia los montes”. (121,1) De ahí que a estos 15 salmos se les denomine Cánticos de las Subidas. Sin duda ninguna, suponía un gran esfuerzo físico coronar las ardientes cuestas de la región montañosa de Judá. Las subidas, sin embargo, tenían un claro simbolismo religioso. Había que subir al monte del Señor. “Jerusalén, los montes la rodean”. (125,1)
“¡Ya estamos, ya se posan nuestros pies en tus puertas, Jerusalén!… Allá suben las tribus, las tribus del Señor”. (122,2)
Al final, era emocionante finalizar las 15 gradas del templo. Con qué pasión y fe cantaban estos salmos al subir una por una estas escaleras.
“Entremos en su morada, postrémonos ante la tarima de sus pies”. (132,7)
“Bendigan al Señor todos los que sirven en los atrios de la casa de nuestro Dios”. (134,1)
Además del esfuerzo físico, para el piadoso judío las peregrinaciones tenían un simbolismo histórico. Les recordaban la liberación de la esclavitud en la salida de Egipto. O los años duros y difíciles por el desierto con Moisés. O el retorno del exilio de Babilonia. Con gran esperanza, pensaban en la Jerusalén celestial.
“A ti he elevado mis ojos, a ti que habitas en los cielos”. (123,1)
“Los que buscan apoyo en el Señor se parecen al monte Sión: inconmovible y estable para siempre.
Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, nos parecía estar soñando”. (126,)
“¡Que el Señor te bendiga desde Sión: que puedas ver la dicha de Jerusalén!” (128,5.)
Son los salmos que la Iglesia canta en nuestro peregrinar diario.