Francisco Javier fue un sacerdote misionero jesuita que evangelizó en la India y Japón. Fue canonizado en 1622, al mismo tiempo que Ignacio de Loyola, Teresa de Avila, Felipe Neri e Isidro el Labrador. El Papa Pío X lo nombró patrono oficial de las misiones extranjeras y de todas las obras relacionadas con la propagación de la fe.
Francisco nació en 1506, en el castillo de Javier en Navarra, cerca de Pamplona, España. A los dieciocho años fue a estudiar a París. Allí conoció a Ignacio de Loyola, mayor a él, y quién le pareció en un principio un hombre extraño. No le gustaba que le repitiera constantemente “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?”, pues esta frase de Jesús era contraria a sus aspiraciones.
Finalmente, Francisco accedió a asistir a un retiro basado en los “Ejercicios Espirituales” que el mismo Ignacio había desarrollado. Comprendió lo que él decía: “Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos”. Decidió ser parte de los primeros siete de la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio. Hicieron voto de absoluta pobreza, y se pusieron a la total dependencia del Papa. Redactaron las Constituciones de la Compañía de Jesús y compartieron el esfuerzo de sacarla adelante. Fue ordenado sacerdote en Roma en 1527.
En el año 1540 San Ignacio envió a Francisco Javier y a Simón Rodríguez a la India. De paso por Lisboa, misionó allí durante ocho meses, y escuchaba confesiones en la Corte. Escribió a San Ignacio: “El rey Juan III no está todavía decidido a enviarnos a la India, porque piensa que aquí podremos servir al Señor tan eficazmente como allí”.
Finalmente, el 7 de abril de 1541, a los treinta y cinco años, partió a las misiones. En el viaje evangelizó a la tripulación, pasajeros, soldados, esclavos y convictos que eran parte de la flota. Su camarote se convirtió en enfermería pues a bordo se desató una epidemia de escorbuto. Después de varios meses llegaron al sur del continente africano, donde se quedaron durante el invierno. El 6 de mayo de 1542 llegaron por fin a Goa, colonia portuguesa. Allí evangelizó a cristianos y a hindúes, especialmente a los de casta baja. Le dolía mucho el sufrimiento de los nativos a quienes defendió y asistió. En medio de las dificultades y duras condiciones materiales le escribió a San Ignacio: “Los peligros a los que me encuentro expuesto y los trabajos que emprendo por Dios, son primavera de gozo espiritual”.
En abril de 1549, partió de la India hacia el Japón, acompañado por otro sacerdote de la Compañía de Jesús y un hermano coadjutor, por Anjiro (que había tomado el nombre de Pablo) y por otros dos japoneses que se habían convertido al cristianismo. Aprendió japonés y logró traducir al japonés una exposición muy sencilla de la doctrina cristiana que repetía a cuantos se mostraban dispuestos a escucharle.
Planeó llegar a China, pero enfermó gravemente. Después de misionar durante once años en el oriente, murió en 1552 a los cuarenta y seis años en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China. Al fin del año, fue trasladado a Goa, donde los médicos comprobaron que se hallaba incorrupto. Ahí reposa todavía, en la iglesia del Buen Jesús.
Celebramos su fiesta el 3 de diciembre, día de su muerte.