La ciudad medieval de Asís, Italia, respira a San Francisco de Asís y a Santa Clara, una de sus primeras seguidoras. Inspirada por el testimonio de él, decidió dejar su vida de aristócrata, y seguir el llamado de Jesús. Ante la oposición de sus padres, a los dieciocho años, acompañada de su tía Bianca y otra compañera se dirigió a la capilla de la Porciúncula para encontrarse con Francisco. Se cortó el pelo y cambió su rica vestimenta por una túnica y un velo e ingresó al convento de las monjas benedictinas de San Pablo, cerca de Bastia. Su padre, Favorino Sciffi, un rico representante de una antigua familia romana, que poseía un gran palacio en Asís y un castillo en la ladera del monte Subasio, intentó forzarla a volver a casa, pero ella insistió que no tendría otro esposo que no fuera Jesucristo.
A Clara se le unieron otras mujeres, entre ellas, dos hermanas, la Beata Beatriz; y Santa Inés de Asís; y más adelante, su propia madre, la Beata Ortolana, de la noble familia de Fiumi, quien había emprendido peregrinaciones a Roma, Santiago de Compostela y Tierra Santa.
Así nacieron las franciscanas de clausura, que hoy se las conoce como Clarisas, y que entonces se las llamó las “Damas Pobres de San Damián”, por ser el lugar donde vivieron. Se dedicaron al trabajo manual, al silencio y a la oración. Durante un breve período, la orden fue dirigida por el mismo Francisco. En 1216 Clara aceptó el papel de Abadesa de San Damián, cargo que ocupó durante 40 años, aunque los últimos 29 estuvo constantemente enferma.
Entre sus anécdotas, se recuerda una de impacto eucarístico. En 1224, el ejército de Federico II vino a saquear Asís. Al tratar de entrar al Monasterio, Clara salió a su encuentro con el Santísimo Sacramento en sus manos. Un terror misterioso se apoderó de los enemigos, que huyeron sin hacer daño a nadie en la ciudad. Por eso, se la representa portando una custodia o píxide.
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Murió el 11 de agosto de 1253 a los 60 años de edad. Sus restos fueron enterrados en la capilla de San Jorge. En su funeral, el papa Inocencio IV insistió en que los frailes realizaran el Oficio de las Santas Vírgenes en lugar del Oficio de los Muertos, lo cual hizo que el proceso de canonización de Clara comenzara poco después de su funeral, y que fuera canonizada apenas dos años después, el 26 de septiembre de 1255, por el papa Alejandro IV.
Al término de la construcción de la Basílica en honor de su nombre, en 1260, los restos de Clara fueron trasladados y puestos bajo el altar mayor. El papa Urbano IV cambió oficialmente el nombre de la Orden de las Damas Pobres por el de Santa Clara en 1263. Unos 600 años más tarde, en 1872, sus restos fueron trasladadas a una urna de vidrio en la cripta que se construyó en la misma Basílica.
Su legado está presente hoy en la Congregación de las Clarisas. A su muerte habían más de tres mil religiosas; en la actualidad son veinte y dos mil repartidas en los cinco continentes. Muchos lugares, incluyendo iglesias, conventos, escuelas, hospitales, pueblos y condados, llevan hoy el nombre de Santa Clara. El lago Santa Clara entre Ontario y Michigan fue navegado y nombrado el día de su fiesta en 1679. El río Santa Clara y el condado de Santa Clara, Michigan, también fueron nombrados en su honor. La Misión Santa Clara, fundada por misioneros españoles en el norte de California en 1777, ha dado su nombre a la universidad, ciudad, condado y valle en el que se encuentra. El río Santa Clara del sur de California está a cientos de kilómetros al sur y le dio su nombre a la cercana ciudad de Santa Clarita.
Su fiesta es el 11 de agosto. Vivir la pobreza con gozo es su mayor legado.