“SU APOSTOLADO AYUDÓ A CREAR una mayor conciencia de la necesidad de combatir todas las formas de racismo por medio de la educación y del servicio social”, dijo de ella San Juan Pablo II el 1ro de octubre del 2000, día en que proclamó santa a la Madre Katharine Drexel. “Ella se sintió profundamente afligida por la pobreza y las condiciones desesperadas de los nativos americanos y de los africanos americanos. Con gran valentía y confianza en la gracia de Dios, eligió entregar no sólo su fortuna, sino toda su vida al Señor.”
Katharine nació en Filadelfia,
Pensilvania, el 26 de noviembre de 1858. Fue la segunda hija de Francis Anthony Drexel, un conocido banquero y filántropo, y Hannah Lagstroth, quien murió cuando ella tenía apenas un mes de nacida.
Su padre volvió a casarse y tuvo otra hija. Él y su segunda esposa enseñaron a sus hijas a compartir sus bienes. Les inculcaron que todo lo que tenían era un préstamo que habían recibido. Katharine creció viendo como su casa abría las puertas a los necesitados además de orar en casa y asistir a la Santa Misa diariamente.
La fortuna que tenían les permitió viajar a distintos países, incluso a Europa. Cuando la familia hizo un viaje al Oeste de los Estados Unidos, Katharine vio la degradación en que vivían de los indígenas estadounidenses y sintió compasión por ellos. Esta realidad y la condición de los afroamericanos que todavía no tenían acceso a la educación y otros derechos la movió a sentir la urgencia de ayudar a cambiar las actitudes raciales en los Estados Unidos.
Después de la muerte de su padre heredó un gran fortuna y se fue a Europa en busca de misioneros. En Roma se entrevistó con el papa León XIII y le pidió que enviara misioneros a las misiones que ella ya estaba financiando. El Pontífice le dijo que ella misma podía ser misionera. Le sorprendió la idea pero empezó a considerarla.
Así, en 1887 estableció la escuela St. Catherine Indian School en Santa Fe, Nuevo México. A esta fundación le siguieron trece nueve centros fundados en cuatro años. En 1888, a sugerencia de su director espiritual, monseñor James O’Connor la animó a fundar una institución para ayudar a los indígenas y a los afroamericanos.
El 12 de febrero de 1891 profesó sus primeros votos, fundó la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento con la visión de anunciar el Evangelio y compartir la Eucaristía entre los indígenas y afroamericanos.
Sus últimos veinte años, tras sufrir una grave enfermedad del corazón, los pasó en retiro y oración en el Convento de Santa Elizabeth, en Bensalem, Pensylvania. Murió el 3 de marzo de 1955 a la edad de 96 años. Sus restos mortales reposan en este mismo lugar. Allí se ha edificado un Santuario en su honor. Se la celebra el 3 de marzo como apóstol de los indígenas y los afroamericanos. ¡Que ella nos enseñe en nuestros días a luchar por la justicia social a través de la oración y la acción!