El Martirologio Romano describe así la fiesta de estos santos africanos, el 3 de junio: “Memoria de los santos Carlos Lwanga y compañeros, todos ellos de edades comprendidas entre los catorce y los treinta años, que perteneciendo a la corte de jóvenes nobles o al cuerpo de guardia del rey Mwanga, de Uganda, y siendo neófitos o seguidores de la fe católica, por no ceder a los deseos impuros del monarca murieron en la colina Namugongo, degollados o quemados vivos († 1886)”
Carlos Lwanga, de 21 años, junto a veinte y seis jóvenes más fueron beatificados el 6 de Junio de 1920 por el Papa Benedicto XV. El Papa Pablo VI los canonizó el 8 de octubre de 1964, durante el Concilio Vaticano II, en presencia de obispos de todo el mundo y dijo en su homilía: “El África, bañada por la sangre de estos mártires, los primeros de la nueva era —y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto—, resurge libre y dueña de sí misma”.
La historia comienza con la evangelización de África, en el siglo XIX, con la sociedad de los Misioneros conocida como los Padres Blancos. Carlos Lwanga, nacido en Buddu, Uganda en 1861, del clan del Antílope, que trabajaba en la Corte Real como el jefe de los pajes, fue uno de los convertidos. Por ser favorecido por el rey Mwanga, llegó a ser un líder de la comunidad y así tuvo la oportunidad de instruir en la fe a varios jóvenes que servían al rey. El testimonio de ellos y otros cristianos ganó en un principio la simpatía del rey y luego de su hijo; pero más adelante cambiaron de opinión, porque estos no estaban de acuerdo ni con el negocio de la venta de esclavos ni con sus prácticas sexuales.
Debido a ello, el rey empezó una campaña para que los recién convertidos renunciaran a su fe. Después de una masacre de anglicanos en 1885, el hoy San José Mukasa, líder y residente en la corte, reprochó al rey su acción. Para callarlo, Mwanga mandó decapitarlo e hizo detener a todos sus seguidores. Lwanga, que había sido bautizado por Mukasa, asumió las funciones de él y bautizó en secreto a los catecúmenos.
Esto le costó la vida a Carlos Lwanga y a los otros, jóvenes, que estaban con él. Fueron quemados vivos el 3 de junio de 1886. Murieron proclamando el nombre de Jesús y diciendo: “Pueden quemar nuestros cuerpos pero no pueden dañar nuestras almas”.
Estos primeros mártires son parte de los más de 100 mártires cristianos de Uganda. Su sangre ha sido semilla de fe. Hoy, en Uganda hay millares de católicos y muchas vocaciones inclusive de indígenas.
En Namugongo, el lugar del martirio, hoy en día existe la Basílica de los Mártires de Uganda.