La Iglesia recuerda a los santos apóstoles Felipe y Santiago el 3 de mayo. Ambos pertenecieron al grupo de los doce apóstoles, escogidos por Jesucristo, y los dos dieron la vida por Él. La tradición dice que San Felipe murió crucificado en Frigia (Asia Menor), y que Santiago “el hermano del Señor” y primer obispo de Jerusalén, murió apedreado hacia el año 62. Se los celebra juntos porque alrededor del siglo VI los restos de los dos fueron llevados a Roma y colocadas en la Basílica de los Doce Apóstoles. Antes de la reforma del Calendario Romano General, la festividad de estos santos se celebraba el 11 de mayo, pero se cambió luego para el 3 de ese mismo mes.
San Felipe nació en Betsaida, Galilea, y fue discípulo de San Juan Bautista. Felipe fue uno de los primeros apóstoles llamados por Jesús. Fue el que le dijo a Natanael que había encontrado a Jesús, el anunciado por los profetas. Ante la pregunta de Natanael de qué cosa buena podría salir de Nazareth, Felipe replicó “Ven y verás” (Jn 1,46). Fue a él a quien Jesús preguntó dónde podrían conseguir pan para dar de comer a la muchedumbre que lo escuchaba. Felipe le respondió que doscientas monedas no alcanzarían (Jn 6, 5-7). También interviene, junto a Andrés, en el episodio en el que unos griegos quieren conocer a Jesús (Jn 12,20-22). En la última cena Felipe le pidió a Cristo que le “muestre al Padre” y Jesús le respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? Quien me ve a Mí, ve al Padre” (Jn 14, 8-11). Hechos 8,4 nos narra que Felipe fue a una ciudad de Samaria a predicar a Cristo; y en Hechos 8,26-40, movido por el Espíritu, salió al encuentro de un etíope para explicarle las Escrituras. Luego, siguió evangelizando en otras ciudades.
Santiago es llamado el “hijo de Alfeo” (Mt. 10,3). Los Evangelios nos hablan de él como “el hermano de Jesús”. También se lo llama “el Menor” para diferenciarlo del otro apóstol, Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo. La Iglesia lo considera el primer Obispo de Jerusalén. En su carta a los Gálatas Pablo lo considera, junto con San Pedro y San Juan, una de las principales columnas de la Iglesia. Comenta que después de su conversión fue a visitar a Pedro, pero no encontró a ningún discípulo sino a Santiago (Gal 1,18-19); que Jesús se manifestó a este apóstol después de la Resurrección (I Cor 15:7). Cuando los apóstoles se reunieron (Hechos 15,13) para decidir si los convertidos de entre los gentiles debían aceptar la circuncisión o no, Santiago habló como la cabeza de la comunidad en Jerusalén, y pronunció lo que se considera el juicio del “Concilio”. Incluso en la última visita de San Pablo a Jerusalén, este fue directamente a la casa de Santiago, donde se reunió con todos los jefes de la Iglesia de Jerusalén (Hechos 21,15).
A él se le atribuye la autoría de la primera epístola católica “Carta de Santiago”. En ella leemos: “Si alguien se imagina ser persona religiosa y no domina su lengua, se equivoca y su religión es vana”. “Oh ricos: si no comparten con el pobre sus riquezas, prepárense a grandes castigos del cielo”. “Si alguno está triste, que rece. Si alguno se enferma, que llamen a los presbíteros y lo unjan con aceite santo, y esa oración le aprovechará mucho al enfermo”, ritual que inspiró la Unción de los Enfermos. Y el versículo que repetimos comúnmente y sobre el que se sostiene nuestra iglesia: “La fe sin obras, está muerta”.