El escritor salvadoreño David Humberto Trejo nos habla sobre su libro Tavita y su amistad con monseñor Óscar Arnulfo Romero.
Este otoño visitó nuestra ciudad el escritor, diplomático y político salvadoreño David Humberto Trejo. Venía a presentar en la Universidad de Nueva York su libro de relatos Tavita: cuentos mediocres, diálogos fútiles en el drama nacional.
David Humberto Trejo fue secretario general de la Juventud Demócrata Cristiana de El Salvador y diputado a la Asamblea Constituyente de 1982. Redactó el preámbulo de la Constitución actual de El Salvador, firmada en diciembre de 1983. Ha sido Diputado al Parlamento Centroamericano y a la Asamblea Legislativa de su país, así como embajador de El Salvador ante las Naciones Unidas en Ginebra, así como ante varios países de América y Europa.
La historia que cuenta en Tavita se desarrolla entre 1900 y 1970, en San Pedro Cacahuatique, hoy conocida como Ciudad Barrios, donde nacieron tanto el autor como el beato Óscar Arnulfo Romero. En el libro se narran los sucesos esenciales de la niñez, la adolescencia, la vocación y el sacerdocio del beato salvadoreño.
En su niñez, David Humberto Trejo conoció a monseñor Romero, un joven sacerdote por ese entonces. Fue el inicio de una amistad que duraría hasta la muerte de monseñor Romero. De esa amistad y de ese libro trata la siguiente entrevista.
Nuestra Voz: ¿Podría decirnos qué lo motivó a escribir Tavita y cuáles son sus principales rasgos?
David Humberto Trejo: El motivo principal es buscar en las raíces históricas el porqué de la realidad que estamos viviendo en nuestro país, que es similar a otras realidades; y plantear, a pesar de lo áspero y tortuoso, un hálito de esperanza que pueda de alguna manera avivar el fuego intenso y generoso de nuestra gente, para enfrentar el crimen, la marginación y el odio.
NV: Monseñor Romero es uno de los personajes de su libro. ¿Por qué?
DHT: Para mí, monseñor Romero —con su voz, su ferviente fe, su conocimiento profundo de la doctrina social de la Iglesia, su vida de testimonio evangélico—; asume la responsabilidad histórica de orientar la sociedad y la política por rumbos nuevos hacia la justicia social, la armonía social y la paz.
NV: ¿Cómo conoció a monseñor Romero? ¿Puede contarnos alguna anécdota sobre él que Ud. recuerde particularmente?
DHT: La primera vez que lo vi, en 1952, [yo] tenía nueve años. Estábamos de vacaciones, elevábamos papalotes aprovechando los vientos de octubre, un ambiente fresco, agradable, cielo nítido azul. Esa mañana pasaron a mi casa las señoritas Escobar y otras personas muy católicas, invitándome a un paseo en “Omoma” con el padre Romero, párroco de la Iglesia Santo Domingo en San Miguel.
Había oído varios comentarios y testimonios de las virtudes del niño Oscar Arnulfo, que era originario y se había criado en el pueblo, pero nunca lo había visto. Me impresionaron su serenidad y santa alegría: aquel hombre con su negra sotana, sentado en el suelo sobre la alfombra de hojas secas, almorzando con nosotros panes y refrescos, disfrutando el susurro de los pinos; su sencilla sonrisa, su apacible voz, narrando anécdotas y haciendo comentarios al poema “Los motivos del lobo”, de Rubén Darío, que me pidieron que recitara, pues ya andaba yo en eso de leer y decir poesías.
Su caridad social y específica se traslucía por su fresca palabra evangélica, mariana; era oída a través de la radio Chaparrastique, en la zona oriental del país, en aldeas y pueblos. Esperaban la trasmisióndelamisadominical a las ocho de la mañana desde la Satedral de San Miguel. Las personas ponían a todo volumen sus radios y al pasar por las calles se oía su mensaje diáfano cargado de doctrina. Yo era un adolescente, continuaba mis estudios en el Instituto Católico de Oriente de los Hermanos Maristas, donde el padre Romero era el coadjutor.
En 1970, siendo monseñor Romero obispo auxiliar de San Salvador —y habiendo yo regresado de mi exilio en Venezuela—; los domingos por la tarde lo buscaba para ir a dar un paseo en mi carrito Volkswagen, para visitar a su hermana Zaida o a otros parientes. Varias veces lo llevé a visitar enfermos y dar la extremaunción.
NV: ¿Cuándo fue la última vez que vio a monseñor Romero?
DHT: La última vez que conversé con él fue el lunes 23 de febrero de 1980 a las 4:45 a.m. Tiempo antes me había llamado Lolita Henríquez , amiga y correligionaria, para darme la dolorosa noticia del asesinato del entrañable amigo y correligionario Dr. Mario Zamora Rivas, Procurador General de Pobres. Angustiado, salí en el Volkswagen hacia la casa de Mario, donde habían estado celebrando el cumpleaños de un compañero. El impacto al llegar fue tremendo. Aronet [Díaz, la esposa de Mario] me dijo: “Los ángeles no lloran; usted es mi arcángel”. Abatido, fui a buscar consuelo donde monseñor Romero.
Las madres carmelitas estaban arreglando para la misa la capilla del hospital la Divina Providencia. Monseñor estaba en oración en la habitación que habían acomodado por seguridad a unos pasos del altar donde cayó abatido.
Le comenté que entraron hombres armados y encapuchados en la casa de Mario, minutos después que se había retirado el miembro de la Junta de Gobierno Morales Erlich. Ordenaron a todos colocarse boca abajo, que dijeran su nombre. Levantaron a Mario [y se lo llevaron]. Al retirarse los hombres armados, [los que estaban en la casa] comenzaron a avisar telefónicamente que habían secuestradoaMario.Fuehasta cuando alguien fue al baño que hallaron el cuerpo sin vida — habían utilizado silenciadores.
Comentamos sobre las amenazas que él había recibido, de los varios asesinatos de alcaldes y dirigentes locales del PDC; de las dinamitas colocadas y detectadas, la semana anterior, en la Iglesia del Sagrado Corazón, donde se celebraría una misa de acción de gracias con toda la dirigencia nacional del Partido Demócrata Cristiano.
Me preguntó entonces si habían desfigurado a Mario. Le solicité su bendición y me retiré reconfortado.
La última vez que lo vi fue la tercera semana de marzo de 1980. Pasé por la casa de retiros Nuestra Señora de Lourdes. Fue entonces que lo vi por última vez: caminaba despacio y con la frente inclinada entre los jardines. Fue su último retiro espiritual, una semana antes de su martirio.
NV: ¿Cómo vivió la noticia de su muerte?
DHT: La noche anterior a su asesinato, yo estaba en la casa de don Napoleón Duarte. Se sentía mal y salí a comprarle una medicina. Al regreso pasé frente al seminario San José de la Montaña y vi un cadáver tirado en la acera de enfrente.
El 24 de marzo de 1980, salimos junto al Dr. Guevara Lacayo a San Miguel. Al regreso no alcanzamos a asistir a la misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia en memoria de la Sra. Sara Meardi, madre del amigo Miguel Pinto, de la familia fundadora del Diario Latino, el decano del periodismo salvadoreño.
Al llegar a la casa había una llamada urgentísima: ¡Asesinaron a monseñor Romero! ¡Tremenda noticia!
NV: ¿Qué significó su beatificación el 23 de mayo de 2015?
DHT: El anuncio de la beatificación de monseñor para el 23 de mayo del año pasado, causó una gran euforia popular, los jóvenes artistas pintaron murales en ciudades, poblados pequeños y aldeas en diferentes estilos y expresiones. Cantautores improvisaban versos que recitaban en plazas y parques. Las visitas a la tumba de monseñor aumentaban.
Cuarenta y ocho horas antes, los alrededores del lugar de la beatificación estaban llenos de peregrinaciones de todo el país, de Guatemala, México, Honduras, Nicaragua, EE.UU., de diferentes países de América Latina y Europa; permanecían en vigilia, entre oraciones y cantos; rogando al altísimo y clamando que el testimonio del nuevo beato fuera semilla para sembrar la concordia y la paz en la región y en el mundo.