EL CARDENAL CARLOS OSORO, arzobispo de Madrid, estuvo de visita en Nueva York este verano. Lo habían invitado a dar una de las conferencias principales en la Cumbre Bíblica Católica de Nueva York y aprovechamos para entrevistarlo.
El Cardenal es un hombre cercano, cordial. Dice, y lo dice con convicción, que cuando le avisaron que el Papa había decidido hacerlo cardenal creyó que se trataba de una broma de mal gusto. Se dice que le gusta caminar por Madrid como cualquier hijo de vecino, viajar en el metro, conducir él mismo su auto.
Cinco minutos después de conocerme, cuando le mencioné que era cubano, me mostró una foto en su móvil: un amigo suyo, cubano también, acababa de tener un hijo y le había enviado la instantánea del bebé. A continuación nos sentamos y conversamos. Aquí tienen un extracto de esa charla.
Nuestra Voz: Eminencia, ¿por qué invitan al Cardenal de Madrid a Nueva York, a la Cumbre Bíblica Católica?
Cardenal Carlos Osoro: No sé por qué me han invitado, porque no soy biblista. Yo he trabajado fundamentalmente siendo profesor en Teología Pastoral. Pero, bueno, agradezco a quienes me han invitado, y la acogida que he tenido aquí, la hospitalidad de verdaderos hermanos.
NV: Bueno, le podría dar una razón: Más del 40% de las personas que van a misa hoy en Estados Unidos. ¿Siente orgullo de eso como Cardenal de Madrid? Porque, al final, es la huella evangelizadora de España, ¿no?
Cardenal Osoro: Yo siempre me he sentido muy a gusto, tanto con este 40 por ciento que vive en Estados Unidos, como con América Latina, a la que he querido de una forma especial. Siempre mi corazón y mi mirada han estado en los hermanos de América Latina, en los hermanos que están aquí en los Estados Unidos y que proceden de esos lugares, de esos países, ¿no?
Me he sentido muy a gusto, no sé por qué. Quizás porque, primero, he visto lo que supone la gesta de aquellos que salieron de España para anunciar el Evangelio… que en poquísimo tiempo un continente entero asumió la adhesión a nuestro Señor Jesucristo. Tenían que ser hombres excepcionales para poder hacer esto, ¿no? Pero hombres íntegros también, que convencían no solamente por las palabras que decían sino también por cómo vivían.
NV: Se cuenta que usted, ya siendo obispo, alguna vez visitó un club de mala reputación. ¿Cómo es la historia?
Cardenal Osoro: Pues mire, fue al comienzo de ser yo obispo, estaba en la Diócesis de Orense, en Galicia… y estaba haciendo la visita pastoral en Verín, que es una de las villas importantes de la diócesis.
Entonces por la mañana iba al hospital de la villa porque estaban los enfermos de todos los pueblos del alrededor, de todas las parroquias. Les daba la comunión o les visitaba, y al salir me encuentro con una chica —era una chica de América Latina—, que me dijo: “Padrecito, por favor, ayúdeme, ayúdeme. Que quiero marchar a mi país, y no me dejan marchar”. La escucho, me dice que no le daban el pasaporte. Y le digo: “Mira, ¿dónde estás? Me dice: “Yo trabajo en un club de carretera”. Y le dije: “Yo te prometo que voy a buscarte cuando termine la visita esta tarde”.
Hacia las 8:30 o 9:00 de la noche, yo aparecí por el club, iba vestido de obispo… Entré y pregunté por ella. Me dicen: “No está. Está arriba en su trabajo”. Y entonces el señor me dice: “¿Qué quiere usted?” Él estaba en la barra. Y digo: “Primero, quiero una cerveza porque voy a esperar a la chica; y segundo, quiero que me dé el pasaporte de esta chica porque se quiere marchar a su país”. Le sentó mal aquello. “Mire, no le quiero deshacer ningún negocio. Simplemente quiero que a esta chica, que se quiere marchar, le dé usted el pasaporte”.
En aquel momento bajaba ella por las escaleras, y me dijo, “¡Padrecito!” Y vio la luz la pobre, ¿no? Y entonces el otro señor se resistió pero, salió de la barra, entró a una habitación y me tiró el pasaporte. Yo cogí el pasaporte del suelo, y dejé a la chica ir adelante y salimos.
NV: Eminencia, quisiéramos que enviara un mensaje a los hispanos de Brooklyn y Queens, a los lectores de nuestro periódico.
Cardenal Osoro: En primer lugar que ya les quiero, porque tenemos un patrimonio común, que es una manera no solamente de hablar, sino de sentir y de expresar lo mejor que llevamos en esta vida. Y si son cristianos quienes me escuchan, lo mejor que llevamos es la vida de nuestro Señor, aunque tengamos deficiencias en el modo a lo mejor de vivir o de mostrar ese rostro del Señor.
Tenemos una fe y una adhesión a un Dios que no es un Dios extraño, no es un Dios de las nubes, no es un Dios que se ha acercado a la historia de los hombres. Es un Dios que se ha hecho hombre como nosotros. Es un Dios que haciéndose hombre nos a dicho quién es Dios, de verdad, quién es Dios para nosotros y quiénes somos cada uno de nosotros. Es lo más grande que nos puede haber sucedido: saber quienes somos. Qué maravilla. Pues felicidades a todos, yo agradezco el poder comunicarme con vosotros.
Y felicidades también porque tenemos una madre excepcional, la Virgen María, el ser excepcional más grande que ha existido. Una mujer que ha sido capaz de ponerse en camino, de salir al camino de la vida en medio de las dificultades, como nos narra el Evangelio, era un camino tortuoso y costoso, el que le llevó a ver a su prima Isabel. Pero una mujer que llevaba a Dios tan dentro de sí misma, quiso estar tan lejos a ver un niño que aun no había nacido, Juan Bautista, hizo irrumpir una palabras de reconocimiento de la verdad del ser humano a su prima Isabel. Cuando le dijo: “Dichosa tú que has creído, que lo que ha dicho el Señor se cumplirá”.
Dejadme decirles a vosotros esto: Dichosos vosotros que creéis que lo que dice el Señor se cumple, que Él es un Dios cercano, que nos acompaña, que nos quiere entrañablemente, que no nos esta midiendo por las medidas que nosotros medimos a los demás, nos mide con generosidad. Y nos da siempre un abrazo, estemos como estemos. Pero que maravilla, no? Que cuando uno siente el abrazo de Dios necesariamente no puede estar igual, tiene que cambiar necesariamente. Felicidades.