¿El Purgatorio existe? ¿Qué enseña la Iglesia?

Negar el purgatorio es, pues, blasfemar contra la justicia divina. Es, pues, un error,

y un error contra la fe. Por  eso San Gregorio Niseno afirma:

‘Nosotros lo afirmamos y creemos como verdad dogmática’

Santo Tomás de Aquino [1]

 

Una de las acusaciones mas comunes que muchos católicos reciben es en contra de la doctrina referente al purgatorio. Se afirma que el purgatorio no existe, que es un invento de la Iglesia y miles otras cosas que para no alargar no coloco aquí. Veamos la realidad:

En primer lugar, es necesario entender lo que la Iglesia enseña sobre el purgatorio. El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica define así el purgatorio: “El purgatorio es el estado de los que mueren en amistad con Dios pero, aunque están seguros de su salvación eterna, necesitan aún de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza” (n. 210)

Y el Catecismo de la Iglesia afirma que llamamos “purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados” (CIC. n. 1031).

 Esta doctrina sobre el purgatorio aparece claramente en los documentos de los concilios de Lyon (1274) y de Florencia (1439), reafirmados sucesivamente por el de Trento, en polémica con la Reforma protestante, que consideraba el purgatorio una invención diabólica.

 Pero, la gran pregunta es ¿aparece en la Biblia esta doctrina?

La respuesta es: ¡Sí! La enseñanza sobre el purgatorio es clara en la Sagrada Escritura.

Varios son los textos que podríamos analizar aquí[1], pero citemos solo uno: en el Antiguo Testamento, en el segundo libro de los Macabeos: Al final de una batalla, Judas Macabeo descubre con horror que, bajo los vestidos, algunos soldados hebreos caídos en combate guardaban ídolos protectores, violando así el Decálogo, entonces envía a Jerusalén una importante suma de dinero destinada a ofrecer sacrificios por los muertos; y explica el libro: “Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado (2 Mac 12,46)”.

 El texto es claro: Es decir, existen pecados que quedan en el alma, suciedades, de los cuales los muertos deben ser purificados, por ello Judas Macabeo envía mucho dinero para que se ofrezcan sacrificios para que las almas de estos muertos “queden liberadas del pecado”, es decir, sean purificadas.

La Iglesia ha siempre enseñado que las almas que mueren en estado de gracia, es decir sin pecados graves (mortales), pero que aun conservan las manchas de los pecados cometidos y no reparados del todo o inclusive pecados veniales (leves) que no fueron purificados en esta vida precisan de una purificación antes de poder entrar en el Cielo. En efecto sabemos que allí “No entrará nada manchado (impuro)” (Ap 21,27).  A ese estado de purificación llamamos “Purgatorio”.

Este es el sentido por el que rezamos por los muertos como la Iglesia siempre lo hecho: para que queden libres (purificados) de sus culpas y que puedan entrar al cielo, tal y cómo hizo Judas Macabeo con sus hombres muertos en batalla…

 Nuestras oraciones y sacrificios ayudan a las almas que están en esa purificación. Así lo dice el Catecismo de la Iglesia: “Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos… Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos”

 Los santos Padres, desde época inmemorial, han enseñado esta verdad: así San Gregorio Magno: “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro[2]. San Cesáreo de Arlés escribió: “Si no damos gracias a Dios en la tribulación ni procuramos redimir los pecados con buenas obras, seremos retenidos en aquel fuego purificador, hasta que todos los pecados leves, a modo de madera, heno, paja, queden consumidos[3]

 Por lo tanto, recordemos siempre que el purgatorio existe, que no ha sido un invento de los católicos, sino una enseñanza clara de la Palabra de Dios y de la Iglesia. Recordemos además que es preciso purificarnos cuanto podamos en esta vida de nuestros pecados, y rezar y ofrecer misas y sacrificios para que las almas de nuestros difuntos sean liberados y puedan entrar en la presencia de Dios y gozar de Él para siempre.

 

[1] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Supplementum, Appendix, Quaestio de Purgatorio, a. 1.

[1] (Mt 12,32); (1Co 3,10-15)

[2] San Gregorio Magno, Dialogi 4,29;

[3] San Cesáreo de Arlés, Serm. 104,2; ML 39,1946.