¡Cada misa es un milagro!

Llevamos varios meses reflexionando sobre la presencia real de Jesucristo en la eucaristía que, aunque es doctrina central de la fe católica, desafortunadamente es desconocida por 7 de cada 10 católicos en Estados Unidos. Y quisiera completar esta serie de reflexiones compartiendo una experiencia personal particularmente espiritual y conmovedora que creo es relevante sobre este tema.

El mes pasado se me presentó la oportunidad de viajar al norte de Italia con un grupo de 45 peregrinos. De allí pasamos a la ciudad de Lanciano, en el centro. Aunque todas las estaciones del viaje fueron muy significativas, sin embargo, personalmente, aquel lugar es algo excepcional. Es en Lanciano donde ocurrió un milagro eucarístico que puede ser el más antiguo de los milagros eucarísticos reconocidos.

Hay que decir que cada celebración eucarística es un milagro, pero debo resaltar que lo que ocurrió en Lanciano puede ser considerado un maravilloso milagro dentro de otro.

Se cuenta de que un sacerdote monje tenía dudas sobre la presencia real de Jesucristo en la eucaristía. Y un día, mientras celebraba la misa la hostia y el vino se transformaron en la carne y la sangre real de Jesucristo frente a sus propios ojos. Me imagino que presenciar esa transformación sobrenatural debe haber sido una experiencia pasmosa para alguien que dudaba del misterio. A lo largo de la historia, se han hecho varios estudios y todos ellos refuerzan el reconocimiento de la Iglesia de este prodigio eucarístico excelso.

Existen también otros milagros similares en diferentes partes del mundo a lo largo de la historia. Entre los más famosos se cuentan el de Santarem, Portugal (1247) y Amsterdam, Holanda (1345). Les aseguro que cada uno de ellos es igualmente espectacular. Lástima que aquí no se puedan contar todos para que nos asombremos de estos prodigios.

Debemos decir que cada misa es un milagro. Como veníamos explicando, ese milagro eucarístico se explica con el concepto técnico de transustanciación. Lo que ocurrió en Lanciano añadió un milagro más en el sentido de que la transustanciación que no se ve se hizo visible. En la transustanciación dependemos de la fe para creer que la hostia y el vino ya son sustancialmente el cuerpo y la sangre de Cristo. En el caso de Lanciano, ya no es necesario mirar a través de la fe porque han recuperado su estado natural.

Dos datos más sobre los que me motivó a pensar el milagro de Lanciano. La sangre se coaguló en cinco glóbulos que puede tener un significado correspondiente a las cinco heridas por las que sangró Cristo. Cada glóbulo se presenta en distintas formas irregulares y tamaños diferentes.  Sin embargo, en la balanza cada glóbulo pesa 15.18 gramos a pesar de que tienen distintos tamaños. Además, se puede pensar lógicamente que su peso en conjunto es la suma del peso de cada uno. Pero no. El peso total del conjunto es el mismo: 15.18 gramos. ¿Cómo es posible esto?

Otro dato interesante es que este milagro eucarístico ocurrió en la iglesia dedicada a San Longino, el soldado romano que hirió con su lanza el costado de Cristo en la cruz. Esto causó la quinta llaga por la cual se derramaron gotas de la preciosísima sangre de Cristo.

En realidad, aquí no he compartido nada nuevo, pero esta experiencia me dejó renovado.

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Mons. Jonas Achacoso es canonista y autor de “Due Process in Church Administration. Canonical Norms and Standards”, Pamplona 2018. Es Vicario Judicial Adjunto de la Diócesis de Brooklyn, juez del Tribunal de la Diócesis de Brooklyn, y Vicario parroquial de la iglesia Reina de los Ángeles, en Sunnyside, Queens; además de delegado de los Movimientos Eclesiales de la Diócesis de Brooklyn y Queens.  Su columna Derecho y vida puede leerse en la edición mensual de Nuestra Voz.