Sobre el Cardenal Sodano y el significado de la ‘responsabilidad’

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ROMA—. Como parte de la creciente conversación sobre la necesidad de rendición de cuentas en medio de los escándalos de abuso sexual de la Iglesia, una pregunta que a menudo no recibe tanta atención como debería es sobre qué, exactamente, las personas deben rendir cuentas, es decir, qué tipo de acciones deben ser sancionadas, y qué pruebas necesitan las autoridades eclesiales antes de imponer los castigos.

Para comenzar con el caso más claro, la “tolerancia cero” obviamente implica que quienes cometen abuso sexual directo merecen un castigo rápido y severo y, luego del ejemplo del excardenal Theodore McCarrick, ahora sabemos que ese estándar es válido incluso para Príncipes de la Iglesia.

El cardenal Angelo Sodano conversa con el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación de los Obispos, antes del consistorio en el Vaticano el 28 de junio de 2018. (CNS/Paul Haring)

También sabemos, al menos en teoría, que encubrir el abuso de otros también es una violación de la política de “tolerancia cero”, lo que significa que también se supone que debe ser sancionado, aunque probar que esa persona tiene conocimiento, en lugar de sospecharlo, a menudo sea sorprendentemente difícil.

Donde se vuelve más confuso es cuando la acusación no es por cometer un crimen o encubrirlo, al menos no directamente, sino porque simplemente se está del lado equivocado de la historia —mostrando poco juicio, desatendiendo o siendo insensible, como para mantenerse ignorando la magnitud y profundidad de la crisis de abuso, y haciendo por consiguiente que la respuesta de la Iglesia sea más débil y menos convincente.

Si existe responsabilidad por ese tipo de lapso en la Iglesia Católica, ciertamente no puede deducirse juzgando la conducta del Decano del Colegio de Cardenales.

Mary McAleese, presidenta de Irlanda desde 1997 hasta 2001, reveló que el cardenal Angelo Sodano, entonces Secretario de Estado del Vaticano, le pidió en 2003 llegar a un acuerdo para proteger los archivos de la iglesia de las investigaciones estatales. (CNS/Paul Haring)

Esta semana, The Irish Times informó que el cardenal italiano Angelo Sodano, mientras era secretario de Estado del Vaticano bajo el Papa Juan Pablo II, abordó la idea de negociar un acuerdo para mantener los archivos de la Iglesia cerrados a las consultas del gobierno con la entonces presidenta irlandesa Mary McAleese en noviembre de 2003. The Times también informó que dos años después, Sodano preguntó al entonces ministro irlandés de Asuntos Exteriores, Dermot Ahern, si su gobierno prometía indemnizar al Vaticano por cualquier pérdida que pudiera ocurrir en tribunales irlandeses relacionadas con un litigio de abuso sexual.

Aunque el Vaticano no ha comentado aún sobre esos informes, son completamente consistentes con lo que sabemos sobre el modus operandi de Sodano.

En febrero de 2005, por ejemplo, Sodano pidió a la entonces Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Condoleezza Rice, que interviniera para bloquear una demanda colectiva ante un Tribunal de Distrito en Louisville, Kentucky, que pretendía responsabilizar financieramente al Vaticano por el abuso sexual de menores. Rice se vio obligada a explicarle que en el sistema estadounidense la rama ejecutiva del gobierno no tiene tal poder, y que los estados extranjeros están obligados a afirmar su inmunidad ellos mismos en los tribunales estadounidenses.

(Que conste que el Vaticano eventualmente logró, con éxito, que la demanda fracasara).

Tenga en cuenta que tanto las solicitudes irlandesas como la estadounidenses sucedieron después del estallido de los escándalos de abuso en los EE.UU. en 2002/2003, por lo que no se puede argumentar que Sodano no entendió la gravedad de la crisis, o cuán dañino sería que los sobrevivientes supieran que la segunda figura más poderosa en el Vaticano estaba más preocupada por proteger los activos institucionales que por compadecerse de las víctimas.

El padre Marcial Maciel Degollado, fundador de la Legión de Cristo, junto a san Juan Pablo II. (TONY GENTILE/REUTERS via Huffpost)

Tampoco este es el único signo de interrogación en la historia de Sodano en términos de su visión de lo que implica la “tolerancia cero”.

En 2010, el cardenal Christoph Schönborn, de Viena, Austria, acusó a Sodano de bloquear una investigación del Vaticano sobre el difunto cardenal Hans Hermann Gröer, acusado de varias formas de abuso sexual y conducta indebida y que eventualmente fue despojado de sus deberes y privilegios como Cardenal en 1998. Según Schönborn, el entonces cardenal Joseph Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI, quería iniciar un juicio contra Gröer bajo la ley de la Iglesia, pero Sodano se interpuso en su camino.

Schönborn fue obligado más tarde a viajar a Roma para una sesión de beso-y-maquillaje con Sodano y Benedicto, pero nunca se retractó de sus acusaciones.

Por cierto, Schönborn habló poco después de que Sodano usara la frase “chismorreo” en una homilía de Pascua en relación con la cobertura de la prensa de los informes de las víctimas de abuso clerical, de una manera que muchas víctimas encontraron profundamente insensible.

Luego está el tema del fuerte apoyo de Sodano al padre Marcial Maciel Degollado, fundador de la Legión de Cristo, quien fue declarado culpable por Ratzinger y su equipo en la Congregación para la Doctrina de la Fe de abusos sexuales y mala conducta en 2006 y sentenciado a una vida de oración y penitencia.

El cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio de Cardenales, durante la misa funeraria por la muerte del cardenal francés Jean-Louis Tauran en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, el pasado 12 de julio. (CNS/Paul Haring)

Sodano fue un aliado de Maciel hasta su amargo final. Incluso cuando el equipo de Ratzinger estaba llevando a cabo su investigación, Sodano hizo los arreglos para que el Vaticano emitiera una declaración pública insistiendo que no había un “procedimiento canónico” contra Maciel, lo cual era técnicamente correcto, ya que se había tomado la decisión de manejar el caso informalmente debido a la edad y el estado de la salud de Maciel, pero la declaración oscureció la gran verdad de que el Vaticano estaba tras su pista.

Sodano incluso luchó contra la publicación de una declaración pública sobre la sentencia del 2006, mucho después de que la carta en la que se comunicaba que ya había sido recibida por Maciel y distribuida dentro de la orden, con el argumento de evitarle a Maciel la vergüenza.

Entonces, ¿dónde nos deja todo eso?

Nunca ha habido, verdaderamente, ninguna insinuación o sospecha de que el mismo Sodano haya abusado de nadie, y acusarlo de “encubrimiento” en el caso de Maciel puede ser una exageración —en lugar de que tuviera algún conocimiento de primera mano sobre los crímenes de Maciel, lo más probable es que Sodano simplemente no quisiera saber. Él admiraba la ortodoxia, el celo y el éxito de Maciel con la juventud —sin mencionar su habilidad para recaudar fondos—, y se inclinaba a atribuir los cargos contra Maciel, que habían circulado desde 1997, a la envidia o la oposición política.

Por otro lado, no hay duda de que el peso acumulativo de la carrera de Sodano sugiere un funcionario que no ha querido, o no ha podido, asumir la naturaleza real de la crisis clerical de abuso, y que apenas inspira confianza en términos de un sólido compromiso con reforma.

De acuerdo, Sodano tiene ahora 90 años, sin embargo, sigue siendo el Decano del Colegio de Cardenales, y si el Papa Francisco muriera mañana, aún presidiría las reuniones diarias de los cardenales en el período previo al cónclave para elegir un sucesor. Además, Sodano continúa siendo bastante activo a pesar de su edad, y se lo ve ampliamente en Roma ejerciendo una importante influencia tras bambalinas a través de una extensa red de amigos y protegidos, especialmente en la Secretaría de Estado.

Cuando el papa Francisco reflexiona sobre lo que implica la “rendición de cuentas” por los escándalos de abuso, tarde o temprano tendrá que considerar figuras como Sodano, funcionarios que pueden no ser culpables directos de crimen o encubrimiento, pero cuyas elecciones y declaraciones han dejado a muchos observadores, especialmente a aquellos sobrevivientes de abuso, preguntándose qué tan seria es realmente la política de “tolerancia cero”.

*Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Crux, bajo el título: On Cardinal Sodano and the meaning of ‘accountability’ 

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John L. Allen Jr. es el director de Crux, especializado en la cobertura del Vaticano y la Iglesia Católica.

Ha escrito nueve libros sobre el Vaticano y asuntos católicos, y es también es un popular comentarista sobre el catolicismo tanto en los Estados Unidos como a nivel internacional.

The London Tablet lo ha llamado “el escritor más autorizado sobre asuntos del Vaticano en el idioma inglés”, y el famoso biógrafo papal George Weigel “el mejor reportero angloparlante del Vaticano”. Cuando se le pidió a John que le hiciera la primera pregunta al Papa Benedicto XVI a bordo del avión papal de camino a los Estados Unidos en abril de 2008, el portavoz del Vaticano le dijo al Papa: “Santo Padre, este hombre no necesita presentación”.

Entre sus libros se destacan “Opus Dei: An Objective Look Behind the Myths and Reality of the Most Controversial Force in the Catholic Church”, y dos biografías de Benedict XVI. La primera escrita antes de que el cardenal Joseph Ratzinger fuera elegido papa; la segunda, publicada tras su elección fue la primera biografía del hoy pontífice emérito en inglés.

Tiene una licenciatura en filosofía de Fort Hays State University y una maestría en estudios religioso de la Universidad de Kansas, así como varios doctorados honoríficos de diferentes universidades.

Gabinete de asesores del Papa está bajo fuego paralelo

Según William Shakespeare, “el curso del amor verdadero nunca en transcurre en calma”. Y bien pudiera ser que el papa Francisco estuviera pensando eso mismo con respecto a sus esfuerzos por reformar la Curia Romana, es decir, la burocracia central del Vaticano.

Francis fue elegido en marzo de 2013 en parte con el propósito de arreglar lo que se percibía como en gobierno ineficiente del Vaticano, y muy poco después creó un nuevo organismo para asesorarlo sobre la reforma —un consejo de ocho cardenales de todo el mundo, que rápidamente pasó a conocerse como los “C8. Después de que el pontífice agregara a su nuevo Secretario de Estado, el cardenal italiano Pietro Parolin, se convirtió en el “C9 “.

El C9 reunido. Desde la izq.: cardenal Giuseppe Bertello, gobernador del Estado de la Ciudad del Vaticano; cardenal Laurent Monsengwo Pasinya de Kinshasa, Congo; cardenal Sean P. O’Malley de Boston; cardenal Reinhard Marx de Munich y Freising, Alemania; cardinal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano; el papa Francisco; el obispo Marcello Semeraro de Albano, Italia, secretario del Consejo; el cardinal Oscar Rodriguez Maradiaga, coordinador del Consejo; cardenal Oswald Gracias de Mumbai, India; cardinal Francisco Javier Errázuriz Ossa, arzobispo retirado de Santiago, Chile; cardenal George Pell, presidente de la Secretaría de Economía. (CNS/ Cortesía L’Osservatore Romano)

Hasta la fecha, muchos observadores dirían que los resultados han sido un poco decepcionantes: la creación de tres nuevas estructuras de supervisión financiera que actualmente parecen estar a la deriva o desorientadas, una revisión de la operación de comunicaciones del Vaticano que recientemente fueron responsable del fiasco del “lettergate” y, en general, dando un sentido general de confusión acerca de qué se supone que es exactamente esta “reforma” o hacia dónde se dirige.

Hoy el C9 concluye su 24ª reunión, con una agenda formal que incluye una discusión sobre el estado teológico de las conferencias episcopales nacionales y regionales, la limitación de recursos humanos y costos para el Vaticano, y la agilización de los procedimientos de la Congregación para la Doctrina de la Fe en el manejo de cargos contra el clero acusado de abuso sexual de menores.

Sin embargo, uno tiene que imaginar que esos no son los únicos temas que se han tratado en realidad, porque el hecho es que al menos cinco de los cardenales consejeros de Francis llegaron a la reunión de esta semana con preocupaciones más que razonables para sentirse distraídos.

Uno de esos cardenales ni siquiera estuvo en la sala, ni ha estado por un tiempo: el cardenal australiano George Pell, que se encuentra de licencia como jefe de la nueva Secretaría de Economía, mientras se defiende contra los cargos de “ofensas sexuales históricas” en su país natal.

Se espera que un magistrado australiano dictamine la próxima semana, el 1 de mayo, si el caso contra Pell se someterá a juicio. Dependiendo de lo que ocurra, Pell se retrasará significativamente para asistir a su próxima reunión C9, o quizás nunca regrese.

A sus 84 años, el cardenal Francisco Errázuriz Ossa de Chile tiene sin dudas una amenazante cumbre, del 14-17 de mayo, entre los 32 obispos de su país y Francisco en su mente. La sesión se produce en medio de uno de los mayores escándalo de abuso sexual que haya vivido una nación latinoamericana, que gira en torno a las acusaciones de que ciertos miembros de la jerarquía chilena hicieron la vista gorda o ocultaron deliberadamente los crímenes cometidos por el sacerdote abusador más notorio del país, el padre Fernando Karadima.

Víctimas y críticos de la respuesta de la Iglesia a los escándalos de abusos han señalado a Errázuriz como una figura clave en “desinformar” al papa Francisco sobre la naturaleza real de la situación, incluida la culpabilidad del obispo Juan Barros, nombrado por Francisco a la pequeña diócesis de Osorno en el 2015 y defendido por el pontífice en varias ocasiones hasta una carta reciente en la que reconoció “graves errores de evaluación y percepción” debido a “falta de información veraz y equilibrada”.

Errázuriz se enfrenta a serias preguntas sobre su propio papel en los escándalos de abusos, incluida una fuerte acusación de una de las víctimas de Karadima que lo llamó un “hombre miserable… [cuya] maldad es bien conocida”.

De cara al futuro, la atención sobre Errázuriz puede intensificarse para incluir no solo su papel en el caso Karadima, sino también su posible participación en otros, algunos de los cuales, advierten los observadores chilenos, podrían ser aún más explosivos.

Por otro lado, el cardenal Reinhard Marx de Alemania está tratando de aplacar el fuego que destapó el plan de los obispos alemanes para permitir que los cónyuges protestantes de los feligreses católicos reciban la comunión en una misa católica “según sean sus casos individuales” y “bajo ciertas condiciones”, siempre y cuando compartan “la fe católica en la Eucaristía”.

Los reportes de los medios sugerían recientemente que el plan había sido vetado por la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano, aunque los obispos alemanes han negado esas afirmaciones.

Los cardenales Marx y Woelki concelebrando durante la misa inaugural de la reunión anual de obispos alemanes en la catedral de Colonia. (CNS/Sascha Steinbach, EPA)

Marx es el líder de la conferencia de obispos alemanes, y fue invitado por Francisco para reunirse con él en Roma para discutir la situación.

No es la primera vez que una iniciativa pastoral de los obispos alemanes ha causado conmoción en Roma, y ​​tampoco es la primera vez que una minoría de obispos alemanes ha presentado objeciones a sus ideas. Siguiendo esa línea, un grupo de siete obispos liderados por el cardenal Rainer Woelki de Colonia escribió al Vaticano para solicitar “aclaraciones” sobre la propuesta, lo que no es otra cosa que una manera política de alertar que desean que sea bloqueada o retrasada.

Aunque el cardenal Sean O’Malley de Boston no está actualmente involucrado en ningún escándalo o controversia doctrinal, como presidente de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores del Vaticano está indirectamente obligado al menos a pensar en cada desafío relacionado con el abuso de menores que enfrenta la Iglesia hoy.

El cardenal O’Malley

Además de estar ocupado ayudando a los nuevos miembros a aclimatarse, ya que apenas acaba de concluir la primera reunión desde que se nombraron, y también intentado hallar un nuevo mecanismo que garantice que la comisión escuche las voces de las víctimas.

Al mismo tiempo, Mons. O’Malley probablemente está siguiendo con especial interés el drama en Chile, ya que su propia reacción crítica a los comentarios del Papa acusando a las víctimas de “calumnia” en enero parece haber ayudado a que el propio Francisco abriera una investigación personal, y porque además fue el propio O’Malley quien entregó una carta de las víctimas chilenas al pontífice.

Finalmente, el coordinador del C9, el cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga de Honduras, también enfrenta sus propias distracciones por estos días, incluidas las acusaciones de exseminaristas de conducta sexual inapropiada contra su propio obispo auxiliar, Mons. Juan José Pineda Fasquelle, de la Arquidiócesis de Tegucigalpa.

Al parecer, según reportes de prensa, en el 2017 se llevó a cabo una investigación papal entre cuyos objetivos pueden haberse incluido denuncias de irregularidades financieras contra el propio Maradiaga, que él ha negado enfáticamente llamándolas “medias verdades, que al final las mentiras peores”, sugiriendo que está siendo atacado para obstaculizar las reformas del papa Francisco.

Mons. Maradiaga también ha enfrentado problemas de salud, teniendo que someterse a un tratamiento de quimioterapia a principios de este año en Houston, Texas, por cáncer de próstata.

Quizás los miembros del C9, a pesar de todo, puedan enfocarse lo necesario para elaborar una estrategia de reforma significativa, capaz de disipar la creciente sospecha entre muchos observadores de que las cosas están estancadas.

Si eso no sucede, sin embargo, probablemente no tendremos que buscar demasiado para descubrir por qué.

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