Globalizar la solidaridad

EL PAPA FRANCISCO ha hecho reiterados llamados a globalizar la solidaridad.

Este llamado es una urgente invitación a construir puentes de solidaridad para alcanzar las periferias sociales donde muchas veces la esperanza se ve sofocada por la injusticia social y el egoísmo. Este llamado está en consonancia con el magisterio petrino de sus predecesores: la Iglesia Católica, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, busca el crecimiento y desarrollo integral de cada ser humano.

A sub-Saharan migrant gestures when a Spanish rescue boat arrives after trying to cross the Strait of Gibraltar Aug. 12. Pope Francis called for the "globalization of charity" through an international network to fight human trafficking and ensure the rights of migrants and refugees. (CNS photo/A. Carrasco Ragel, EPA) See POPE MIGRATION Sept. 23, 2014.
Foto: Catholic News Service.

Uno de los rasgos sobresalientes de la historia de la Iglesia en el último siglo ha sido la asimilación y el progreso constante de su doctrina social. Es una línea de pensamiento que se ha articulado a través de numerosos
documentos papales y conciliares con los que la Iglesia da respuesta a los retos de la sociedad moderna.

Juan XXIII, Juan Pablo II y Benedicto XVI incluyeron los derechos humanos en la doctrina social católica como las “condiciones necesarias para la promoción y el respeto de la dignidad humana”. Como resultado, el tema de la solidaridad surgió en la Iglesia como el reconocimiento de la dignidad de la persona humana como ente social que se desarrolla en el seno de una sociedad particular.

Según Meghan Clark, para promover los derechos humanos las personas necesitan la colaboración mutua y la reciprocidad.

La solidaridad emerge como una firme determinación de promover el bien común para todos los miembros de la sociedad. La solidaridad enfatiza entonces la naturaleza social constitutiva de la persona humana reconociendo al mismo tiempo la dignidad humana y los derechos de todos los miembros dentro de la comunidad.

Este concepto de solidaridad ha sido abordado en la Doctrina Social católica desde diferentes perspectivas. Por ejemplo, el papa Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio enfatiza el desarrollo como un proceso solidario que busca al mismo tiempo el desarrollo de la persona y de la comunidad. Juan Pablo II se centró en la libertad y la responsabilidad de llamar a la solidaridad diciendo que la persona es el objeto y el sujeto de cualquier actividad social y de desarrollo.

Sin embargo, el mundo sigue sufriendo hoy una crisis de la solidaridad y como consecuencia, los individuos construyen su estructura social particular, y las diferentes instituciones sociales que la integran como la economía, la educación, la política y la justicia, basados en principios que afectan el bien común, impidiendo que la persona humana alcance su dignidad plena. Por lo tanto, la relación de interdependencia entre los individuos, las sociedades y las naciones tiene que pasar de una relación utilitarista a una participación en la solidaridad humana.

Este llamado del Papa Francisco a globalizar la solidaridad, nos invita hoy, como pueblo latino en los Estados Unidos, a caminar para salir al encuentro de aquellos que están en las periferias. En la exhortación apostólica, La Alegría del Evangelio el papa nos dice que “cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres”.

En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos”.

Entrevista con el padre Carlos María Galli

Ésta es la primera parte de una extensa entrevista que el padre Carlos María Galli concedió a Nuestra Voz.

El padre Carlos María Galli, de la arquidiócesis de Buenos Aires, visitó Nueva York el pasado mes de abril para ofrecer varias conferencias en la Universidad de Fordham. Es doctor en Teología y profesor de la Facultad de Teología de la UCA y del Instituto del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en Bogotá, Colombia.

El padre Galli ha publicado cinco libros y ha editado más de treinta antologías y obras colectivas. Su libro más conocido es Dios vive en la ciudad. Hacia una nueva pastoral urbana a la luz de Aparecida y del proyecto misionero de Francisco.

El padre Galli es amigo cercano del Papa, conoce a fondo se pensamiento y su estilo. Responde a las preguntas con largos párrafos en los que cada palabra tiene su peso específico. El texto íntegro de la entrevista puede leerse en el sitio web de nuestro periódico: https://nuestra-voz.org/

Jorge I. Domínguez- López: Mucha gente dice que el Papa cambió tras su elección, que antes no era tan cálido. ¿A qué usted atribuye ese cambio?

Padre Carlos María Galli: Muchos preguntan si Francisco eselmismoqueBergoglio,qué continuidad hay, qué novedad hay. La lengua castellana nos permite un juego de palabras para expresar una verdad. Yo digo: Él es el mismo, pero está distinto. Él es el mismo, es el mismo hombre de oración, es el mismo hombre que se va al discernimiento en presencia de Dios… las decisiones pequeñas o grandes… es el mismo hombre de la Iglesia misionera en salida, es el mismo que siempre tuvo el amor preferencial por los más pobres. En todo eso es lo mismo.

Entonces, ¿en qué ha cambiado? Bueno, un primer cambio estuvo cuando fue hecho obispo y, evidentemente, recibió la gracia del ministerio para hacer de su vida un dono para el pueblo de Dios. Pero ahora eso se ha profundizado y yo creo que los cambios se advierten en tres aspectos: Primero, está más sonriente. La alegría la tuvo siempre, y yo podría mostrar textos donde él ha repetido una y otra vez durante cuarenta años la frase de Pablo VI: “La dulce y confortadora alegría de evangelizar, esa es nuestra alegría”. La alegría la ha tenido siempre, la sonrisa es un don de Dios para su ministerio petrino. El afecto lo ha tenido siempre. La ternura expresada públicamente ante tantas personas es un aspecto del pastoreo universal de la Iglesia. La libertad interior la ha tenido siempre; la libertad para manifestar lo que piensa, por ejemplo, en entrevistas en los aviones, con la consciencia de ser el Obispo de Roma de pastor de la Iglesia universal. Sin embargo, esa libertad tiene una nueva dimensión, porque ya no sufre presiones locales o presiones curiales. Y él sabe que tiene una responsabilidad ante la Iglesia de discernir la voluntad de Dios y expresarla con la mayor claridad posible.

Jorge I. Domínguez- López: A largo plazo, ¿cuál usted cree que es el impacto del papa Francisco en la historia de la Iglesia? Usted ha comentado sobre algunas similitudes y paralelos que se podrían establecer entre el papa Francisco y San Juan XXIII.

Padre Carlos María Galli: Evidentemente, nadie esperaba que Juan XXIII fuera un papa que, movido por el Espíritu de Dios, proféticamente impulsara el nuevo Pentecostés del Vaticano Segundo. Y yo pienso que en eso son parecidos. Porque Bergoglio fue elegido a los 76 años, cuando muchos lo descartaban. No lo ponían no sólo en las apuestas: L’Osservatore Romano hizo veinte biografías de cardenales “papables” y él no estaba en ninguna, no le hicieron una biografía. Y otros pensábamos, como yo, en que ya no importa la edad en que uno es elegido. Él fue elegido con la misma edad de Juan XXIII, que en pocos años impulsó una gran reforma en la Iglesia. Se puede estar pocos años y hacer mucho.

Y yo creo que la gran analogía entre los dos papas no es si expresan la caricia de Dios al pueblo. La gran analogía es que son dos papas reformadores a través del Concilio Vaticano II, uno iniciándolo y el otro asumiendo las reformas pendientes y tratándolas de realizar cincuenta años después. Ése es Francisco.

Jorge I. Domínguez- López: La prensa ha dicho que el Papa de joven fue peronista; y que parecía sentirse más cómodo con una visita de Cristina que con una de Macri, que… ésa era la historia que contaban las fotos.

Padre Carlos María Galli: Pero no han contado que de 2003 hasta 2013 las relaciones fueron muy difíciles; que Néstor Kirchner y Cristina Kirchner atacaron permanentemente a monseñor Bergoglio, y que de ninguna manera… se podría decir que él los apoyara —salvo en lo que hace a garantizar la institucionalidad de la Argentina. O sea, él no se sentía cómodo con eso. ¿Por qué se habría de sentir cómodo al día siguiente de ser papa?

Pope Francis and Argentina's President Cristina Fernandez de Kirchner exchange gifts during a private audience at the Vatican March 17. (CNS photo/Alberto Pizzoli, pool via Reuters) (March 17, 2014)
“Hubo otras tres ocasiones donde ella se coló, o sea se metió sin ser invitada por el Papa, en viajes apostólicos donde ella les pidió a los presidentes del país —en Brasil, en Paraguay y en Cuba— que ellos la inviten para ella estar y hacerse sacar una fotito al lado del Papa, que dura un minuto porque el Papa la hizo bajar del altar. ” (CNS photo/Alberto Pizzoli, pool via Reuters) (March 17, 2014)

A mí me parece que la lectura mediática, con todo respeto de la foto, pero tiene que ver la película, si no, no muestra la realidad. La realidad está en la película, no en la foto. Las fotos son flashes de un momento. Si él es un papa argentino y ella es la presidenta de Argentina, ¿cómo quieren que la reciba? Y si ella pide verlo tres veces en visita de Estado, él no puede negarse. Fueron tres visitas de estado. Después hubo otras tres ocasiones donde ella se coló, o sea se metió sin ser invitada por el Papa, en viajes apostólicos donde ella les pidió a los presidentes del país —en Brasil, en Paraguay y en Cuba— que ellos la inviten para ella estar y hacerse sacar una fotito al lado del Papa, que dura un minuto porque el Papa la hizo bajar del altar. Entonces, hay que ver todo, no hay que ver la foto sonriente, hay que ver todo el proceso. Y hay indagar en un periodismo de investigación: ¿Qué otras más cosas quiso Cristina Fernández del Papa y que el Papa de ninguna manera le dio? Por ejemplo, visitas de ella o de su candidato previas a las elecciones nacionales.

Entonces, yo creo que en esto, lamentablemente, en la Argentina —porque en mi país también pasa— y fuera, importa mucho la foto y un poco la sensación. “¡Oh, es un papa peronista!”

La verdad es que no se puede decir que es peronista así no más. Otra cosa es que comparte, como muchos argentinos, valores del Movimiento Justicialista que fueron, por un lado, una encarnación de valores de la Doctrina Social de la Iglesia a nuestro modo. Y segundo, que fueron los que realmente mejoraron las condiciones de vida de los sectores más pobres y que se convirtió en una traba frente a la penetración del marxismo en sectores populares y eso pertenece a la historia argentina. Entonces, yo no diría que es peronista. Jamás se los escuché a él y jamás se lo escucharía.

Y en segundo lugar que él no se expuso, consciente de la fragilidad psicológica de la presidente anterior —de lo cual podríamos hablar mucho tiempo porque hay datos irrefutables a nivel médico de una persona sin límites y sin inhibiciones. El papa quiso asegurar, desde su nuevo rol, la estabilidad institucional argentina y lograr la transición hacia un nuevo gobierno, sea del mismo partido que la presidenta o sea de otro partido, como finalmente fue, de Macri.

Ahora, lo otro para mí son fotos. Lo que me importa son los procesos. Y, ciertamente, si Cristina estaba dos horas era porque ella hablaba… porque el Papa es sumamente parco. Habla medio minuto o un minuto, por experiencia propia lo digo. Y si estuvo media hora con Macri es porque los dos son parcos, varones parcos en su forma de expresión. Yo no creo que haya que medirlo por eso. Además, hay otras circunstancias en cada hecho que no viene al caso nombrar. Hay que ver los procesos de relación entre el Papa y los gobiernos argentinos.

El Concilio Vaticano II, 50 años después

Los últimos 226 años de la historia de Occidente están marcados por un acontecimiento que cambió la forma de ser y existir de la sociedad francesa. En las postrimerías del siglo XVII Francia dio a luz a un mundo nuevo con su Revolución. Libertad fue su diosa, libertinaje su hijo bastardo, miedo su herencia. Los gobiernos europeos aceptaron el lema “Libertad, igualdad, fraternidad” como un enemigo a combatir y del cual defenderse.

La Iglesia fue, probablemente, la institución que más se vio afectada por el cambio social nacido de la Revolución. Los Estados Pontificios se tambalearon hasta desaparecer menos de un siglo después. Y la respuesta eclesiástica no fue otra que encerrarse en una especie de fortín inexpugnable. Se ignoró la Revolución Industrial, la lucha por las reivindicaciones sociales, el diálogo con las confesiones separadas, el acompañar al mundo en sus alegrías y esperanzas.

Ciento setenta años tardó la Iglesia en reaccionar a los retos que la Revolución Francesa había planteado a los creyentes. Ocupaba la sede de Roma en ese momento un viejo historiador curtido en los entresijos de las cancillerías del mundo eslavo y ortodoxo. Había sido testigo directo de las desgracias vividas durante las dos guerras mundiales que asolaron Europa. Angelo Roncalli, más conocido como Juan XXIII, decidió romper los muros que aislaban a la Iglesia del mundo y prepararla para el tercer milenio de la civilización judeocristiana.

Su objetivo no fue otro que abrir la Iglesia al mundo moderno y a la sociedad escrutando los “signos de los tiempos” con objeto de hacer inteligible el Evangelio al hombre actual, abrir los caminos para la unidad de todos los creyentes en Cristo, volver a la estricta fidelidad al Evangelio viendo el rostro de Cristo en el pobre, el abandonado, el marginado. Entre el 11 de octubre de 1962 y el 8 de diciembre de 1965 “la Iglesia… ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su Fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Al final de esa impresionante ‘revisión de vida’ se vuelve a ustedes, los jóvenes, sobre todo para ustedes, que acaba de alumbrar en su Concilio una luz, una luz que alumbrará el porvenir, su porvenir… La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que van a construir respete la dignidad, el derecho de las personas y esas personas son ustedes…” Entre aquellos jóvenes a los cuales se dirigió el Concilio había un joven jesuita argentino.

Han pasado cincuenta años de aquella reunión. Ha corrido mucha agua por debajo de los puentes del Tíber. Pero el reto sigue vivo. El diálogo con el mundo está empezando. La unidad con los creyentes en Cristo empieza a ver sus primeros brotes. La presencia de los pobres sigue viva. Se empieza a tener conciencia de que la Iglesia, como Pueblo de Dios, celebra su fe escuchando la Palabra de Dios, lo cual la convierte en luz de las gentes, luz que ilumina las alegrías y las esperanzas, las penas y las tristezas de los creyentes en Cristo, ya que nada humano le debe ser ajeno al creyente.

El 8 de diciembre de 2015 se cumplen los 50 años del final del Concilio. El viejo diplomático, el que abrió las ventanas de la Iglesia, no pudo ver concluido el Gran Encuentro. Pero su audacia, su alegría, su esperanza de construir un mundo mejor del recibido de los mayores sigue vivo. Lo continúa uno de los jóvenes a quienes la Iglesia alumbró una luz para iluminar su porvenir. Llegó desde los confines del mundo a Roma para manejar el timón de la barca de Pedro. Cincuenta años después vuelve la esperanza, la alegría a la Iglesia. Juan XXIII le pasó la responsabilidad a un descendiente de piamonteses, Bergoglio, de sobrenombre Francisco. Caminemos con ilusión y esperanza.