El padre James Martin: un novelista jesuita

EL PADRE JAMES MARTIN es quizás el único jesuíta que haya presentado a la banda de heavy metal Metallica en televisión. Es subdirector de la revista católica America y tiene diez libros publicados. Ha aparecido en programas como The Colbert Report y Comedy Central y ha publicado en los principales medios de Estados Unidos. Colaboró con Philip Seymour Ho man en la puesta en escena de Los últimos días de Judas Iscariote. Tiene unos 80,000 seguidores en Twiter y 40,000 en Instagram. James J. Martin es quizás el único cura que muchos millenials conocen. Es un tipo cool.

En 2015 publicó su primera novela, que este año apareció en español: La abadía. Y ése fue el motivo de nuestra conversación, que terminó derivando a otros temas más allá de La abadía.

En su oficina hay una carta de santa Teresa de Calcuta, enmarcada y colgada en la pared; hay una foto suya en África, donde estuvo como misionero; hay fotos de su familia y unas sillas de madera de los años cuarenta, un escritorio gris y anónimo y libros, suyos y ajenos. Es la oficina de un jesuíta: hay un orden permanente, pero cierta disposición a la partida, cierta consciencia de que todo es transitorio excepto los negocios del alma. Y de los negocios del alma comenzamos hablando.

Jorge Ignacio Domínguez: Usted se graduó de Contabilidad en Wharton, luego fue a trabajar a la General Electric. ¿Cómo va uno de ahí a ser novelista o “escritor jesuita”, como dice Wikipedia de Ud.?

James Martin, SJ: Estudié negocios en Wharton y estaba muy entusiasmado con mi carrera. Luego conseguí un trabajo en GE. En realidad nunca nadie me preguntó: ¿A qué te dedicarías si pudieras hacer lo que quieras? Era más bien un deseo de ser independiente y ganar dinero. Trabajé para GE por unos años y al comienzo era muy interesante. Era principios de los años ochenta. Yo tenía un montón de dinero y me encantaba salir, ponerme buenos trajes. Pero cada vez más tenía la sensación de que ese trabajo no era para mí.

Un día llegué a casa y encendí el televisor. Estaban transmitiendo un documental sobre Thomas Merton. Leer su libro, La montaña de los siete círculos me transformó, fue lo que me hizo considerar dedicarme al sacerdocio y la vida religiosa. Luego conocí a los jesuitas, donde enseguida encontré mi lugar. Así que entré en la Compañía de Jesús, y fue una sorpresa para todos mis amigos y mi familia, quienes pensaron que yo estaba loco, literalmente. Lo de la escritura fue algo para lo que nunca me preparé. Pero cuando estuve en Kenia durante mi formación jesuita, trabajando dos años con los refugiados, escribí un artículo sobre los refugiados que había conocido, y America [la revista jesuíta] lo publicó.

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La versión en español de “La abadía” está a la venta en Amazon.

JID: Hay muchos escritores jesuitas, pero pocos novelistas jesuitas. ¿Se ha metido en problemas por escribir novelas?

JM: No. Esta es mi primera novela y no era algo que había planeado. Jamás pensé que podría escribir una novela, porque para esto hay que tener un don especial, para que se te ocurran buenas ideas. Y a mí lo que me sucedió fue que una noche tuve este sueño, que era prácticamente toda la historia. Me desperté y dije: “Esto podría ser un gran libro”.

JID: La gente podría decir: “Si él es un buen novelista, se meterá en problemas con su superior; si es un buen sacerdote, se meterá en problemas con los críticos”.

JM: Bueno, no hay nada en la novela que sea desagradable u obsceno. Tampoco hay escenas de sexo. Así que no hay motivos para entrar en conflicto con mis superiores. Es más una novela de descubrimiento espiritual y superación personal. Tres personajes que buscan su camino y descubren a Dios. Así que mis superiores están contentos. Los críticos, no lo sé… pero hay un montón de personas que se me acercan diciendo: “Queremos una segunda parte”. Y creo que voy en esa dirección.

JID: Bueno, y porque deja cosas en el aire.

JM: Sí, lo hice por dos razones. Primero porque, como sabes, la vida no es limpia y pulcra, y no quería dejar todas las historias cerradas. Al personaje principal, Ana, le cuesta encontrar sentido a la vida después de la muerte de su hijo, y tiene problemas con este tipo que conoce, Mark, que es joven y un poco “fiestero”. Y segundo, porque tampoco quería que la gente se quedara con la idea de que la vida espiritual es tan clara como parece: “Cuando Ana se encontró con Dios su vida se solucionó y todo fue perfecto”.

JID: Padre, ¿cómo surgió la idea de traducir la novela al español y por qué?

JM: A mí me encantó la idea. Casi todos mis libros han sido traducidos al español, pero en el extranjero, por las editoriales Sal Terrae, Grupo Loyola, Mensajero… en España, en Argentina y otros países de habla hispana. HarperCollins está iniciando esta nueva aventura con la división HarperCollins Español, y me propusieron que el mío fuera uno de sus primeros libros. Yo quedé fascinado con la idea. Creo que a los católicos de habla hispana de Estados Unidos les encantará este libro.

JID: Padre, ¿quisiera enviar un mensaje especial para nuestros lectores, los católicos hispanos en Brooklyn y Queens, de toda la ciudad.

JM: Yo diría que sin católicos hispanos en Nueva York, la iglesia de Nueva York no sería esta iglesia. Sé que es un error generalizar, pero yo diría que los católicos hispanos aportan una enorme alegría y una chispa a la iglesia en esta ciudad. También trabajé con católicos hispanos en un colegio para chicos llamado Nativity School en el Lower East Side, y una de las grandes lecciones para mí fue que los hispanos no son sólo una población. Aquí conocí dominicanos, puertorriqueños, mexicanos, colombianos… fue una experiencia muy interesante. Lo mismo celebrábamos Nuestra Señora de Guadalupe que la virgen de Altagracia. A mí me cambió la visión, antes yo pensaba que los católicos hispanos eran una especie de grupo homogéneo y no lo son. Y sus creencias y devociones son diferentes unas de otras. Esto es un llamado a los líderes católicos y trabajadores de la pastoral, a que en primer lugar entiendan que los hispanos no son un “bloque”, en segundo lugar, ellos no representan su país, sino su individualidad.

Hay una anécdota simpática de cuando estaba en Nativity School, le pregunté a alguien: “¿Irás a la esta de la Guadalupe?” Me miró y me dijo: “Nos vemos el día de la esta de Nuestra Señora de la Altagracia”.