“Esta es la hora del Espíritu”

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Monseñor Juan de la Caridad García, arzobispo de La Habana, Cuba. Foto: Jorge I. Domínguez-López

Entrevista con monseñor Juan de la Caridad García, arzobispo de La Habana

En abril del año pasado, el papa Francisco nombró a monseñor Juan García arzobispo de La Habana. Después de 35 años, la arquidiócesis habanera tenía un nuevo pastor. Y un “pastor con olor a oveja” como repiten los habaneros cuando uno les pregunta qué piensan de su Arzobispo.

EN LA HABANA SE SABE —aunque él jamás lo contaría— que Mons. García se levanta muy temprano los viernes para ir a celebrar la misa a las religiosas de la Edad de Oro, un hogar donde las Hijas de la Caridad cuidan a personas con severas discapacidades mentales, desde la cuna hasta la muerte. Es un lugar muy duro, dicen quienes lo visitan.

Cuando Mons. García termina la misa, se queda a ayudar a las hermanas a bañar y darles el desayuno a los enfermos. Esos gestos, intensamente privados, van forjando de alguna manera su figura, van acrecentando el cariño que le tienen ya en La Habana a este camagüeyano de oraciones largas y maneras sencillas.

No soy un testigo imparcial en este caso: Mi padre, Teodosio Domínguez, es el primer diácono permanente de Cuba. Tiene 88 años, está enfermo y vive en un pequeño pueblo a treinta millas del Arzobispado de La Habana. Monseñor Juan García, en medio de sus muchas obligaciones, ha hallado tiempo para visitarlo varias veces. En febrero, cuando supo de la muerte de mi madre, acudió al pueblo para celebrar la misa de cuerpo presente en la iglesita del pueblo.

Por eso digo que no soy un testigo imparcial, pero al mismo tiempo, Mons. García hace esas cosas cada semana por sus sacerdotes, religiosas, diáconos y laicos. Me temo que dentro de poco no quedarán testigos imparciales en La Habana, porque el Arzobispo va repartiendo sus gestos de bondad como si le sobraran.

El día que fui a visitarlo llamé en la mañana a su oficina. Me dijeron que volviera a llamar al mediodía, pues el Arzobispo había ido a visitar a un sacerdote enfermo. Cuando volví a llamar, su secretaria me pidió que esperara en la línea. De pronto sentí la voz nasal de Mons. García. Quería saber a qué hora prefería yo ir a verlo. Le expliqué que me parecía mejor que siguiéramos el consejo de su secretaria y nos viéramos a las tres, que me parecía más lógico que fuera yo quien me adaptara a su horario. Él de todos modos insistió en que si no me convenía podíamos buscar otra hora. Llegué al Arzobispado a las tres en punto.

Mons. García es un hombre diáfano, que parece conocerse bien y sentirse cómodo en su piel. Es cordial, pero sin excesos de efusión: mantiene al interlocutor a prudente distancia. En la conversación evita con estudiada prudencia la política, pero no los temas que puedan tener resonancia política. Al preguntársele por sus preocupaciones, enseguida menciona los presos, los ancianos abandonados y el aborto, tres temas omnipresentes, pero sobre los que los medios cubanos prefieren hacer silencio.

Cuando le pregunté por sus esperanzas no dijo nada ni remotamente político, y en ningún momento mencionó al gobierno cubano ni a Raúl Castro. En ese sentido, Mons. García —fanático del béisbol como tantos de sus compatriotas— también se parece al cubano de a pie, que cada día habla menos del gobierno, y piensa menos en él.

Uno se lleva la impresión de que Mons. García se ha propuesto comprobar la profesada fe de José Martí en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud. Parece vivir al margen de las maniobras y los desvelos de la política. Parece un hombre sin sed de protagonismo. Quizás sea el obispo ideal para La Habana de esta época. Y muy bien podría demostrar que José Martí estuvo en lo cierto. Hay que rezar porque tenga éxito.

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Jorge I. Domínguez, editor de Nuestra Voz, y monseñor Juan García, arzobispo de La Habana.

Nuestra Voz: Cuando el Arzobispo de la Habana hace sus oraciones en la noche antes de dormir, ¿por qué reza? ¿Por quién?

Monseñor Juan de la Caridad García: Bueno, cuando uno se va acostar la Iglesia le pide rezar una oración que se llama Completas en la que se pide el perdón por lo que no se ha hecho bien… que siempre hay algo que no hacemos bien.

Se pone uno en las manos de Dios. Y entonces le digo al Señor como decía Juan XXIII: «Yo me voy a dormir, Tú ocúpate de toda la Iglesia que se queda ahora en espera, en oración, muchas veces actuando». Porque hay personas que por la noche trabajan: las Siervas de María, que cuidan enfermos por la noche, las Hijas de la Caridad, que atienden a los impedidos físicos y mentales.

Siempre pido por las vocaciones y siempre le digo al Señor que mañana no haya abortos, si Tú quieres, que mañana no haya abortos, que mañana no haya violencia, que mañana todo sea paz y concordia.

Lo único que hago, o trato de hacer,
es lo que dice el Evangelio:
visitar enfermos, acercarnos a los que sufren,
acompañar a las personas, escucharlas, orientarlas.

NV: Dicen que usted es un pastor con olor a oveja. ¿Por qué tiene esa fama?

Mons. García: Bueno puede que tenga la fama, pero en realidad uno siempre pudiera hacer más. Lo único que hago, o trato de hacer, es lo que dice el Evangelio: visitar enfermos, acercarnos a los que sufren, acompañar a las personas, escucharlas, orientarlas.

NV: En los años noventa creció mucho la asistencia de la iglesia. Algunos opinan que la práctica cristiana ha vuelto a declinar en los últimos años. ¿Qué piensa Ud. al respecto?

Mons. García: Yo creo que hay un deseo de Dios extraordinario. Eso no quiere decir que la gente venga a la iglesia, que se bauticen, que hagan la Primera Comunión, que se casen por la Iglesia, pero hay una cosa muy buena que tiempo atrás no había: El deseo de Dios. Todo el mundo pide bendiciones, todo el mundo hace preguntas, todo el mundo quiere un rosario —que quizás no sepan rezar, pero lo piden—, quieren crucifijos, Biblias, preguntan sobre cuestiones de la Iglesia, del Evangelio, de la Biblia, de la fe.

Nosotros tenemos una tierra buenísima, [pues] hay un deseo de Dios. Lo que nos toca ahora es sembrar. Es un gran desafío el nuestro: pasar del deseo de Dios a la vida de Dios, a la vida realmente cristiana, que es una vida de amor, una vida de perdón.

Yo creo que este es un momento buenísimo. Yo creo que el Espíritu tiene sus momentos y sus tiempos. Ahora es el momento de hacer presente el Evangelio, para presentar la verdadera fe, para mostrar la verdadera fe. Esta es la hora del Espíritu y este es nuestro momento.

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Capitolio de La Habana. Foto: Jorge I. Domínguez-López

NV: El papa Francisco ha dicho que él quisiera que la iglesia fuese como un hospital de campaña, una Iglesia «en salida», que vaya a las periferias. ¿Qué quieren decir esas frases desde la perspectiva de La Habana?

Mons. García: Hay muchas personas que sufren, muchos niños que sus papás los abandonaron, muchas esposas abandonadas, muchos viejitos abandonados, necesitados de cariño, necesitados de amor.

La Iglesia quiere salir a ayudar a esos sus familias. Tenemos que tratar de consolar a los familiares de los presos que esperan la liberación de estos presos y que desean ayudarlos más. La Iglesia también quisiera ayudarlos más.

Hay muchas personas que sufren y Jesucristo estaba al lado de los que sufrían, y consolaba, y esta es nuestra misión.

Hay una cosa bonita, aquí en La Habana, que esta resurgiendo con mucha fuerza que es la infancia misionera, un grupo de niños y adolescentes que van visitando las casas en muchos lugares lejanos en donde no hay capillas, donde no hay casa de misión, donde no hay iglesias. Y allí conocen el dolor, conocen la angustia, y entonces traen la buena noticia del evangelio. La experiencia es muy bella, es muy hermosa, tanto para los que van a anunciar el evangelio como para aquellos que lo reciben.

Dios es capaz de darnos
lo que no podemos imaginar.

NV: ¿Y cuáles son sus esperanzas?

Mons. García: Hay un texto bíblico que dice que Dios nos puede dar aquello que no podemos imaginar. No es textual la frase, pero ese es el mensaje. Dios es capaz de darnos lo que no podemos imaginar.

Con esa confianza esperamos que todo sea mejor, que nos tratemos como lo que somos: hermanos, hijos de Dios e hijos de la Virgen de la Caridad.

Esa devoción a la Virgen es tan fuerte que hay gente que dice que no cree en Dios pero que si creen a la Virgen. Es ilógico pero lo dicen, y lo aseguran, y eso es un motivo de esperanza también. Es una fe que se puede instruir, que se puede catequizar, que se puede hacer crecer.

Estamos en las manos de Dios. Dios quiere el bien de todos, nos creó para la felicidad, nosotros somos los que estamos encargados de sembrar esa esperanza y ese camino de felicidad, enseñar ese camino. Quizás hoy estemos mejor que ayer en cuanto a la fe; y pienso que mañana estaremos mejor que hoy.

NV: Quisiera que nos dijera una palabras para los hispanos de Brooklyn y Queens, entre ellos los cubanos que viven allí.

Mons. García: Bueno, que los que están allá ahora, que nacieron en América Latina, conserven sus raíces, pero que también piensen que están allí al final por providencia divina, al final porque Dios lo quiso. Y pertenecen a la Iglesia, que es católica, no a la Iglesia cubana, no a la iglesia «brooklyniana». Lo que hay es Iglesia de Cristo en Cuba, Iglesia de Cristo en América Latina, Iglesia de Cristo en Brooklyn. Y allí hay mucho que hacer también, mucho que sembrar, mucho que enseñar, mucho que testimoniar. Así que sin olvidarse de sus raíces, de su pasado, de su Iglesia, de donde empezaron en la fe, ahora allí donde están han de sembrar y han de recoger frutos de fe y de amor.