La Navidad del emigrado

OTRA VEZ REGRESAN LOS ARBOLITOS, las compras, las fotos con Santa en el mall, las reuniones familiares, los regalos para los chicos, los viajes… Otra vez regresa la Navidad.

La Navidad es siempre una esta nostálgica. Si uno le pregunta a la gente cuál fue la Navidad más feliz que recuerdan, o qué signi ca para ellos la esta, o qué les viene a la mente cuando escuchan la palabra Navidad, la mayoría dará una respuesta que remite a la infancia.

Todos, de alguna manera, hemos sido desterrados de la infancia. Todos somos hijos de Adán y Eva y, como ellos, hemos sido desterrados del paraíso. Hemos sido desterrados de la inocencia, de la seguridad del hogar, del cariño de los padres, de nuestras ilusiones. La Navidad era ir a casa de los abuelos y ver a los primos que venían a visitarnos. En Navidad las ilusiones se hacían realidad en los regalos debajo del árbol, el cariño se materializaba alrededor de la cena de Nochebuena.

Para el emigrado, esa nostalgia se multiplica con la distancia, con la ausencia. Hablando de los años que su familia vivió en la Florida, el escritor cubano José Lezama Lima hace decir a un personaje de su novela Paradiso: “Hablar de aquellas Navidades en Jacksonville, era hablar de la Navidad única, escarchada, terrible”.

Para quienes salimos de nuestros países en busca de una vida mejor, o huyendo de dictaduras, de la violencia o de la extrema pobreza, estas “Navidades escarchadas” de Nueva York no son necesariamente terribles, pero están siempre marcadas por la distancia, la ausencia de tanta gente querida.

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Foto: commons.wikimedia.org

Muchos por esta época regresan a sus países, a ver a la familia, a reencontrarse con los primos, a visitar la tumba de los abuelos. En la alegría del regreso se mezcla un toque amargo. Pensamos que ya nada es igual, sin darnos cuenta que somos nosotros los que cambiamos, como nos hacen notar los amigos y los parientes que dejamos atrás.

Si pudiéramos regresar por un momento a alguna de aquellas remotas Navidades de nuestra infancia tendríamos quizás el mismo desconsuelo. Y la razón sería la misma: somos nosotros los que perdimos los ojos para mirar con cariño aquella realidad que hoy nos parece desolada.

Aquí hemos fundado, o hemos visto crecer, nuestras familias. Vemos en nuestros hijos las similitudes y las diferencias que la cultura, el lugar, la época y la lengua imponen. Todos los padres pasan por la experiencia de ver que sus hijos se parecen más a sus contemporáneos que a ellos. Para el emigrado esa experiencia adquiere un sabor mucho más intenso: sus hijos hablan otra lengua, pertenecen a otra cultura.

El destierro profundiza casi todas las rupturas que son connaturales al ser humano. Para los inmigrantes indocumentados, estos días son especialmente difíciles. Muchos pasan largos años sin visitar sus países de orígenes. Para ellos no es una opción comprar los carísimos pasajes del regreso en estos días. La imposibilidad de ver a los suyos, junto a la incertidumbre en que viven debido al ambiente político actual, hará esta Navidad especialmente dura para ellos.

Todos esos sentimientos son legítimos, naturales, humanos. Ojalá sepamos poner el acento en lo mejor de nuestros recuerdos, en el cariño y los dones de la familia. Ojalá sepamos ser solidarios y cercanos con los que viven hoy más lejos de su familia y con menos seguridad y paz en estas tierras.

¿Seremos capaces de volver a ser niños? ¿Podremos mirar al Niño Dios con los ojos de la inocencia? Nuestras nostalgias pueden ser una fuente de reminiscencias y cariño o una tortura. En cierta medida, uno elige la manera en que va a administrar sus nostalgias.

Pero no tiene sentido hablar de la Navidad sin ir a su esencia. Nos resignamos a la tropelía de los mercaderes que tratan de sacarnos hasta el último centavo. Disfrutamos la esta familiar, que tiene sentido y valor como expresión de cariño… aún para aquellos que no tienen una fe religiosa. Pero para el cristiano la Navidad trasciende los regalos, nuestras nostalgias e incluso el cariño y la familia.

La Navidad es Emmanuel, “Dios con nosotros”, ese Dios que ha venido a salvarnos en la Cruz, “escándalo para los judíos, locura para los paganos”. La Navidad, como anuncio de la cruz y de la salvación, es el hecho que marca el rumbo de nuestras vidas, como cambió también el rumbo de la historia de la humanidad.

Lejos de casa y lejos de la infancia, muchas cosas —demasiadas— han cambiado para nosotros. Muchas cosas hemos perdido y ganado en esta aventura que es vivir en tierra extraña. Cristo, sin embargo, sigue siendo el mismo. Y conservar nuestra fe ha sido la manera de seguir siendo los mismos, de conservar nuestra identidad.

Sí, somos doblemente desterrados. Y sin embargo, el Niño Dios nace también para nosotros. En la pobreza y la indefensión de ese Dios diminuto, humano, que nace en un pesebre de Belén, hemos hallado nuestra salvación del pecado y de la muerte. Él también nos salvará de nuestra propia nostalgia, de la distancia, de las ausencias.